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Sam Miller | ESPN.com 6y

Tres formas salvajes del béisbol en 2018 que no se parecen a ninguna

Apenas han pasado tres semanas desde el inicio de la actual temporada de Grandes Ligas, y ya se han producido cambios muy sonoros, lo suficiente como para que reaccionemos apropiadamente a ellos: Los ángulos de lanzamiento de las pelotas han subido (de los 11.1 grados del año pasado a 11.7), han decaído los jonrones (incluso si tomamos en cuenta a las condiciones del clima como factores), las gélidas temperaturas están acabando con las cifras de asistencia y Shohei Ohtani es real.

De una forma más tranquila, el juego de pelota siempre está cambiando y adaptándose. En ocasiones puede ser difícil entender lo que permanecerá, lo que es meramente fortuito y otras cosas que no son mas que mero suspiro de abril. Aquí les presentamos algunas formas en las cuales el béisbol en 2018 ha cambiado para ser un béisbol como nunca se ha jugado jamás:

1- La parte baja de las alineaciones ha tenido desempeño históricamente pobre.

Obviamente, se supone que las partes bajas de las alineaciones deben batear pobremente. De otra forma, hay algo que no funciona bien, de la misma forma como se suspende un partido por nieve en un estadio techado. Sin embargo, ambas ligas han visto hasta ahora una ofensiva con una mediocridad sin precedentes por parte del puesto final del lineup (octavo en el caso de la Liga Nacional y noveno en la Americana) y, más ampliamente, en los últimos tres lugares.

Los bateadores séptimos, octavos y novenos han ligado para .210/.287/.322 este año, con la excepción de los pitchers. Eso representa solamente el 73 por ciento del OPS en toda la liga, medido por una estadística denominada tOPS+.

Los bates 7, 8 y 9 del año pasado, por contraste, fueron 90 por ciento de efectivos, comparados con el resto de la alineación, con una línea ofensiva de .245/.312/.398. Eso no es algo que haya variado mucho año tras año: Durante la década anterior, el tercio bajo del tOPS+ en toda la liga no ha sido menor a 86 o mayor a 90, hasta el colapso que hemos presenciado este año.

De mantenerse esta tendencia, los bateadores del final de la alineación serán los peores de cualquier temporada en la historia. El segundo peor grupo tuvo +OPS de 79, y eso fue por allá en 1918. Los séptimos, octavos y novenos en los ordenes ofensivos no han sido jamás peores que el 82 por ciento general de la liga. Y el declive en los últimos lugares es mucho más marcado:

Octavos bates en la Liga Nacional: .199/.294/.296, una caída comparado con el .248/.324/.391 del año pasado.

Novenos bates en la Liga Americana: .207/.272/.309, comparado con .233/.293/.366

Entonces, ¿qué está ocurriendo aquí? Una hipótesis es que los equipos están mejorando a la hora de colocar a sus peores bateadores al final de la alineación, identificando de forma más correcta a sus peores toleteros, además de optimizar mejor sus alineaciones para así darle a esos hombres las menores cantidades de apariciones al plato. Esa sería una historia divertida sobre cómo la inteligencia del béisbol se ha puesto en acción. Sin embargo, esta no es una tendencia de 20 años que rastrea el incremento del uso inteligente de las estadísticas dentro de las Gerencias de Grandes Ligas. Se trata de una caída abrupta con respecto a 2017, cuando los hombres colocados en los últimos puestos estaban bateando sumamente bien, considerando sus lugares y expectativas.

Otra hipótesis es que estos bateadores más débiles e inferiores están siendo particularmente afectados por el ambiente de abril que está propiciando bajas cifras de jonrones. Si hay algo que hizo a la pelota sumamente viva que presenciamos entre 2015-17 muy interesante es que benefició casi a todos, incluyendo chicos pequeños y otros que no se caracterizan por excelsos bates. Esta no fue la era de un puñado de peloteros que cambiaron sus ritmos de bateo para sonar 60 y 70 cuadrangulares en una temporada; sino de hombres que se caracterizaban por sumar dos, siete o 13 jonrones y súbitamente conectaban cinco, 10 o 20. Muchos peloteros respondieron a esta tendencia de la pelota aparentemente viva bateando más elevados. Los peloteros racionales hacían cosas racionales.

El caso actual es que la pelota no está corriendo mucho este mes y todos esos bateadores que modificaron sus swings están bateando todos los elevados pero nada de cuadrangulares. Eso quizás no importe mucho a los sluggers que son sumamente calificados para disparar jonrones que cruzan 85 pies sobre el muro, pero sí podría ser relevante a aquellos peloteros que brevemente fueron considerados como amenazas creíbles de jonrón. La pelota viva pudo haber terminado siendo una trampa, dirigida especialmente a esos bateadores.

El problema con esta hipótesis es, entonces, que el declive ofensivo por parte de los bateadores 7, 8 y 9 de las alineaciones no se restringe a una caída en las cifras de jonrones o números de poder. La parte final de los lineups está bateando peor, comparados con sus colegas, para roletazos. Están soltando más rodados, en comparación con sus colegas, que en años anteriores. Y se están ponchando más, en comparación con sus colegas, que en años anteriores. Simplemente, les está yendo mal. Deberemos ver el mantenimiento de esta tendencia por unos meses más antes de creerlo por completo pero, aquí y ahora, es un hecho.

2- Los partidos se están moviendo más rápido y aun así, están tardando más.

¡Esto es complicado! La duración de un partido es el resultado de factores, tanto bajo el control de los peloteros como fuera de éste, bajo el control de la liga y fuera de éste, y bajo el control de la naturaleza y fuera de éste. Entonces, cierto, el partido promedio este año ha durado 3 horas y 8 minutos, igualando la duración récord del año pasado.

Aunque… En parte esto se debe al hecho que se han producido más extra innings que en una campaña típica. En una situación (probablemente) rara, 11 por ciento de los partidos han sido muy largos, hasta ahora, lo cual sería la mayor cifra desde 1965 si esta tendencia se mantiene (lo cual no ocurrirá). Esta se encuentra en ritmo de convertirse en la primera campaña desde 1981 en la cual un partido promedio requiere de al menos 54 outs. Los partidos están durando más porque los partidos requieren de mayor tiempo. Si ciertas cosas se mantuvieran en control, los nueve innings en promedio requerirían de tres horas y un minuto. Sin embargo, sigue siendo la tercera duración más lenta de la historia, aunque sería un promedio de cuatro minutos por día más expedito que en 2017. ¡Claro que las iniciativas tomadas por Major League Baseball para mejorar el ritmo de los encuentros está funcionando!

PERO, esto no representa prueba tangible de que los peloteros se estén moviendo más rápido o que se esté mejorando el ritmo de los partidos. Por el contrario, es una demostración de que las ofensivas están desmejorando su producción, lo cual significa que menos bateadores están tomando turno en cada partido y cada inning. En toda la liga, el porcentaje de embasado es de .316, ocho puntos menor que la cifra del año pasado y la segunda más baja desde 1972. Claro que subirá (la ofensiva siempre mejora a medida que lo hacen las condiciones del clima), pero es una razón primordial por la cual los partidos están tomando menos tiempo hasta ahora. Un OBP más bajo significa qué hay menos eventos dentro del béisbol, menos tiempo con corredores en ciorculación, cuando entonces el ritmo de juego se desacelera. Es simple.

EXCEPTO QUE: esto ha sido contrarrestado por el incremento en la trayectoria de los pitcheos por apariciones al plato. El bateador promedio ha visto 3.93 pitcheos por aparición al plato este año, un aumento comparado con el 3.89 del año pasado, el cual de por sí fue un incremento del 3.88 de la campaña anterior, otro aumento sobre el 3.83 del año previo, etcétera. Si ese promedio de 3.93 se mantiene, significaría que se habrían producido siete u ocho pitcheos extra por partido desde 2014, los cuales requieren de 25 o 30 segundos en promedio. Esos siete u ocho lanzamientos extra por partido también forman parte del por qué estamos viendo un récord de 3.44 relevistas por encuentro, por equipo, casi la mitad de un cambio de pitcheo adicional por partido.

Apartando todo lo anterior, concentrémonos en el tiempo que está tardando cada aparición al plato y cuánto tiempo requiere cada pitcheo:

En 2018, se lanzó un pitcheo cada 37.2 segundos, incluyendo todo el tiempo que se tardan entre cada bateador y entre innings. Eso representa ocho décimas de segundo menos tiempo que en 2017. Es comparable al ritmo que se vio en 2012. Eso es bueno. Major League Baseball ha logrado, en apariencia, detener el incremento en la lentitud general y nos está llevando a un tiempo de mayor rapidez.

Aunque, en 2018, una aparición al plato requiere, en promedio, de 2 minutos y 26 segundos. Esos son dos segundos menos que la pasada zafra, pero más lento que cada dos años en registro excepto por uno: 2014, cuyas circunstancias inspiraron la ronda previa de iniciativas destinadas a mejorar el ritmo de juego.

Entonces: el béisbol en 2018 es ligeramente más rápido, gracias a las cosas que la liga puede controlar. Y el béisbol en 2018 también es ligeramente más lento, gracias a aquellas cosas que la liga no puede controlar. Soy escéptico de que la última de estas tendencias se detendrá pronto. Los jonrones, boletos y ponches todos sirven de estadísticas correlacionadas mutuamente: el incremento en una de estas usualmente lleva al aumento de las demás, y, lógicamente, incrementos en los pitcheos por cada aparición al plato.

3- Los promedios de ponches, wild pitches y pelotazos se han incrementado. Demasiado.

Sï, las cifras de ponches han subido nuevamente. Este será el año número 14 de forma consecutiva en el cual los promedios de ponches por partido han aumentado, y el duodécimo al hilo en el cual se impondrá un nuevo récord. Estoy confiado en decir esto, porque los porcentajes de ponches en abril se correlacionan muy de cerca con los promedios que se registran durante toda la temporada, usualmente con cierto incremento a medida que avanza la temporada. Sin embargo, hay tres cosas que hacen de la presente edición algo interesante:

Primero, si se mantiene esta tendencia, sería el mayor incremento visto en una temporada (en lo que respecta a promedios de ponches) desde 1986. El año pasado, los pitchers poncharon a 8.2 bateadores por partido; este año, a 8.9. Dieciséis equipos actualmente están abanicando a los toleteros con mayor frecuencia de la conseguida por Roger Clemens en su carrera. Si tuvieron esperanza alguna de que las cifras de ponches alcanzarían su techo y comenzaran a bajar, no hay evidencia de que nos acerquemos a eso.

Segundo, además del aumento de los promedios de ponches, vemos otros dos factores: El Fuerte incremento de los wlld pitches, pasando de la cifra récord del año pasado de 0.37 por partido a los 0.42 que estamos viendo actualmente, lo cual superaría la marca impuesta. Ambos son primos naturales del ponche. Por un lado, los pitcheos que caen al terreno y los lanzamientos adentro son buenos lugares para conseguir que los bateadores hagan swing y sumen un strike en su contra; pero, por otra parte, son resultado de los mismos fenómenos que causan los ponches en primer lugar: Los pitcheos son rápidos y difíciles de manejar. Eso es cierto si se trata de chocar el bate contra un lanzamiento, aunque es igual de cierto si se está tratando de atraparlo o de evitarlo.

Finalmente, los promedios de ponches para pitchers abridores han aumentado más que para los relevistas. El año pasado, nos preguntábamos el por qué el aumento en el uso de los relevistas no estaba disminuyendo la brecha entre abridores y relevistas (Una mayor cantidad de innings en relevo significa que los abridores pueden concentrar mayores esfuerzos y energía en cada pitcheo, y evitar los peligrosos terceros y cuartos enfrentamientos a un orden ofensivo). Podríamos estar, finalmente, viendo esta brecha comenzándose a cerrar:

  • Abridores: 22.1% de ponches, un incremento de 1.6 puntos porcentuales con respecto al año pasado.

  • Relevistas: 24.1% de ponches, un incremento de 0.8 puntos porcentuales con respecto al año pasado.

Los relevistas siguen ponchando un 9 por ciento más de bateadores que los abridores. Sin embargo, se trata de la menor brecha registrada desde 1986, antes que se instituyera de Irma generalizada el uso moderno de los bullpen. Ahora bien, esto se trata solamente de ponches. Si revisamos las cifras de efectividad, corredores permitidos, u OPS permitido, no hay cambio real: los relevistas siguen siendo mejores que los abridores en la misma proporción que lo han sido recientemente. Sin embargo, hay ciertos indicativos que los abridores, los cuales están siendo preparados cada vez más para asumir apariciones más cortas, están lanzando más para ponchar, y obteniéndolos.


En abril del año pasado, revisamos tres cambios tranquilos que habían surgido a principios de esa temporada y nos preguntábamos si eran verdaderos. ¿Lo fueron?

Los elevados de sacrificio se encontraban, con un promedio de 0.22 por partido, a ritmo de registrar una cifra baja récord. Especulábamos que la brecha entre 2017 y años recientes se cerraría, pero no del todo. Y así ocurrió. Se produjeron 0.24 elevados de sacrificio por partido en 2017, menor cifra desde 1972. (Este año, volvieron a aumentar hasta 0.25).

Los wild pitches también tenían ritmo para imponer un nuevo récord, con promedio de 0.38 por partido. Como lo mencionamos arriba, terminaron con registro de 0.37 por encuentro, empatando la cifra récord anterior, que se encuentra en mayor peligro de ser superada en 2018.

Los doble plays tenían un promedio mayor de lo visto durante la década anterior, a ritmo de 0.81 por cotejo. Ese promedio disminuyó hasta llegar a 0.78 por partido, siendo el más alto de temporada alguna desde 2009 pero más o menos cónsono con las cifras vistas en 2015 y 2016. Las dobles matanzas están registrando un declive sustancial este año, por cierto. Entonces, con menos corredores en primera este año, más ponches y más elevados que nunca, todo parece ser una tendencia real, aunque tras haber transcurrido apenas tres semanas de una temporada, uno no puede dar todo lo anterior como un hecho sostenido en el tiempo.

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