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Hiram Martínez | ESPN Digital 6y

Beltrán, de chico con potencial a embajador del juego

La primera vez que escuché el nombre de Carlos Beltrán -Carlos Iván Beltrán en aquel entonces- no fue en tan buenos términos.

Había llamado al colega periodista Erick Rodríguez para cuestionarle por qué no lo había descrito como jugador de primera ronda a pesar de que contaba con las herramientas para llegar. Quería explicar que se había lesionado semanas ante de ese sorteo de 1995 y quizás por eso sus acciones habían bajado.

"Este Beltrán puede ser complicado", algo así dijo mi compañero y amigo Rodríguez, quien año tras año, tenía información de primera mano sobre los principales jugadores que pronto llegarían a las Mayores.

Una semanas más tarde, ese muchacho de 18 años, alto y delgado, sería seleccionado por los Kansas City en la segunda ronda del sorteo. Como siempre, lo llevarían al periódico en el que laboraba y Rodríguez me asignaría la entrevista. El escucha Johnny Ramos nos citó para sábado a las 4:00 de la tarde y cuando llegué, unos minutos más tarde, estaba allí con el jugador que firmó en primera ronda y el que firmó en la segunda, Carlos Iván Beltrán.

Con la información que tenía de la llamada anterior, me preparé para encontrarme con un chico distante, tal vez arrogante, como algunos que llegaron a la redacción y jamás volví a verlos. Mi plan era poner más atención en el joven de la primera ronda, pero redactar una nota combinada con ambos jugadores.

La conversación con Beltrán lo cambió todo.

El jardinero natural del Barrio Tierras Nuevas en Manatí, ya se comportaba como una superestrella. Hablaba de béisbol con el entusiasmo de un niño de 12, y hacía este cuento maravilloso de cómo pasó de campocorto a jardinero central en su penúltimo año de preparatoria. "Cuando me lancé de pecho a capturar una bola por primera vez, sabía que jamás volvería a jugar 'siore'", dijo sonriente.

Habló de toda la gente que lo ayudó a llegar a ser seleccionado en la segunda ronda, contó del momento en que hizo una atrapada contra la verja "como la de Ken Griffey Jr. cuando se rompió la muñeca" y de todo lo que haría para llegar a las Grandes Ligas en menos de cinco años. Con seguridad, sin llegar a la arrogancia, decía que a pesar de no ser primera ronda se sentía como tal.

La charla con el jugador número 49 del sorteo de 1995 se extendió más allá de la entrevista, al punto de que olvidé al jugador de primera ronda, más callado y tímido.

El consenso ese día en la redacción fue contundente: Carlos Iván Beltrán ya hablaba y se comportaba como una superestrella. Faltaría ver si podía jugar como tal.

Eso lo confirmamos rápidamente, tan pronto comenzó el béisbol profesional de Puerto Rico. Con el uniforme de los Lobos de Arecibp, ganó el premio al Novato del Año, y cautivó más con su guante en el jardín central que con su bate, que no tardó mucho en salir. Allí, tuvo un gran maestro, Bernie Williams, con quien compartió en su primer año en la Liga boricua.

En esos años de participación invernal, mostró ese potencial de poder y velocidad, buen brazo y buen guante. Lo hacía todo como decía el libro, pero en la novena entrada de una Final con los Vaqueros de Bayamón, se atrevió a hacer una atrapada de canasta a-lo-Clemente con el juego en la línea.

Hizo lo que prometió en aquella primera entrevista para llegar a las Mayores en menos de cinco años, y a finales de 1998, con 21 años, se bebía su primer café con los Reales.

Al año siguiente, me lo encontré a mediados de la temporada en Cooperstown, Nueva York. En el partido del Salón de la Fama, se enfrentaban Reales y Rangers de Texas. Casualmente, en el día antes del partido, George Brett, junto con Orlando Cepeda, Robin Yount y Nolan Ryan fueron exaltados al recinto de los inmortales más mítico del deporte.

En la conferencia de prensa posterior a la exaltación, George Brett le echó su bendición. Cuando le preguntaron quién sería el próximo 'real' en Cooperstown, mencionó sin vacilar al boricua que llevaba medio año y un poco más en las Mayores.

"Si se mantiene enfocado, y evita las lesiones, Carlos Beltrán puede ser el próximo Real aquí", dijo entonces Brett con un sorpresivo entusiasmo sobre el jardinero central novato de los Reales, cuyo promedio rondaba los .300 en aquel momento. "El chico lo tiene todo y además, me gusta la pasión que tiene por el juego. Tienen que verlo".

El joven de Tierras Nuevas disimuló su emoción al reaccionar a los comentarios de Brett, pero más tarde, lució nuevamente como el niño de doce años cuando Brett casi arrastró a Cepeda para que conociera a su compatriota: "!Este es el chico, Orlando!", decía Brett, quien superaba en emoción a Beltrán. "!Este es el chico! Le gusta jugar al béisbol y cuando no juega, le gusta hablar de béisbol".

Trece años más tarde, y cerca de ocho después de que Beltrán dejara a los Reales, Brett no dejaba de hablar con entusiasmo. "La mejor parte es que sigue haciendo las cosas que separan a las superestrellas de los buenos jugadores", comentó Brett en un correo electrónico en 2012.

Desde distintas tribunas, disfruté de la evolución de Carlos Iván Beltrán. Del atlético jardinero central capaz de llegarle o atrapar batazos inalcanzables mientras hacía sus ajustes para convertirse en un buen jugador, a la superestrella capaz de batear sobre 30 jonrones y robarse 40 bases, al jardinero derecho de brazo certero y bate poderoso. Del jugador destacado puramente por su habilidad al callado líder del camerino.

Ahora, a 22 años de aquel primer encuentro y tras 20 de carrera, le dice adiós al béisbol con unos números reales: promedio de .279, .350 de embasamiento, .486 de slugging, 1,582 carreras anotadas y 1,587 empujadas, 435 jonrones y 312 bases robadas, 565 dobles y 78 triples, tres guantes de oro y dos bates de plata, WAR de 69.8 y promedio de .307 con 16 jonrones en series de postemporada.

Pero más importante que todo eso, se va vestido de embajador del juego. Un jugador respetado en Kansas City, en Houston, en Nueva York (como Met y como Yankee), en San Francisco en San Luis y en todo el béisbol, un modelo a seguir tanto en el terreno como fuera de él.

Como pelotero, Beltrán cierra un ciclo con su retiro. Un ciclo que puede -y en mi opinión debe- llevarlo al Salón de la Fama. Pero más allá de eso, todavía puede y debe aportar más al juego. Porque lo jugó, porque lo vivió y porque todavía lo disfruta como un chico de 18 años.

Su legado apenas comienza. El proyecto de vida que forjó, una academia de béisbol cerca de su natal Manatí, ya empezó a dar frutos pero tendrá un gran impulso con su presencia. El béisbol puede ganar un coach, un mánager, un asesor, una leyenda viviente que aconseje a las nuevas generaciones. Pero tengo que admitir que por mucho tiempo voy a extrañar al gran jugador que llegó a ser Carlos Iván Beltrán.

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