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Carmelo Anthony o el genio que nunca fue

Carmelo Anthony se uniría a James Harden en los Houston Rockets Layne Murdoch Sr./NBAE/Getty Images

La paradoja del genio incomprendido se repite en todos los ámbitos, en todos los lugares, en todos los tiempos. La expectativa y la realidad son puntos de un mismo elemento que rara vez logran confundirse entre sí: una pulsión que acerca y separa, que seduce pero no concreta. Amantes que cruzan sus ojos en la noche para perderse luego en el tumulto, una ráfaga efímera de lo que fue y de lo que pudo haber sido.

La conspiración hacia la esterilidad del éxito tiene toda clase de elementos, pero empieza en el propio protagonista de la historia. Las excusas no son otra cosa que un carnaval de caretas coloridas que evitan desnudar las imperfecciones evidentes; evitar la cruda mirada del espejo es el primer paso para no aceptar que todo lo maravilloso que parecía bien podría estar condenado a ya no ser.

Carmelo Anthony, miembro de la estelar clase de 2003 que incluyó, entre otros, a LeBron James, no ha hecho más que deteriorar todo aquello en lo que estuvo vinculado. "No pienso convertirme en suplente. No hay nada que hablar al respecto", dice, como si la vida empezara y terminara con lo que él decide. Una versión deportiva del mito de Narciso, quien estaba tan enamorado de sí mismo que encontró la muerte ahogado en una fuente al enamorarse de su propia imagen reflejada.

Anthony es la contraindicación a la cultura de la libertad suprema. El ícono que quiere sobresalir por encima del entorno sin pagar el costo del peaje. El desarrollo individualista cargado de hedonismo lo convirtió, pese a su talento descomunal, en un puñal de doble filo para el entrenador de turno. Su forma de ver el juego puede extraerse de una tienda de antigüedades: la actualidad es compartir, ya que nunca hubo un momento más claro en la historia del básquetbol en el que el "nosotros" estuvo más presente que el "yo".

Licurgo, el feroz legislador de la vieja Esparta, impuso sus leyes en aquel entonces apoyándose en el Oráculo de Delfos y mantuvo una severidad y disciplina extrema entre sus habitantes. La cultura de aquella rigidez establecía "el desprecio por lo cómodo y lo agradable". Este modelo, que en el deporte que nosotros conocemos bien podría aplicarse a ex entrenadores NBA como Larry Brown o Jerry Sloan, tampoco tiene que ver con lo que se necesita hoy en día para conseguir resultados. Ni un extremo, ni el otro: hoy el básquetbol es ritmo e intensidad, con reglas claras en ambos costados pero con salidas transitorias para que el talento individual se desparrame cuando es necesario. Así se logró que talentos como el de Stephen Curry encuentren un propósito y un destino práctico para sus artes, con la química justa para evitar un desbalanceo indeseable.

El libro de Anthony ya ingresa en su epílogo y su talento jamás ha encontrado, hasta hoy, cómo hacer que sea funcional a una idea global de juego. Ni en los Nuggets, ni en los Knicks, ni en el Thunder. Ni siquiera el baldazo de agua helada que recibió en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 con el Team USA le sirvió para tener algunas horas de diván con sí mismo.

Ahora, Carmelo ha decidido salir de Oklahoma City, quebrar el vínculo con Atlanta Hawks y apostar por Houston Rockets. Quizás el método de Chris Paul sirva para encauzar a una oveja descarriada. Quizás el talento de James Harden eclipse cualquier otro rol protagónico. O quizás, una vez más, el germen contamine al resto del cuerpo.

Mike D'Antoni, en el laboratorio, trabaja una fórmula que puede servir para frotar la lámpara y despertar al genio que nunca fue.

Mas allá del lógico escepticismo, una chispa de expectativa vuelve a encenderse.

Eso sí: ya no hay lugar para futuras oportunidades.