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Las mil y una noches según Manu Ginóbili

AP Photo/Eric Gay

La historia por capítulos de 'Las mil y una noches" cuenta que el sultán Shahriar desposaba una virgen cada día y, a la mañana siguiente, mandaba a la misma a decapitar. Según la leyenda, Scheherezade se ofrece para salvar a su hermana Dunyazad contando, previo a su muerte inminente, un cuento ante la atenta mirada del rey, manteniendo así a su majestad despierto y entretenido durante la noche. Cuando Shahriar le exige que prosiga ante la llegada del alba, Scheherezade se excusa y pide postergar la narración a la noche siguiente. Así, salva su vida y la de su hermana, los relatos se extienden y se encadenan por mil y una noches hasta lograr deponer la conducta del sultán y casarse finalmente con él.

Esta bellísima historia, que trasciende los tiempos, no posee autor. Son varios libros anónimos. Y todo lo que es anónimo, por lógica, no es de nadie. Aunque visto de otro modo, lo que no es de nadie en realidad es de todos.

Manu Ginóbili anunció su retiro y con él, una parte de nosotros ha dejado de existir. Están los buenos, los muy buenos y los imprescindibles. Ginóbili pertenece a la última categoría porque, como los grandes artistas, trascienden una nacionalidad, una camiseta, un tiempo y un espacio. No forman parte de un hábitat, ellos mismos son el hábitat que se modifica de manera continuada.Y su legado, que en la introducción les pertenece, en el epílogo pasa a las manos de todos los que alguna vez observaron un partido de básquetbol, tengan conocimiento del juego o no.

Las más de mil y una noches en la que nos ha mantenido en vela, Ginóbili ha sido nuestra propia Scheherezade. Los cuentos disfrazados de partidos, encadenados uno tras otro, le han permitido sobrevivir en un mundo que decapita deportivamente a sus atletas como Cronos devorando a sus hijos. No hay lugar para los débiles. Y si Ginóbili fue Scheherezade, el tiempo ha sido el sultán Shahriar. Ese engaño sistemático ha sido bello e inédito:

- "Muy bonito. Sólo os pido que continúe esta historia"

- "¿Majestad, acaso no ha visto las luces del alba?"

Si hace siglos eran las hojas de papel las que llevaron esta riquísima historia al público masivo, fue la TV por cable, la TV satelital y las redes sociales las que mostraron al mundo cómo sobrevivía Ginóbili jornada a jornada a los avatares del tiempo. Si para Scheherezade fue su hermana la motivación, para Manu fue la necesidad de conquistar triunfos. Como sea, donde sea, a la hora que sea. De romper barreras, de extender límites, de sellar la historia circular de un sueño promovido en Bahía Blanca y consumado en San Antonio. En Atenas. O donde él dispuso, con innumerable cantidad de compañeros, rivales, y escenarios de por medio.

Hablando de tiempo, los griegos decían que nadie puede bañarse dos veces en un mismo río. Vaya paradoja, Ginóbili encontró, deportivamente hablando, la forma de ducharse por más de dos décadas de manera continuada. Y fue precisamente en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 donde empezó su carrera hacia la inmortalidad. El esfuerzo cinematográfico tuvo miles de picos altos, hasta el final de sus días como deportista. El cuento que nunca termina, el libro de arena de Borges sin tapas ni contratapas, la Biblioteca de Babel que siempre tiene un libro más, una escalera más, un estante más. Ese concepto de infinitud vivió dentro de Manu cada vez que saltó a la cancha. Él fue el propio Aleph dentro de un juego que cambió varias veces a lo largo de su carrera y que lejos de dejarlo en el camino lo obligó a modificarse. Nunca fue llevado a la hoguera como Copérnico porque él demostró dentro de la cancha que la tierra puede girar alrededor del sol. O viceversa, según lo que se necesite. "Estas son las reglas y si no les gusta puedo cambiarlas". Así hemos visto a Manu ser base, escolta, alero, tirador, pasador, estratega... ¡Hasta entrenador!

Todos estamos condenados a no poder leer nunca todas las páginas escritas, y esa no es otra cosa que nuestra finitud. La condena de la elección nos persigue como una espada de Damocles danzando sobre nuestras espaldas. Sin embargo, bien vale la pena esa búsqueda incansable de los secretos mejor guardados, porque quizás una tarde, parecida al resto de las tardes, encontremos en algún libro extraviado aquellas oraciones determinantes que permitan la felicidad plena. La que nos cambie la vida sin buscarlo. Dentro del territorio del básquetbol, Manu fue, para los fanáticos olvidados de estas tierras, esa oración imposible jamás imaginada.

Ginóbili es el deportista más importante que dio el deporte argentino porque modificó su disciplina para siempre, en comparación con otros grandes genios que tenían la ruta ya trazada. Manu la diseñó, la construyó y la transitó. Cuando estuvo en cancha, el país se paralizó como ocurre con casi nadie. Existe un antes y un después de él, sin ninguna duda. Primero fue entrar en la NBA, luego anotar un doble, ganar un partido, ser campeón, ser cuatro veces campeón, jugar Juegos de las Estrellas, ser campeón olímpico, subcampeón mundial. Podría gastar siete párrafos en esto y ni siquiera alcanzaría. He visto cerrar lugares enteros por un partido de primera ronda de playoffs en Bahía Blanca, mi ciudad natal, que dejó de tener a Jacksonville como ciudad hermana para conquistar a San Antonio como un modo de fidelidad entre pares. ¿Dónde quedó ese juego de leyendas? ¿Sobrevive hoy en día? En tiempos en los que el deporte se consume diferente, en los que la gente pretende que todo llegue al living de sus casas por delivery, los hinchas de Manu se trasladaron pagando fortunas para ver a la leyenda jugar por última vez. Fueron a buscarlo a él para encontrarse consigo mismos. Para entender de qué se trata la nostalgia. Él fue el ícono de un sentimiento que estaba ahí y que querían apretujarlo una vez más para no olvidarlo. Viajar para estar y poder codear a tu hijo, a tu papá, a tu abuelo, y entender que ahí abajo hay un loco pelado que corre, que se esfuerza, que se agita, que te hace sentir que estás vivo. Que conmueve. Que si él puede, todos podemos. Que el tiempo nunca pasó, que volvemos a algún lugar del que nunca quisimos irnos, que se puede ser grande entre grandes sin recurrir a golpes bajos, comportándose tan bien como soñaban los próceres ya olvidados.

Ginóbili vuelve a disfrazarse de Scheherezade una vez más. Se trata del último cuento, pero nadie sabe que así será. Ni siquiera el sultán Shahriar, vestido de tiempo, quien decide mirarlo fijo a los ojos y ya no espera por la llegada del alba; en un pecado de egoísmo lo abraza y todo pasa a ser la misma energía, transformándolo en inmortal. "Ellos no se han salvado, pero tú querido amigo, tú lo harás por toda la eternidad".

El chico de Bahiense del Norte, el hombre de San Antonio Spurs y la Selección Argentina. El relato que empieza y no termina, las mil y una noches del genio, el talento que se eleva hasta transformarse y trascender en leyenda. Algún día, tus hijos, y los hijos de tus hijos preguntarán por él. El silencio ya está entre nosotros y se escucha como nunca antes.

Manu Ginóbili, entonces, vive para siempre.