<
>

El desafío Campazzo

BAHÍA BLANCA -- Facundo Campazzo toma el balón en transición, hace un dribbling, dos, se sumerge en la llave y anota una bandeja circense para que explote el Osvaldo Casanova. Sin que se detenga el juego, corre en transición y coloca una tapa quirúrgica en el otro costado. Y entonces, el partido, que estaba asfixiado, enredado, por momentos aburrido, se destraba. Y Argentina empieza, por primera vez en la noche, a jugar al básquetbol.

El desafío de liderazgo, en la primera prueba de la renovación, está aprobado. Y el sello de la victoria, obviamente, tiene nombre y apellido.

Argentina tuvo su primer desafío ante Venezuela, en la AmeriCup, con triunfo por 67-62. El resultado no debería decir demasiado para un equipo que está en plena formación, pero siempre las victorias acarrean confianza y maquillan dificultades evidentes. El seleccionado de Sergio Hernández tiene una radiografía clara rumbo al futuro cercano: plenitud de armas en el perímetro y trabajo en formación en la zona de la pintura.

El básquetbol ha sido, desde siempre, un juego de preocupaciones. En la primera etapa, Argentina no pudo rotar el balón, tuvo exceso de dribbling por parte de sus armadores y no logró correr con soltura. El ajuste en el perímetro que colocó Néstor 'Che' García, un viejo conocido de la casa, le dio rédito a la Vinotinto y expuso ante los ojos del público bahiense el diagnóstico acertado de los especialistas de turno: sin Luis Scola, Argentina no pudo jugar adentro-afuera en ataque estacionado y, en defensa, sucumbió ante la carga del rebote ofensivo de la visita y la diferencia de centímetros en el juego de poste, hecho que le impidió correr con facilidad. Sólo Gabriel Deck pudo imponer, en ataque, algo de su juego de espaldas al aro, pero como siempre ocurre, lo que puede resultar sorpresivo en primera instancia se agota por completo cuando se repite hasta el hartazgo.

En el complemento, todo cambió con el resurgir de Campazzo, el aporte en defensa de Patricio Garino (y en ataque con sus penetraciones incisivas en la llave), el trabajo silencioso de Javier Sáiz y la caradurez de Lucio Redivo, heredero natural de Juan Espil en el Casanova. Venezuela perdió el control y Argentina empezó a desplegar lo mejor de la noche gracias a la frescura de los nombres que entusiasman.

Campazzo volvió a demostrar, en su lapso de inspiración que se dio entre el tercer y último cuarto, que la Selección Argentina le pertenece en esta nueva etapa. No es una conquista heredada por horas de vuelo, es un triunfo que gana noche a noche con su juego, pero más aún con su carácter. Campazzo es carisma puro y demuestra que es el gira-partidos más grande que dio el básquetbol argentino en muchísimo tiempo. Destroza los encuentros que tienen la monotonía de una ruta alisada para transformarlos en una montaña rusa. El público, expectante, absorbe esa adrenalina que se genera en el ambiente con éxtasis, pero también con nostalgia, como si fuesen objetos extraviados hace muchísimo tiempo que despiertan una energía especial cuando se los encuentra. Es un click que se da con un chasquido y nos permite regresar a lo primitivo, a los instantes de euforia, alegría y esperanza de tiempos que ni siquiera nosotros recordamos. El deporte, en definitiva, es la búsqueda sistemática de esa emoción recurrente. ¿Qué nos queda si no fuera por estas pequeñas cosas?

Sorprende, además, el registro interno que posee Campazzo, que excede, a todas luces, la media del básquetbol: sabe qué debe hacer con los compañeros, con los rivales, con el público, con los árbitros, con los entrenadores. En todo momento. Controla, desempolva lo ordinario y construye lo extraordinario, con una cuota de fantasía, alegría y espectáculo de altísimo nivel.

El base de Real Madrid redibuja límites y escenarios. Si el básquetbol es para altos, Campazzo toma la pluma, escribe sus argumentos y lo hace para pequeños. Cambia las reglas, contagia a los propios y complica a los extraños. Si él está bien, sus compañeros empiezan a estar mejor. Esta particularidad, que parece extinguida en el deporte moderno, es lo que lo pone de frente con un desafío mayor: liderar con el ejemplo, evitar caer en el exceso de artilugios de fantasía individual y empujar a la tropa a la siguiente meta. Oveja Hernández necesita del Campazzo creador de juego y energía de la segunda mitad para que el equipo encuentre una identidad inexpugnable en los partidos y torneos que vendrán.

No se pueden sacar conclusiones cerradas de un equipo en formación por un solo encuentro, porque sería algo completamente injusto, más teniendo en cuenta que Scola, referente y figura del combinado albiceleste, no pudo participar de este juego debut. Sin embargo, queda claro que el equipo deberá parecerse mucho más al que jugó en la segunda mitad, sobre todo en rotación de balón en ataque, en intensidad defensiva y en la frescura para imponer el ritmo y destruir siempre la velocidad crucero.

Argentina tiene un equipo renovado que, si bien necesita corregir cosas, despierta ilusión y tiene materia prima para seguir evolucionando. Desde las 19.30, el equipo de Sergio Hernández enfrentará a Canadá, que cayó ante Islas Vírgenes en el debut del cuadrangular por 83-71, en otra excelente oportunidad para seguir calentando motores rumbo a la definición en Córdoba el 2 y 3 de septiembre.