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El centro de atención: ¿dónde se encuentra Tacko Fall en el baloncesto?

SE PREPARÓ para ser amable, aunque nadie le respondió de la misma forma.

Cuando los niños en Senegal se burlaban de él, simplemente porque su altura se imponía sobre todos ellos, él se negó a tomar represalias, se negó a dejarse caer en lágrimas, se negó a correr a casa y contárselo a su madre, a pesar de ser apenas un niño de 8 años.

“No podía decirle a mi madre”, comenta Tacko Fall. “Ella los habría matado”. Por eso, cuando ellos se burlaban de él, llamándolo Botoumboo, como un chistoso personaje de caricaturas senegalés, él se mantenía erguido y silente, tal como su madre le enseñó. De forma discreta, Fall absorbía los insultos hechos por niños cuatro años mayores que él; mofándose de alguien tan grande los hacía sentirse más rudos, más fuertes, más cool.

“Siendo niño, estas son cosas que uno debe soportar”, explica Fall. “Estas son las cosas que te hacen o te rompen”.

Cuando Tacko llegó a Estados Unidos, continuaron los actos de desprecio, aunque eran en mayor medida producto de la ignorancia, en vez de la crueldad. Donnie Jones, su entrenador en la Universidad de Central Florida, se mantiene incrédulo ante las cosas que la gente solía decir mientras Tacko cruzaba el aeropuerto, pasando desde el usual: “¿Cómo está el clima por allá arriba?” hasta el más siniestro “¡Tú podrías estar en el circo!”.

Eventualmente, Jones dio instrucciones a Fall de mantenerse en su asiento mientras esperaban sus respectivos vuelos, para así evitar que la gente no pudiera tener una verdadera idea de su estatura. “Todo esto forma parte de tu educación”, le decía Jones en consuelo. “Ellos solo ven tu cuerpo, no tu mente maravillosa”.

Actualmente, Tacko Fall ya es un hombre, acostumbrado a la vida en una pecera alargada. Cuando se mide 7 pies y 7 pulgadas de estatura y no te puedes meter dentro de un auto hasta que lleves el asiento hasta el extremo y te reclines para así poder desplegar tus delgadas piernas, cuando no se puede adquirir un suéter cuello de tortuga lo suficientemente largo para proteger tu esbelta contextura de los gélidos inviernos de Nueva Inglaterra, pues hay que aprender a improvisar. Se entiende que la gente te mirará fijamente: siempre lo han hecho y siempre lo harán.

“A veces, es incómodo”, admite Fall. “Soy una persona tranquila, pero llamo mucho la atención y no siempre me siento cómodo con eso”.

Se trata de una batalla constante, este intento de persuadir a los demás a ver a Tacko Fall como algo más que una curiosidad. Cuando se afanan para saludarlo, empujando y luchando para obtener una mejor visual, no saben (o no les importa) que Tacko cuenta con un intelecto curioso, un título universitario en ingeniería, que tuvo una calificación tan alta en sus pruebas de aptitud académica (denominadas SAT en Estados Unidos y que fueron hechas en inglés, su segundo idioma) que cumplió con los requisitos para estudiar en escuelas de la Ivy League, conocidas por sus exigentes niveles académicos. No se detienen para tomar en cuenta los esfuerzos humanitarios que ha hecho en su país natal, su deseo ferviente de hacer que esto del baloncesto funcione, para así establecer su propia fundación y ayudar a su pueblo. “(Quiere) convertirse en un líder global”, dice Jones. “Hablamos todo el tiempo al respecto”.

Por estos días Tacko Fall, siendo el pívot tremendamente popular de los Boston Celtics, está envuelto en adoración y no en escarnio. Pero eso, también, tiene su precio.

Algunos han denominado a Tacko Fall como fenómeno del baloncesto, pero eso es totalmente preciso. Él sigue aprendiendo y no se siente listo para reclamar un puesto en el panorama de la NBA. Bajo las condiciones de su contrato, solo puede jugar un máximo de 45 partidos para los Celtics y pasará la mayor parte de su tiempo en el equipo afiliado de los Celtics en la G League en Portland, Maine. Sus apasionados seguidores deberían aprestarse para la posibilidad muy certera de que Fall solo jugará pocos minutos en la NBA esta temporada.

Sin embargo, eso no evitará que sus aficionados se vistan con voluminosos disfraces de comida rápida para rendirle homenaje. No evitará que hombres, mujeres y niños, adeptos o no al baloncesto, pierdan la compostura cuando lo vean.

En julio pasado, cuando Tacko y su compañero Grant Williamson se levantaron de sus asientos para salir del Fenway Park, donde presenciaban un partido de los Red Sox, los asistentes abandonaron sus asientos y a su equipo de béisbol para perseguir a Fall en busca de una foto, un autógrafo, un apretón de manos. Fall requirió de aproximadamente una hora y media para salir del Fenway Park; no había dónde esconderse.

Cuando te llamas Tacko Fall, nunca hay sitio donde esconderse.

“Él puede estar exhausto”, afirma Williams. “Pero Tacko nunca dirá que no. Seguirá sonriendo, deteniéndose y firmando autógrafos, posando para la foto”.

“Me preocupo por él. La gente no tiene malas intenciones; pero necesitan entender que él es un ser humano, igual al resto de nosotros”.

Hasta la propia cancha de baloncesto ha amenazado en convertirse en un espectáculo de vodevil. Todo comenzó en la NBA Summer League en Las Vegas, en la cual las apariciones de Fall sobre el tablero fueron recibidas con el mismo entusiasmo mostrado ante la coronación del rey. Y si los aficionados exigentes no recibían su dosis diaria de Tacko, ellos comenzaban impacientemente a corear su nombre, exigiendo al menos un cameo.

Esta tendencia se mantuvo una vez que Tacko comenzó a compartir la banca con sus compañeros de los Celtics durante la pretemporada. Y ha proseguido en la campaña regular, cuando el Madison Square Garden voceó su nombre en el partido del sábado.

“Es algo que no podemos controlar”, afirma el entrenador Brad Stevens. “Intento reconocerlo. Voy donde él y le digo: ‘Hombre, esto apesta para ambos. Lo resolveremos’. Él aprecia mucho cuánto lo quiere la gente y esta es su oportunidad, con esta tribuna, de mostrarle a la gente cuán especial es”.

“Obviamente, uno desea que los aficionados estén contentos; no obstante, cuando comienzan a corear su nombre, lo único que me importa en ese momento es asegurarme de que Tacko no se sienta incómodo”.

Y se siente incómodo, como es obvio. El baloncesto no es una frivolidad para él. Desea ganarse sus minutos de acuerdo con su progreso y desempeño, al igual que el resto de los prospectos.

“No quiero quitarles foco a mis compañeros”, dice Fall. “Y sé que es difícil para Brad oír los cánticos de los aficionados, porque él también intenta concentrarse. Yo quiero jugar, obviamente, pero el trabajo del entrenador radica en decidir cuando ellos me necesitan”.

Y, por ahora, ese momento no ha llegado.


TACKO FALL NUNCA ha oído hablar de Chuck Nevitt, cuyo apodo en la década de los 80 era “El Cigarro de la Victoria Humano”. Nevitt, quien jugaba la posición de pívot con 7 pies y 5 pulgadas de estatura, sumó 825 minutos en 10 temporadas en la NBA, vistiendo cinco uniformes distintos. Él asumió su estatus de espectáculo en tiempo de relleno con gran humor. La revista Sports Illustrated publicó en una ocasión un artículo sobre Nevitt, en el cual alguien le preguntó si él jugaba al baloncesto. “Hay quienes dirían que sí”, respondió Nevitt, “y otros dirían que no”.

Manute Bol, con 7 pies y 7 pulgadas de estatura, que jugó minutos de forma regular con los Golden State Warriors y otros equipos entre 1985 y 1995, sumó 2,687 rebotes de por vida y 2,086 bloqueos. Bol no se sentía tan divertido con la atención que generaba, respondiendo de forma agresiva a quienes se atrevían a mirarle boquiabierto. Distinto fue el caso del exgigante de Washinhton Georghe Muresan, quien asumió su espigada estatura (con 7 pies y 5 pulgadas) y creó su propia academia de baloncesto después de retirarse, bautizándola “Academia de Baloncesto Gigante”.

Boban Marjanovic, con 7 pies y 3 pulgadas de estatura, se convirtió de forma instantánea en favorito de la afición en San Antonio, a pesar de que solo veía acción en partidos que habían sido decididos desde mucho antes. El fervor de los aficionados por él fue denominado “Bobanmanía” y el entrenador de los Spurs Gregg Popovich se molestó tanto que se vio obligado a recordarles a todos: “Él Es un jugador de baloncesto. No es una especie de fenómeno”.

Stevens alberga sentimientos similares por Tacko. “No es solo un tipo alto”, afirma Stevens. “Se trata de alguien a quien le preocupa la comunidad, a quien le preocupa el equipo. Vi cómo el ánimo de Rob Williams (su compañero) ascendió a un nivel totalmente diferente cuando Tacko Fall estuvo con él dentro del gimnasio en plena pretemporada. Su energía es contagiosa. Espero que la gente aprecie que él cuenta con muchos atributos que van más allá de su tamaño”.


ORIUNDO DE DAKAR, SENEGAL, Elhadji Tacko Sereigne Diop Fall nació dentro de un devoto hogar musulmán. Su primer amor fue el fútbol; pero su madre lo mantuvo cerca de ella y sólo salía ocasionalmente a las canchas para jugar con los otros niños. Su familia era tan pobre que cuando su pueblo sufrió una epidemia de malaria, no pudieron costear mallas antimosquito que envolvieran sus camas.

“Cuestan menos de $3”, dice Fall, “pero no podíamos costearlas. Me sentí agradecido porque ninguno de nosotros se contagió. Sufrí malaria cuando era pequeño y fue una experiencia miserable. Fiebre. Escalofríos. Qué aterrador”.

Fall partió rumbo a Estados Unidos cuando cursaba noveno grado, oscilando entre escuelas y familias adoptivas diferentes. Donnie Jones lo conoció un año después y dice, sin profundizar, que la vida de Tacko en Senegal era “muy oscura, muy dura”.

“Llegó a Estados Unidos con la esperanza de poder confiar en alguien”, afirma Jones.

Fall consiguió una familia del baloncesto en la Universidad de Central Florida, donde Jones se puso en contacto con los Houston Rockets, pidiéndoles información con respecto a la forma cómo entrenaban a Yao Ming sin impartir demasiada presión sobre sus pies, rodillas y espalda. Jones ordenó pantalones deportivos especiales para que Tacko pudiera contar con un par que cayera debajo de sus rodillas. Cuando Fall no pudo completar una serie de pases fáciles, Jones lo llevó a que le practicaran un examen visual optométrico y adquirió un par de lentes de contacto para él. “Trabajamos duro para formar su autoestima”, expresa Jones. “Nunca quise que él se sintiera como un tipo oriundo de otro planeta que no encajaba en el sitio”.

Durante un momento más tranquilo, Jones le preguntó a Fall si alguna vez llegó a cansarse de que la gente le pidiera posar para fotografías. Fall bajó su cabeza y respondió: “Entrenador, sé que no piden las fotos debido a mi juego de baloncesto”.


TACKO FALL NO quiere convertirse en un cigarro de la victoria humano. Tampoco desea ser otro Mamadou N’Diaye, otro jugador de 7 pies y 6 pulgadas de estatura oriundo de Dakar que probó suerte en Estados Unidos, jugó con la Universidad de California —Irvine, firmó una tarde con los Detroit Pistons y su contrato fue rescindido antes de terminar el día.

Fall aspira aprovechar su extenso alcance (de 8 pies, 2.25 pulgadas, récord del combine de la NBA) y convertirlo en arma defensiva. Cuenta con manos gigantescas y está aprendiendo a utilizarlas, no solo para bloquear tiros sino para desviar pases e iniciar quiebres rápidos.

“Un día, él estará con nosotros a tiempo completo, con toda seguridad”, dice Kemba Walker. “Él es talentoso y trabaja bastante fuerte. No creo que la gente comprende las cosas que él puede hacer con su estatura. Él me sorprendió con su habilidad para ir de un lado a otro de la cancha”.

“De hecho, él hace una muy buena labor al contener, marcando contra un pick-and-roll”, agrega Stevens. “Ahora bien, tendremos enfrentamientos que serán sumamente difíciles. Y también está el tema de desacelerar la velocidad de juego”.

“No me importa lo rápido que seas, independientemente de que te llames Kemba Walker o Jaylen Brown, aún existe un periodo de transición a la hora de aprender la velocidad de juego. Es la parte más difícil para los jugadores jóvenes”.

Cuando Fall llegó a Boston durante el verano, contaba con tres problemas sustanciales en su tiro (“honestamente, eran tres problemas, lo peor que jamás haya visto”, dice Williams) e invirtió horas en el gimnasio junto al entrenador asistente Jay Larrañaga, intentando solventarlos.

“Ya no existen”, declara Fall. “Pregúntenle al entrenador Jay. Lo arreglé con repetición, repetición, repetición”.

Fall comprende que su fortaleza física, instintos defensivos, toque ofensivo y movilidad deben mejorar si él desea mantenerse en la NBA. Mientras tanto, sus compañeros en los Celtics han formado una armadura protectora alrededor de su novato celebridad, cerrando filas cuando comienza a cernirse el caos sobre él.

“Tacko es tan agradable, cuenta con tanta energía positiva, que a la gente se le olvida”, dice Enes Kanter. “Él tiene sentimientos. Se entristece, se molesta, se cansa, se siente frustrado”.

“En algún momento, él deberá aprender a decir que no. Esto no puede seguir”.

Todo depende de la perspectiva, dice Fall. Si él percibe esa constante atención como una carga, “se convertirá en precisamente eso”.

“Estoy acostumbrado a esto”, dice Fall. “Siento que soy lo suficientemente fuerte en lo mental para no dejar que me moleste demasiado. Con suerte, cada día que piso la cancha, me voy a divertir. Ese es mi santuario”.

Tacko sueña con el día en el cual coreen su nombre porque él anotó la cesta del triunfo o logre hacer un bloqueo que salva el partido. Mientras tanto, Tacko Fall se mantiene erguido y orgulloso, tal como le enseñaron, esperando silenciosamente ese momento por el cual todos los desprecios hayan valido la pena.