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Jeff Passan | ESPN 5y

El presente de incertidumbre de los Red Sox refleja cómo podría ser el futuro

Para aquellos en Boston que han entrado en pánico con respecto a las posibilidades de que los Boston Red Sox puedan repetir su campeonato de Serie Mundial, tras arrancar la temporada con récord 3-9 y el peor diferencial de carreras en la Liga Americana, un mensaje: no tengan miedo. Eso que ven a la distancia no es el cielo caer. Se trata de una señal de humo proveniente del infierno del impuesto al lujo para advertir que se acerca. O mejor esperen. Quizás se trate del sistema de fincas, que nos quiere dar un mensaje de que el sistema sufre de escasez y que necesita de ayuda.

Disculpen el humor negro. La debacle sufrida por los Red Sox para comenzar la temporada 2019 es suficientemente mala. El hecho de que Boston se ha arrinconado en otras facetas inherentes al proceso de armar un equipo contendor sostenido en el tiempo sólo hace las cosas peores... y nos explica por qué no será fácil que tengan capacidad para cambiar su trayectoria actual.

Eso no implica que los Red Sox estén condenados a volver a su versión previa, con tres temporadas terminando en el último lugar, con un título poco probable en el medio. Cualquier equipo con los recursos de Boston pueden gastar para así comprar soluciones a la mayoría de los problemas, con la advertencia de que en el futuro quizás los comprometa de forma aún mayor.

Quizás sea más sencillo comenzar allí, analizando la forma en la cual los Red Sox mostraron su dispendio de forma generosa en un momento muy curioso. Menos de una semana después de que su primer pitcheo de la primavera fuera medido en 89 millas por hora, Chris Sale pactó una extensión contractual por cinco años y $145 millones. Sale ha sido uno de los mejores lanzadores de las Grandes Ligas durante la mayor parte de la anterior década. Sus dos temporadas en Boston han ido más allá de lo fenomenal. Sale es venerado dentro del clubhouse, en la organización, en la ciudad.

Dicho lo anterior, la reacción dentro del mundo del béisbol fue ese incómodo matrimonio de perplejidad al preguntarse por qué lo hicieron y la sensación de vértigo tras haberlo hecho. Entre el kilometraje acumulado por el brazo de Sale, los problemas en su hombro que le colocaron fuera de acción en dos ocasiones durante el año pasado y la desaparición en acción de la velocidad en su recta, las señales de alarma se encendieron, tan brillantes como el letrero de Citgo. Y los Red Sox tenían la coartada perfecta: Sale estaba comprometido hasta la temporada 2019. Si se mostraba bien, según entendían los ejecutivos rivales, los Red Sox podrían extenderle tras concluir el año. Si no, Sale se haría agente libre.

Ahora, tras haber visto su tercera salida problemática en forma consecutiva, con las pistolas de radar indicando UH-OH en vez de una cifra, el contrato con Sale es, por lo menos a corto plazo, una señal en forma de bandera roja y no de aquellas que cuelgan en el Fenway Park en celebración de un título. A partir de la próxima temporada, estarán obligados a pagar $29 millones a Sale (por lo menos el doble de lo que obtendría después de un 2019 por debajo del promedio) más $32 millones al año por los servicios de David Price y $17 millones por temporada para Nathan Eovaldi, en estos dos últimos casos hasta el 2022. Eso suma $78 millones al año para tres pitchers abridores, o más de lo invertido por los Tampa Bay Rays, dueños del primer puesto y que cuentan con sólo tres pitchers abridores, en la totalidad de su equipo durante esta temporada.

Esto no implica que los Red Sox no deberían invertir dinero. Tienen recursos para hacerlo. Invertir para mejorar el equipo es algo admirable. Ello también ha colocado a los Red Sox en una posición muy interesante, una que se ha manifestado con la prolongada agencia libre de su excerrador Craig Kimbrel. Los Red Sox podrían utilizar un buen pitcher relevista. Kimbrel lo ha sido. A Kimbrel le podría servir un buen empleo. Los Red Sox tienen uno disponible. La resistencia por parte de Boston para contratar a Kimbrel tiene varios motivos (no desean perder un potencial puesto de selección en el draft que tendrían a mano si Kimbrel termina con otro equipo, estaban preocupados por su desempeño a final de temporada), además de una preocupación en el sentido monetario.

Actualmente, los Red Sox se encuentran al borde de su segunda temporada consecutiva haciendo "pistola" al límite al impuesto al lujo. Durante la temporada pasada, Boston superó con creces el primer, segundo y tercer niveles del impuesto ($197 millones, $127 millones y $237 millones, respectivamente). Este año, Boston se encuentra con una nómina cercana a los $240 millones, según indican fuentes, y siguen llevándolo al punto de estar cerca de alcanzar el umbral máximo (ubicado este año en $246 millones). Si se exceden, una vez más caerán 10 puestos en la primera ronda del draft (el puesto número 33 que Boston ocupa este año descendería al 43) y pagarán promedios futuros a mayor precio.

Realmente, la penalización no es lo suficientemente severa como para evitar que los equipos sigan viendo al umbral al impuesto al lujo como si fuera un cercado electrificado a alto voltaje. Excepto que estas ubicaciones de puestos de selección realmente afectan a una organización como Boston, cuyo sistema de prospectos está en algún lado entre las categorías de "eh" y "uh".

Lo cual no sería mucho problema si no obligara a los Red Sox a tomar unas decisiones sumamente interesantes en el futuro cercano. Entre las extensiones a Sale y Xander Bogaerts (quien recibió un pacto mucho más razonable por seis años y $120 millones por un campocorto de 26 años) hechas esta primavera, Boston comprometió aproximadamente otros $50 millones al año a su nómina durante, por lo menos, el próximo lustro. Hoy en día, apenas con Sale, Price, Eovaldi, Bogaerts, Dustin Pedroia y Christian Vasquez, los Red Sox tienen una cifra de impuesto al lujo estimada en $114 millones para la próxima temporada. Si añadimos los beneficios automáticamente, terminamos con una suma de $129 millones. Sumamos los $30 millones que se prevé ganará Mookie Betts en 2020 y llegamos al borde de los $160 millones. Luego, $10 millones más por Jackie Bradley Jr. y aproximadamente $5 millones por Andrew Benintendi, quien irá al arbitraje por primera vez y tendremos $175 millones por nueve jugadores. Eso no incluye a J.D. Martínez, porque éste bien podría rescindir su contrato. Boston requerirá de por lo menos un pitcher abridor, un primera base, un bateador designado y alguna cosa con apariencia de bullpen y todo bajo una cifra de $208 millones para ese año para así evitar quedar con el porcentaje base de 50 por ciento de impuestos para los reincidentes. Quizás sus dos mejores prospectos, Bobby Dalbec y Michael Chavis, puedan asumir esos roles de bateadores de poder y hacer que la potencial pérdida de Martínez sea agua pasada.

El pensamiento más razonable en el caso de un equipo que cuenta con dinero suficiente, tal como lo ha visto el mercado de agentes libres hasta el cansancio, es lo siguiente: Boston puede costear esta situación. Fácilmente pueden asumirla porque son los Red Sox y agotan regularmente la boletería en Fenway Park, los ratings de la cadena deportiva regional NESN son una locura y su cuerpo gerencial es aún más brillante que el staff deportivo, lo cual es mucho decir. Ellos pueden darse el lujo de extender a Betts un pacto por $40 millones por año si desean asegurarse de que él permanezca con los Red Sox durante el resto de su carrera y entonces, resignarse a vivir por encima del umbral del impuesto al lujo. No serían el primer equipo en hacerlo. Y con la cantidad de dinero que ya han comprometido en el futuro (para 2022 ya han comprometido más de $115 millones), la posibilidad de un desmantelamiento en Boston, simplemente, no puede ocurrir y no ocurrirá.

El tratamiento por parte de los Red Sox de su situación con Kimbrel no es indicativo explícito de un intento por parte de la organización de evitar el pago de impuestos, porque existen suficientes razones para no contratarlo. En el caso de Betts e incluso en el de Martínez, no hay razones de peso. A medida que se acercaba el final de la temporada de extensiones, los Red Sox entendieron lo mismo que veía el resto del béisbol: la carencia de jugadores de peso en el mercado de agencia libre pondría presión y énfasis adicional para asegurar los servicios de los peloteros que ya visten el uniforme de tu equipo.

Los propietarios John Henry y Tom Werner junto al presidente Dave Dombrowski se encuentran enfrentando estas realidades hoy en día, aparte de otra mucho más grave: Armar un equipo ganador, pero sostenerlo es mucho, mucho más difícil: Los Chicago Cubs terminaron alzándose con el campeonato en 2016, junto con una nómina a punto de inflarse al extremo y un sistema de granjas en declive. El mega contrato con Jason Heyward terminó mal y a eso se le unieron los contratos como agentes libres de Yu Darvish y Tyler Chatwood. Ahora, los Cubs se ubican por encima del límite al impuesto al lujo y sin mucha flexibilidad en su nómina, si es que tienen alguna. Tal como lo dijo en una ocasión el gran filósofo Christopher Wallace: "Más dinero, más problemas".

Por supuesto que eso no es totalmente cierto en el mundo del béisbol. El dinero cura muchas dolencias y es éste el motor de los planes de los Red Sox con miras al futuro. ¿Este inicio de temporada les autorizará a gastar este año? ¿O acaso les reforzará la idea de que no vale gastar un céntimo más en este equipo? Aún no ha transcurrido siquiera el 10 por ciento de la temporada y por eso, si ese razonamiento aún se siente como irracional, es porque es así. Sin embargo, la gerencia también requiere planificar en caso de que surjan contingencias. Y por esa razón, salen a relucir las interrogantes antes mencionadas.

Éstas serán respondidas en su debido momento y dichas respuestas serán mejor percibidas a través del prisma mayor que rige la economía del béisbol, particularmente la de equipos de la categoría de los Red Sox, que pertenece a la realeza de este deporte. Incluso cuando el cielo está cayendo, todo lo que se requiere es de unas torres de dinero puestas en los lugares precisos, para así volverlo a ubicar en su sitio.

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