<
>

¿Futuro manager de MLB? Para Mark McGwire, estar en el béisbol es lo que más le importa

Mark McGwire dijo que está demasiado ocupado con su actual trabajo para pensar en el siguiente paso de su carrera, pero no descarta ser algún día manager de MLB. Mark J. Rebilas/USA TODAY Sports

Wil Myers era un chico influenciable de siete años de edad durante el verano de 1998, cuando Estados Unidos estaba cautivado por la competencia de cuadrangulares entre un Adonis pelirrojo de California y un toletero carismático de la República Dominicana. Al acercarse la temporada de Pequeñas Ligas, Myers estaba cautivado por los avances y resúmenes diarios.

Decoró su cuarto en High Point, Carolina del Norte, con los adornos de pared esenciales para los niños de escuela elemental de costa a costa. Myers se dormía cada noche viendo afiches de Mark McGwire y Sammy Sosa, y se despertaba cada mañana inspirado por su lucha en alcanzar el récord de 61 cuadrangulares de Roger Maris.

Uno de los musculosos retratados en ese poster cobró vida en 2016, cuando Myers comenzaba su segundo año con los Padres de San Diego y McGwire se unió al equipo como el coach de banca bajo las órdenes del manager Andy Green. Habría sido fácil quedar deslumbrado, siendo admirador desde la niñez. No obstante, McGwire fue desde el primer momento accesible y libre de cualquier ínfula de superestrella.

"Ya ni siquiera lo considero como "el" Mark McGwire", dice Myers. "Lo llamo Mac. Es un tipo normal que fue un gran pelotero y bateaba jonrones muy, muy lejos. Es tan humilde como cualquier otro que haya conocido".

Esta es la sensación predominante en San Diego, cuando McGwire completa su segunda temporada con la franquicia, y sin mayor publicidad. Los Padres tienen el segundo roster más joven de las Mayores (ligeramente por debajo de los Filis de Filadelfia) con una edad promedio de 27.7 años de edad, y McGwire se encuentra en su elemento natural como maestro e influencia pedagógica. Forjó su legado a punta de jonrones de largo metraje; y sin embargo, también es recordado por una confesión televisiva entre lágrimas, ruedas de prensa transmitidas de principio a fin y una muy controversial audiencia en el Congreso de Estados Unidos. Ahora, McGwire se siente contento al quedar en la sombra y ayudar a formar a jóvenes peloteros.

"No había reglas o regulaciones (relativas al consumo de sustancias prohibidas) cuando jugaba. Ese el tema fundamental. Hoy sí existen esas reglas. Hay pruebas y tenemos que lidiar con eso. ... ¿Mis números son dignos del Salón de la Fama? Absolutamente, son números de esa categoría." Mark McGwire

El primer acto de la carrera de McGwire estuvo plagado por las contradicciones y terminó con la caída más dura: Provocaba constante asombro con sus batazos de 450 o 500 pies, se convirtió en una figura conocida aún a regañadientes y al final, se convirtió en una especie de paria por sus pecados durante la era de los esteroides en el béisbol de Grandes Ligas.

Su segundo acto es menos glamoroso y, de algunas formas para McGwire, ha sido más grato. McGwire llega al estadio seis horas antes del primer pitcheo, prepara los informes de los cazatalentos y aprovecha los videos y otras tecnologías disponibles para los entrenadores de hoy. Una vez que los peloteros comienzan a llegar, comienza a conversar con ellos de béisbol en el comedor, el dugout y las jaulas de bateo. No es exagerado decir que es un hombre obsesionado con el béisbol.

"El común denominador entre todos los que nos quedamos en este deporte es que lo amamos mucho", dice McGwire. "Está en nuestra sangre. Una vez que lanzan el primer pitcheo cada noche, comienza a fluir. Me pongo en la caja y en la primera base jugando a la defensiva. Amo esa sensación".

En la octava temporada de McGwire como entrenador en las Mayores, su labor es notoria ya que no tiene ninguna causa personal o profesional que este promocione. Salió de la boleta de votación para el Salón de la Fama en 2016, por lo cual, no tiene motivos para buscar favores con los reporteros que cubren el béisbol o buscar apoyo. El convertirse en manager tampoco parece estar en su lista de prioridades. Al preguntársele si mira su puesto actual como una puerta para eventualmente pasar a ser manager, McGwire da la impresión que está demasiado inmerso en su rol actual para estar pensando en un ascenso profesional.

"Nunca lo he descartad [el ser manager]", dice McGwire. "Digamos que estoy realmente disfrutando lo que hago. No sé a dónde me llevará".

La persistencia de McGwire en su rol de subordinado también es destacable, debido a la lista de ex peloteros prominentes que intentaron ser coaches en años recientes, para finalmente encontrar las exigencias del puesto muy estresantes o pesadas para seguir. Jeff Bagwell fue coach de bateo de los Astros de Houston en 2010 para después declinar una oferta por dos años para volver. Dante Bichette tuvo la misma labor con los Rockies de Colorado en 2013 antes de indicar que "el nudo con la familia es demasiado fuerte".

Fue una gran noticia cuando Barry Bonds se unió al staff de Don Mattingly en Miami en diciembre de 2015, sin embargo, apenas duró una temporada como coach de bateo para luego ser despedido por los Marlins. Bonds resurgió en San Francisco esta primavera como consejero especial del CEO de los Gigantes Larry Baer, y podrá tener amplias oportunidades de ir en bicicleta por el Área de la Bahía entre apariciones promocionales y trabajar con peloteros jóvenes en la organización.

La inmersión profunda de McGwire en el béisbol se debe en parte al vacío que éste sintió sin él. En 2001, se retiró con 586 cuadrangulares en su haber y un record de un cuadrangular por cada 10.61 turnos ofensivos. McGwire admitió estar "agotado" con el béisbol, tenía problemas con su rodilla derecha, y parecía sentirse tranquilo al dejar atrás la atención y pasar su tiempo en casa en el Sur de California.

McGwire y su segunda esposa, Stephanie, tienen cinco hijos: Max, de 14 años, Mason, de 13, y las trillizas de 7 años, Monet, Marlo y Monroe. No obstante, cuando Tony LaRussa le llamó con la invitación a entrenar a los bateadores de San Luis en 2009, McGwire no pudo resistir la tentación de volver al estadio. Pasó tres temporadas con los Cardenales antes de pasar a los Dodgers de Los Angeles y ahora San Diego, este último a 75 minutos de su casa. Ha aprovechado la oportunidad de batear y lanzar en la práctica a Max y Mason en Dodger Stadium y Petco Park antes que lleguen los peloteros.

"Cuando estaba en San Luis, era difícil el permanecer lejos", dice McGwire. "Entiendo lo que significa no ver a tu familia durante dos meses y medio y hasta tres. Ahora puedo dormir en casa y llevar a mis hijos al colegio. Y no pude haber pedido una esposa mejor para cuidarlos cuando no estoy con ellos".

La relación de McGwire con su nuevo jefe, Green, tiene cierta dinámica al estilo "pareja dispareja". Green mide 5 pies, 9 pulgadas y 165 libras, bateó para .200 con dos cuadrangulares en 230 turnos en Grandes Ligas con los Diamondbacks de Arizona y Mets de Nueva York entre 2004 y 2009. Es un ex alumno de honor en la secundaria y se graduó Summa Cum Laude con un promedio académico de 3.89 en la Universidad de Kentucky con un grado en finanzas.

Por su parte, McGwire fue medallista de plata olímpico en 1984 con Estados Unidos, décimo seleccionado en el draft de ese año proveniente de la Universidad del Sur de California y Novato del Año en la Liga Americana en 1987, año en el cual disparó 49 jonrones con Oakland. Ahora está un poco más delgado que en sus días en el Salvaje Oeste del Béisbol. Aun así, su figura sigue siendo lo suficientemente intimidante como para que los peloteros de San Diego se formen detrás de él durante una reyerta en el terreno.

"Es muy bueno para eso", dice Myers entre risas. "Mete miedo, eso sí es seguro".

A pesar de sus hojas de vida tan dispares, Green pudo crear un nexo con McGwire desde el momento en el cual llamó para entrevistarle a fin de llenar un puesto en su staff de coaches a finales de 2015. Al igual que Myers, Green sentía admiración. Fue un chico universitario asistiendo a un partido entre Atléticos y Marineros en junio de 1997 cuando McGwire conectó una recta presentada por Randy Johnson y la llevó a una distancia de 538 pies a las alturas del Kingdome en Seattle. Jonrones de esa magnitud son difíciles de olvidar para quienes los presencian.

"Todos dijeron, 'te asombrará su humildad, su forma de ser genuina, su autenticidad', y esas tres características salieron a relucir fuertemente durante la entrevista", dice Green. "Pensé, 'me gustaría tener a esta persona trabajando a mi lado'".

"Es una de las mejores personas con las cuales he contado en mi vida, sin embargo, no pasa su tiempo tratando que el mundo exterior sepa eso de él. No lo hace porque necesite dinero, atención o fama. No busca nada más en lo personal. Sólo ama este deporte y le está regresando todo lo que le dio. He ahí la razón por la cual está aquí, y todos nos beneficiamos de ello".

La admiración es mutua. McGwire dice que ve a un LaRussa en ciernes en Green cuando hace estrategias y toma decisiones en el dugout durante los partidos. Green se encuentra asombrado que un jugador con una experiencia tan avanzada pueda ser tan trabajador de corazón. Describe a McGwire como "incansable" en la búsqueda de tener informes de scouteo detallados para sus bateadores.

Sin importar lo que McGwire consiga en su fase de coach, su vida en el béisbol siempre estará definida por los excesos y el heroísmo de su etapa de jugador. Fue tratado con desdén tras su testimonio durante la audiencia del Congreso norteamericano de 2005 sobre el tema de los esteroides, y luego tuvo reacciones mixtas tras su entrevista de "confesión" con Bob Costas en 2010. En 10 apariciones en la boleta del Salón de la Fama, McGwire terminó con 23.7 por ciento de los votos en 2010.

Las ideas relativas a los peloteros ligados al escándalo de los esteroides han cambiado sustancialmente en años recientes. Bonds y Roger Clemens superaron el 50 por ciento en la votación más reciente por el Salón de la Fama y a ambos les quedan cinco años para conseguir el 75 por ciento necesario. En las últimas dos elecciones, Mike Piazza, Jeff Bagwell y Iván Rodríguez todos llegaron a Cooperstown, a pesar que sus reputaciones fueron marcadas de formas distintas por especulaciones de supuesto consumo de sustancias prohibidas.

Los electores son más comprensivos y, en varios momentos, McGwire puede preguntarse el por qué fue castigado al admitir sus pecados. Sin embargo, la ira ha dado paso a la resignación y aceptación de su pasado en la historia del béisbol.

"No había reglas o regulaciones (relativas al consumo de sustancias prohibidas) cuando jugaba", dice McGwire. "Ese el tema fundamental. Hoy sí existen esas reglas. Hay pruebas y tenemos que lidiar con eso".

"Estoy tranquilo con lo que quieran hacer. Así me he sentido desde el primer día que empezaron a preguntarme por eso. ¿Mis números son dignos del Salón de la Fama? Absolutamente, son números de esa categoría. Si revisan la historia de los primera base en la historia del béisbol, estoy entre los cinco primeros. Estoy más orgulloso de mis jonrones, uno por cada diez turnos. Soy jonronero. Nací jonronero, y así lo he sido desde que jugaba Pequeñas Ligas".

Dos décadas atrás, McGwire inspiró a un joven jugador de Pequeñas Ligas en Carolina del Norte, al igual que a una cantidad incontable de infantes. Ahora está feliz al transmitir la sabiduría obtenida por sus éxitos y fracasos a los jóvenes grandeligas y además sudar y celebrar los resultados desde su puesto en el dugout. Es un tipo normal que lleva al béisbol en su sangre, que disfruta la vida en su zona de confort.