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La incertidumbre llamada Los Angeles Lakers

Cuando Mary Shelley escribió su novela Frankenstein, allá por comienzos del siglo XIX, despertó un modo de atrevimiento de la humanidad hacia la figura de Dios. La novela gótica, obra maestra de la literatura, dio lugar a un Prometeo renovado, capaz de arrebatar el fuego divino para construir un mundo hasta entonces no explorado.

LeBron James, junto a la dirigencia de Los Angeles Lakers, han construido, en la sumatoria de cadáveres deportivos, su propio Frankenstein basquetbolístico. James se ha transformado en el Prometeo de la NBA, buscando combatir al Dios liguero llamado Golden State Warriors en la Conferencia Oeste. La sumatoria de partes, sin embargo, ha sido polémica; han dado lugar a un engendro extraño, cargado de una cuota de imprevisibilidad absurda para el epílogo de la carrera de un jugador que será, por los tiempos de los tiempos, leyenda del básquetbol.

El laboratorio angelino no ha tenido reparos en sumar líquidos inflamables a su fórmula decisiva. LeBron deberá ser alquimista y corazón de un cuerpo conformado por doce cuerpos que deberá moverse a su ritmo, con todo lo que eso significa.

En esta conformación extravagante, los Lakers tendrán un núcleo joven con proyección -Brandon Ingram, Lonzo Ball, Kyle Kuzma y Josh Hart- y un grupo de veteranos que pueden conformar un cóctel estelar o una bomba atómica que implosione puertas para adentro. ¿Cómo hará Luke Walton para controlar el irascismo de Rajon Rondo, el descontrol de Lance Stephenson y Javale McGee, y la rebeldía de Michael Beasley? ¿No es demasiada carga irracional para un equipo que aún busca su lugar en el mundo? De acuerdo, está LeBron James, pero promediando la temporada, y considerando los actores que conforman este gigante púrpura y oro, la analogía con la novela de Shelley puede ser cristalina como el agua: el creador del engendro, en el libro, huye despavorido del laboratorio al observar el horror de lo que había creado.

Los Lakers, que la temporada pasada tuvieron el segundo peor porcentaje en triples de toda la Liga, no han sumado tiradores estelares a su estructura. El básquetbol moderno, que hoy es ritmo, correr y lanzar, no parece haber llegado a estas tierras. La velocidad no parecería ser un factor problemático, pero sin capacidad de ser letales detrás del arco, este conjunto luce previsible, anacrónico y obtuso contra rivales como Rockets y Warriors, que acostumbran a ser arqueros afilados en las cinco puntas de su pentágono de estrellas.

LeBron James, el presidente Magic Johnson y el manager general Rob Pelinka saben que deberán, en el futuro -aún no sabemos si cercano o lejano- realizar una transformación del equipo para ser más competitivos respecto a rivales aggiornados al básquetbol de vértigo. Cuesta pensar en una temporada de transición con James al mando, pero es inevitable: hoy este monstruo de jugadores pesados y veteranos tienen un punto a favor que es la experiencia, pero uno muy en contra, y decisivo, que es el encuentro de partes. Es cierto que hay una cabeza que domina al resto de las cabezas, pero lo que puede funcionar en un inicio no siempre será correlativo en el final.

Los Ángeles, mercado por excelencia, está listo para recibir una nueva superproducción de Hollywood. Con las cartas encima de la mesa, la película, que contará con el actor deseado por todos, aún no sabe si pertenecerá al género de la comedia, al dramático, a la ciencia ficción o al terror.

El principio de incertidumbre, en definitiva, nunca estuvo tan presente como hasta ahora en la carrera de LeBron James.