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LeBron James, el Gran Hermano de la NBA

LeBron James toma el balón y llega dribbleando al otro costado de la orilla. Pese a la hostilidad del entorno, lo hace al trote, regulando, cómodo en una situación de plena incomodidad. Se produce un silencio momentáneo que resquebraja el pleno de alaridos. La calma que antecede a la tormenta, la sensación de que algo fantástico está por suceder. LeBron se acerca al objetivo, toma la pinza y corta el cable en el último segundo. La promesa, entonces, se hace efectiva. La saciedad de momentos de leyenda se consume una vez más en las tribunas, se reproduce a través de las redes y se unifica en el centro de la cancha, sector en el que se forma un corazón de manos y piernas color vino tinto que rebota y se hace elástico al ritmo de su estrella.

LeBron lo hizo una vez más. Como hoy, como siempre. Como si fuera fácil, un chasquido de dedos y otra vez la comprobación final de que lo mejor finalmente ha llegado. La llave maestra que abre la puerta grande de la eternidad, la misma que alguna vez estuvo en manos de otros, hoy duerme debajo de su almohada.

James ha cumplido un imposible: de ser un jugador odiado por muchos a ser un jugador venerado. De ser un niño caprichoso e inmaduro a cambiar su mentalidad, ser responsable y alcanzar la evolución completa. De Cleveland a Miami con boleto de regreso a Cleveland, en busca de la redención alcanzada. De anotador compulsivo a jugador 360 grados. El advenimiento de los poderosísimos Golden State Warriors lo han corrido de lugar: de banca pasó a ser punto, de mirar a todos desde arriba a correr desde atrás. Y eso lo mejoró ante el espejo del mundo y ante su propio espejo, que siempre es el más difícil de convencer.

LeBron hoy es la figura humana que más se asemeja al panóptico de Foucalt: la sensación de ubicuidad, de ojos invisibles en nuca, pantorrillas y antebrazos, son argumentos que lo convierten en el jugador más completo de la historia. Es un Gran Hermano que todo lo puede, todo lo ve, todo lo controla y todo lo soluciona. Con compañeros y rivales. Con el juego mismo. Un registro interno pocas veces alcanzado en la historia de la Liga.

No se trata de ser el mejor, que sería una opinión completamente subjetiva, sino de poder ver la realidad sin tanto maquillaje: nadie pudo hacer tantas cosas dentro de una cancha como LeBron James, capaz de tener la motricidad fina de un relojero y la potencia de un jugador de fútbol americano. Y todo esto a la absurda edad de 33 años. LeBron se postea contra los chicos, ataca a los grandes, defiende primetrales, internos, juega encima del aro, corre la cancha en transición ofensiva y defensiva. Es el comodín soñado por cualquier entrenador.

Pero no alcanza con palabras, necesitamos sumergirnos en los números para entenderlo mejor. En esta postemporada, James promedia en playoffs 34.8 puntos por juego (2ª marca de su carrera, la mejor fue 35.3 en 2009), 8.8 asistencias (1ª), 56.7 en puntos anotados/asistencias (1ª), 35.3 en PER (2ª, 37.4 en 2009), cuatro partidos de 40 puntos (1ª) y dos tiros de último segundo (1ª). Pese a todo esto, no alcanza a dimensionarse en estas estadísticas lo que ha significado James para Cleveland hasta aquí.

Vayamos un poco más profundo entonces: mientras está en cancha, ha casi duplicado la cantidad de toques de balón del resto de los jugadores de los Cavaliers, teniendo la pelota más del 50% de las veces de las ofensivas de Cleveland. Exactamente, 52% de posesión de balón, contra 11% de George Hill, 8% de J.R. Smith y 7% de Kevin Love. Según nos agrega Second Spectrum, 12 de las 15 jugadas top de los Cavs en esta postemporada incluyeron a James. Cleveland anota 1.08 puntos por jugada cuando LeBron está involucrado en la jugada y 0.84 cuando no lo está.

La estrategia de Tyronn Lue para que su jugador estrella pueda tomar tanta iniciativa es no emparejarlo con la estrella rival en el costado defensivo. James es más bien una rueda de auxilio ante las filtraciones: sólo ha defendido, por ejemplo a DeMar DeRozan en la serie ante los Toronto Raptors en cuatro oportunidades, habiendo controlado individualmente a Thaddeus Young y Serge Ibaka, ambos lejos de ser opciones ofensivas de primera línea.

Esta será la decimosegunda vez consecutiva que LeBron James juega las Finales del Este, habiendo ganado en ocho de las once anteriores el pase a la Final de Liga. Ahora deberá medirse a los Boston Celtics, y si bien Al Horford, que dominó a Joel Embiid en la serie ante los Philadelphia 76ers, es un jugador relevante, ha encontrado en James la némesis de su carrera: el centro dominicano sólo pudo imponerse en 1 de 16 presentaciones de playoffs ante el genio de Akron. De hecho, el equipo de James eliminó al de Horford en los playoffs de 2009, 2015, 2016 y 2017. Hay que saber que esa marca de 4-0, LeBron también la tiene ante Paul George, Taj Gibson, Joakim Noah y, por supuesto, Lance Stephenson.

¿Quién defenderá a LeBron, entonces? No se espera un especialista por parte de Brad Stevens, sino más bien una combinación de factores que altere el producto. En materia de emparejamientos 1-1 ante James en serie regular fue así: Jaylen Brown (56), Marcus Morris (55), Semi Ojeleye (37), Marcus Smart (13) y Jayson Tatum (12). Ante Giannis Antetokounmpo, jugador que puede compararse con LeBron, Stevens alternó a Horford y Ojeleye en primera ronda. Todo está por verse.

LeBron ha demostrado que ya pertenece a una raza de jugadores únicos. Ha disfrazado un equipo promedio, para algunos de lotería, en un contendiente al campeonato de la NBA. La transformación de oruga en mariposa ha sido sin detenerse, una renovación invisible de grupo que se ha dado sin que el ojo habituado pueda percibirlo. Ya no queda espacio para las comparaciones, porque el molde de este talento es diferente a todo lo anterior. La competencia es contra todos, pero por encima de eso contra él mismo.

La ruta hacia la eternidad luce límpida y despejada.

De todos modos, aún quedan muchos capítulos para que el libreto siga sorprendiendo.