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La cultura de todos para todos

De un torneo a otro, Argentina perdió a tres de los mejores jugadores de su historia. Primero, a Manu Ginóbili y Andrés Nocioni, retirados en los Juegos Olímpicos de Río 2016. Luego, a Luis Scola, producto de una lesión en el gemelo derecho en el encuentro ante Canadá. Y, como si fuera poco, en el último juego en Bahía Blanca sufrió un esguince Gabriel Deck que podría dejarlo fuera de competencia en la definición de Córdoba.

Y sin embargo, no hemos visto a ningún jugador argentino esbozar un atisbo de excusa. Podríamos decir que eso se llama cultura.

Mientras en otros equipos del básquetbol internacional los jugadores renuncian, en Argentina las leyendas deciden quedarse aún cuando no pueden jugar. "Voy a acompañar al equipo lo que resta del torneo", dice Scola, frustrado por su lesión, pero sabio y generoso. El rol de la transmisión del mensaje para lo que viene es tan importante como su función irremplazable dentro de la cancha.

En Argentina los jugadores no se quejan, no se excusan, no se quedan con nada. Quizás por eso, ayer, ganando por más de 40 puntos ante Islas Vírgenes, los chicos tenían latente ese sentido de urgencia de ir por más. Siempre por algo más. Esto no viene de ahora, esto es de mucho antes. Se sabe que muchas veces eran más intensos los entrenamientos de la Generación Dorada, la mayoría de ellos a puertas cerradas, que los propios partidos.

El fuego sagrado de Facundo Campazzo es algo con lo que se nace, pero también hay una cuota de templanza aprendida, digerida, contemplada de figuras que lo acompañaron en su proceso evolutivo. La transformación de potrillo salvaje en líder nato no se produce en un día: son horas de vuelo pero también de enseñanza. Campazzo cambió su cabeza pero también sus hábitos alimenticios, su manera de entender el deporte. Y este es sólo un ejemplo de varios jóvenes que ya forman parte del equipo y de otros tantos que miran de cerca y entienden que hay un único camino para llegar al éxito. Una cultura de trabajo, de sacrificio, de esfuerzo que paga con creces en el tiempo. En el país del atajo recurrente, hay un equipo que dice, desde hace varios años que no, que hay otra manera de hacer las cosas. Que vale la pena el camino largo porque, al final del túnel, será el genuino.

La revolución, entonces, ha dado sus frutos: no se trató nunca de nombres, porque ahora son las caras nuevas las que tienen en sus manos la hoja de ruta.

Quizás ese reconocimiento a Pepe Sánchez, Alejandro Montecchia, Juan Espil y Hernán Jasen, los cuatro Beatles bahienses de la generación del '70, haya significado algo más que una simple mirada al pasado inmediato en el calor de la noche que despidió al equipo en el Osvaldo Casanova. Una continuidad invisible entre los que pudieron y los que buscan poder. Quizás las lesiones de Scola y Deck, dolorosas, inentendibles, inesperadas, sean una prueba de carácter más para forjar a una nueva generación de talentos que sueña con escribir sus propias líneas sobre la hoja en blanco. Habrá que multiplicar piernas para maquillar impurezas. Ese sacrificio extra del que no se habla es el que está internalizado. La camiseta albiceleste otorga derechos pero muchas más obligaciones. Hablemos entonces de honor, palabra hoy en desuso.

Ya nadie predice épocas de oscuridad detrás de la belleza de los dorados, porque la generación que pasó, la iluminada, fue mucho más que triunfos dentro de la cancha. Trascendieron con el mensaje y lo grabaron a fuego entre todos los que integran la selección, pero también en los que la enfrentan. ¿Quién quiere chocar contra un equipo que no se rinde? La Seleccion Argentina convive con el hambre recurrente. Y sepamos que la gloria nunca quiso sentarse a la misma mesa con la fama y el dinero.

La AmeriCup, entonces, será sólo un peldaño en la escalera de la edificación de la identidad, algo mucho más importante y poderoso que cualquier competencia. Sin Scola, el equipo tiene un promedio de 23.5 años edad. ¿Querían futuro? Aquí hay futuro. Un equipo que maquilla imperfecciones sin caer en el universo de las excusas, que empuja espalda con espalda, que trabaja a diario para disminuir los pecados de individualismo en función del beneficio conjunto. Es el concepto de masa crítica: el mayor éxito posible con la menor cantidad de recursos disponibles. Todavía hay mucho, muchísimo por hacer, pero las señales son alentadoras. El básquetbol del bien común se vio mucho más claro en el tercer juego en Bahía Blanca ante Islas Vírgenes y esas libertades se dan muchas veces por la ausencia de presión. Hay que entender que se trata de un recorrido, no de un destino final e inequívoco.

Argentina definirá el fin de semana el torneo en Córdoba, pero más allá del resultado final, lo más importante que se llevará es el comienzo de una nueva historia, que tendrá alegrías, tristezas, esperanzas y desilusiones en los años venideros. En esa mezcla de emociones, la cultura de trabajo, de todos para todos, será el timón que conduzca el barco siempre hacia buen puerto. No hay nadie más importante que la Selección.

Con esa máxima, no existen ni existirán los imposibles.