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El discurso del Rey

La figura de LeBron James es la de un mandatario de estado rodeado de sus ministros. O la de un ladrón de bancos secundado por sus secuaces, listo para enviar un mensaje al mundo tras dar un nuevo golpe maestro que lo pondrá en la lista de los más buscados.

"El básquetbol es un deporte de equipo. Estamos en las Finales porque mis compañeros jugaron un extraordinario partido", dice LeBron en su discurso post hazaña y parece más una provocación que una realidad concreta. Porque en sus entrañas, en el rincón de los secretos escondidos bajo siete llaves, sabe que lo que dice está lejos de ser cierto. Que es más un mensaje enviado al océano dentro de una botella, un anhelo por ver el sol brillante a fines de junio, pese a que los pronósticos indican temporada de huracanes.

Si los Cleveland Cavaliers fueran la reencarnación artística de La Balsa de la Medusa de Theorode Gericault, el cuadro sería sólo un hombre en la proa apuntando a la esperanza de sobrevivir y el resto de la tripulación abrazado a sus tobillos para escapar a la muerte inminente.

LeBron conoce su pasado, interpreta el presente y quizás esté regresando del futuro para que su discurso afecte lo que está por venir. Sin sus compañeros a tope, los Cavaliers serán sólo un grito de esfuerzo en la búsqueda fútil de un campeonato imposible. James necesita guardaespaldas inflexibles para no convertirse en un mito melodramático próximo a conocer su propia Pompeya en ruinas. Nunca antes tuvo el genio de Akron un sentido de ubicuidad tan importante para el juego, pese a estar rozando los 34 años.

La carga simbólica de este esfuerzo aturdió a los escépticos ortodoxos. Todo parecería conspirar para que su libreto sonría a la proeza; se ha convertido en una especie de Truman Show en el que compañeros, rivales y entorno confluyen para que situaciones recurrentes luzcan artificiales o guionadas; hoy LeBron James es la reinvención de un Hércules deportivo capaz de emprender un regreso a la gloria esquivando tempestades de todo tipo. El asunto va tan en serio que excede lo racional y le ha permitido ganar adeptos y destruir a los críticos de turno. La razón, además de lo observado, tiene que ver con el entorno: la constitución de equipos poderosos como los Golden State Warriors o Houston Rockets en el Oeste, han puesto a James en el rol de débil, contradiciendo lo que ha sido gran parte de su carrera.

La pregunta es inevitable: ¿hasta dónde llegará este jugador?

Ni Magic Johnson, ni Michael Jordan, ni Julius Erving. LeBron James escribe su propia historia y se sumerge noche a noche en el Rubicón de los inmortales. Atrás quedaron los tiempos de egocentrismo desmedido; hoy su sola presencia infunde respeto. Cuando tiene el balón LeBron, la expectativa es tan grande que hasta los cuervos de Alfred Hitchcock parecen sugerir poca cosa. No lo digo yo, lo dicen los números que provee el departamento de estadísticas de ESPN: en el Juego 7 ante los Boston Celtics, jugó todo el partido -no salió ni un segundo- lanzó 24 tiros con un promedio de distancia de cinco metros, y 18 de los 24 fueron con marca encima. Creó 21 lanzamientos de sus pases de los cuales 13 fueron abiertos, defendió 19 tiros de campo y el equipo de Brad Stevens se fue con 6-19 cuando él fue defensor primario. Y lo más interesante de todo: de los 151 tiros del partido, James intentó, creó o defendió el 42% de ellos.

Con este triunfo, LeBron se convirtió en el sexto jugador en la historia de la NBA en alcanzar ocho Finales consecutivas, uniéndose a cinco jugadores de los equipos de Celtics de las décadas 50 y 60. La Aldea Global, que ya digirió su partida de Cleveland para saborear su inmaculado regreso, tiene a su ícono todoterreno en plano preferente. Para poner algo más de pimienta a la receta de la inmortalidad, las proyecciones indican que los Cavaliers tienen sólo un 10% de chances de ganar las Finales de Liga, tanto contra Rockets como contra Warriors.

"El éxito es porque somos un equipo, aprendí esto desde que tomé un balón por primera vez cuando tenía nueve años", completa el Rey. El desafío discursivo plantea un escenario sistémico y de conjunto que no es otra cosa que aspiracional, porque la realidad es que el fenómeno ya trasciende las palabras; engloba la superación de las pruebas a las que fue sometido Hércules para su redención y abraza al héroe con el niño que ensayó un dribbling por primera vez. LeBron hace cosas maravillosas porque debe, pero mucho más porque puede.

Más allá de la forma, el turno de aquí en más será del contenido: para quebrar el desafío final hacia la conquista del imposible, James necesitará algo más que sus súper poderes.

No alcanzará con frotar la lámpara: hablarle a sus compañeros es el primer paso en la búsqueda de la gran hazaña.