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lunes, 20 de noviembre
La realidad de los Juegos, en una charla imaginaria

Por EDUARDO ALPERIN

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Pedro Astuto, un personaje creado por un talentoso periodista llamado Alberto Laya, estaba sentado en un bar junto a Juan Sabio. Era su horario para disfrutar del ocio cotidiano. Hablaban y, aunque no lo crean, también pensaban de a ratos. Entre café y café, y mientras el humo de sus cigarrillos envolvía las ideas, se creían notables filósofos y planteaban situaciones de la vida, en especial del deporte tan amado por ellos.

De repente, Pedro Astuto preguntó:
-"¿Qué sucederá cuando muera Juan Antonio Samaranch?
Juan Sabio no pensó en quién sería el sucesor del trono del Comité Olímpico Internacional, sino en otra cuestión, y la respuesta sorprendió a su amigo dilecto:
"No tengo dudas. Cuando el Barón Pierre de Coubertin, creador de los Juegos Olímpicos, lo reciba en una nube, lo mirará fijamente y con dureza le dirá: `Juan Antonio, ¿qué has hecho de mis Juegos? Me traicionaste, porque destruíste todos mis principios´.
Y Pedro Astuto, como si él mismo fuese Samaranch, fijó su posición al responder:
"Querido y venerado Barón, si no lo convertía en un gran espectáculo, los Juegos Olímpicos ya habrían muerto hace mucho tiempo".

Juan Sabio meditó, en busca de establecer una pausa para absorber el golpe. Observó las paletas en movimiento del ventilador de techo, tal vez tratando de inspirarse en su continuo y regular movimiento y transmitió a Astuto sus pensamientos:
"En las décadas del 40, 50 y 60, cuando competía en varias disciplinas a la vez, el deporte era por el Deporte mismo. Tenía que pagar el derecho de ingreso al club y la cuota mes a mes. Debía comprarme la ropa, las zapatillas y los implementos deportivos. No había viáticos de ninguna especie, ni siquiera para pagar el traslado a los escenarios".

La temperatura entre ambos aumentaba. La réplica de Pedro Astuto no se hizo esperar:
"¿Recuerdas el decálogo del deportista amateur? Se creó casi al mismo tiempo en que comenzaron los Juegos Olímpicos, en 1896 y siguió vigente durante los primeros pasos del siglo XX. Pero para que no haya dudas te lo leeré".
Pedro sacó un viejo libro, buscó en las amarillentas páginas y con voz sonora, tan sonora que enmudeció a todos los parroquianos, leyó:
"Es amateur todo aquel gentleman que no haya participado nunca en una prueba pública y que no haya recibido dinero proveniente de entradas o ventajas similares; que no haya sido nunca, en ningún momento de su vida, profesor o monitor de ejercicios de este género como medio de vida y que no sea obrero, artesano, ni jornalista".

Una gritería de rebelión hizo temblar el bar. Hasta el gallego Paco, su dueño, y el correntino Vicente, el único mozo, se unieron al coro:
"Pierre de Coburtein era un clasista".

Juan Sabio ni se inmutó. Le solicitó el libro a su compañero, trató de armar las páginas sueltas, pidió calma y expresó:
"Voy a continuar la lectura. Este escrito data de 1925. Les pido ante todo que se ubiquen en la época".
Y con voz doctoral leyó lo que seguía a continuación:
"Coubertin era un hombre de profundo pensamiento democrático, un auténtico ciudadano del mundo, como consta en su obra Historia Universal: cuatro tomos escritos especialmente para las oprimidas masas obreras de ese tiempo. Coubertin no concebía estas diferencias y decidió que debía haber un solo mundo del deporte. El problema del amateurismo fue el que encendió la gran hoguera de los Juegos Olímpicos y quizás sea también la llave que abra paso al naufragio de los Juegos a través de la manguera de los intereses políticos y económicos".

Nadie rompió el silencio, hasta Pedro Astuto pareció estar de acuerdo al decir:
"Claro, son épocas. En la mía, mis padres y mis hermanos me decían vago, porque jugaba al básquetbol toda la mañana y por las tardes al fútbol en las calles de mi barrio. Era la época pura del deporte por el Deporte mismo. Ahora, los padres incentivan a sus hijos a practicar deportes remunerados, pensando en convertirse en sus managers y hacerse ricos. Aparecieron los representantes, los especialistas, los médicos, los químicos, sin importarles envenenar a un joven con el doping para hacer dinero. Ahora, hasta las medallas olímpicas tienen otro valor. En los últimos Juegos Olímpicos de Sydney escuché a un joven gritar 'me gané 60.000 dólares', en vez de decir 'gané una medalla de plata'. Claro que sí, es otra época, la del espectáculo-deporte. Pienso que el verdadero deporte sólo pertenece a una pequeña minoría idealista..."

El tema de Coubertin y Samaranch daba para mucho más, y ambos sabían que, envueltos por el humo de los cigarrillos y entre café y café, el debate continuaría en las próximas horas de ocio. ¿La razón del paréntesis? Sisebuta Astuto y María Antonieta Sabio acababan de ingresar al bar, y al unísono les gritaron:
"Vagos, dejen por una vez de soñar".
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