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Bruno Altieri 6y

El peregrinaje en busca de las emociones perdidas

Todo comienza con un viaje, sin valijas ni boletos. Una experiencia que exhibe en un tercero lo que es, sin saberlo, un peregrinaje de introspección hacia uno mismo.

El deporte es, por sobre todas las cosas, emocional. El público emprende travesías que contradicen la razón en busca de sensaciones extraviadas. Se sienta en sillones confortables con el objetivo de ver para volver a ser. La proyección como modo de realización.

Manu Ginóbili ha sido la llave maestra que permitió unir puntas de un mismo ovillo. Existe un tiempo lineal y otro transversal que se abre como un tajo para que despierte la chispa y surja la llama. Para que el deporte abandone el status quo y vuelva a ser lo que alguna vez fue.

El sueño del regreso no ha sido otra cosa que el sueño imposible. Los griegos aseveraron que nadie puede bañarse dos veces en el mismo río. Sin embargo, existe una pulsión humana que empuja a repetir sensaciones extinguidas. El abrazo con amigos de la infancia, el recreo en el colegio secundario, el amor de un abuelo, el hecho de jugar por jugar hasta que el calor de la tarde dice basta. Pero no se puede volver de manera completa y es allí cuando la frustración se mezcla con el dolor: el lugar al que se regresa ya no es el mismo y quien emprende el retorno ya dejó de ser quien era.

La nostalgia es, sin dudas, un sentimiento contradictorio.

Nos pasamos la vida buscando repetir esos flechazos, esos Déjà vu transitorios. El primitivismo de la sensación. Saluden a los tiempos modernos, nos dicen, pero sin embargo todos, absolutamente todos, tenemos un pie anclado en el pasado. Somos lo que fuimos y eso explicará lo que seremos. Quizás sea por eso que emprendemos el peregrinaje hacia un territorio desconocido para volver a conectar, para escapar de las cosas materiales y llegar a lo verdaderamente importante. No hay dinero que pueda comprar algo así. A medida que pasa el tiempo, justamente es tiempo lo que más necesitamos.

Manu Ginóbili ha sido la fisura que permite ese regreso momentáneo para quien observa. La conexión de generaciones que hace que abuelos, padres e hijos converjan en un tiempo común, hablen un mismo idioma y disfruten entre sí. Se dice que un segundo en el básquetbol dura mucho más que en la vida real: el escolta de Spurs ha llevado esta máxima hasta un terreno absurdo.

En definitiva, el Ginóbili sensación ha derrotado al Ginóbili deportista, con todo lo que eso significa. Los perseguidores del sueño del regreso recorren el mundo para presenciar de cerca lo que han experimentado desde el sillón de sus casas. Se abrazan, saltan, festejan, vuelven a ser quienes fueron tiempo atrás. Se despojan de los preconceptos y se entregan al truco completo de la adolescencia. ¿Acaso esto puede ser posible? ¿Se puede vencer al tiempo?

Ginóbili nos hace pensar a todos, utópicamente, que se puede. Que aquel mundo que alguna vez transitamos sigue vivo en algún lugar del universo, que las impurezas dejan de ser impurezas cuando las concesiones emocionales salen a la luz. Que podemos volver a alguna parte, que no es otra cosa que volver a nosotros mismos. Mientras haya algo para decir, entonces aquellos tiempos seguirán de pie, peleando mano a mano contra la dinámica absurda del progreso desmedido, del sálvese quien pueda como pueda. Hay cuentos que merecen ser escritos, leídos y contados de generación en generación.

Vencer al tiempo como un modo de supervivencia. El peregrinaje en busca de las emociones perdidas, el sueño eterno del regreso, el héroe que rompe el tiempo-espacio para trascender encima de sus posibilidades. Manu Ginóbili ha escrito el guión de su propia película, pero también ha puesto huella en la nuestra. No se trata sólo de básquetbol, porque la identidad se forja, se nutre y se respeta.

Volver para que todo vuelva. Sentir para que todo tenga sentido.

El final, que se espera desde hace tiempo, nunca será final. Hay historias, en definitiva, que viven para siempre.

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