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Chicharito y Alphonso, multiversos de la pasión por el futbol

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LOS ÁNGELES — Dos futbolistas. Dos estampas. Dos catarsis. Dos contrastes. Dos vivencias. Dos actitudes. Dos extremos. Dos momentos. Antípodas. Antagónicos. Alphonso Davies y Javier Hernández.

Uno de ellos, explota en un video. Se derrumba. Grita. Se contorsiona en el piso. Gimotea. Llora. Se mesa los cabellos. Se levanta. Se consterna. Se confunde. Histeria. No sabe cómo hacer que haga erupción la dicha que borbotea, que bulle, dentro de sí; que amenaza con estallarle a través de los sentidos y los sentimientos. Canadá va al Mundial, pero sin él. No importa. Alphonso Davies tiene miocarditis, y el corazón bombea irregularmente sangre. Pero, ¿pasión y amor?, esos clímax por el futbol, ningún electrocardiograma puede medirlos en el cuerpo de la estrella del Bayern Múnich al ver a su selección en la lista de Qatar 2022.

Otro, embarra de sangre a borbotones su horizonte. Plasma rojo en el plasma de última generación. Busca, se agazapa, dispara, acribilla, aniquila. Y ríe, vocifera, maldice, profana, celebra. Mientras México vive una calamidad ante EEUU, al mismo tiempo Chicharito juega y se promociona a través de Twitch. Y él decide ignorar a la selección nacional. Allá, sus colegas y compatriotas, mueren de nada en un 0-0, mientras simultáneamente él lucha a muerte en un juego de video. Seguidores de sus viciadas obsesiones bélicas, denuncian: “A quienes le preguntaban por el juego de México, o porqué no lo estaba viendo, nos bloqueaba. Y amenazó que al que siguiera preguntándole, lo bloquearía”.

Sí, Alphonso Davies y Javier Hernández, universos distintos, universos opuestos, universos paralelos. Multiversos.

¿Serán sus orígenes tan antagónicos? ¿Vientre de anemia y vientre de plenitud? ¿Cuna del hambre y cuna de oro? Uno es hijo de la guerra; el otro, modosito hijastro de los mimos.

Huyendo de la Segunda Guerra Civil en Liberia, los padres se asientan en un campo de refugiados en Ghana, junto a casi medio millón de compatriotas. Ahí nace Alphonso Davies. En 2005, a los cinco años, la familia emigra a Canadá. Ahí comienza la historia. Es considerado uno de los mejores defensas del mundo. El 14 de enero de 2022, le detectan miocarditis. Es enviado a reposo y a observación. Cero futbol. Él dice que está listo para volver. Los médicos alemanes son cautelosos.

¿Llegará al Mundial de Qatar 2022? Nadie tiene una respuesta definitiva. Sólo buenos deseos. Davies asegura que sí. El entrenador de Canadá, John Herdman desea que sí. El técnico del Bayern Múnich, Julian Nagelsman, espera que sí. Los médicos aún aguardan, mientras el liberiano-canadiense, empieza a forzar la marcha. Su corazón es un kamikaze.

El video de Davies subyuga, seduce, conmueve. El Mundial es suyo pero no es para él. Quiere estar ahí. Nació, creció y desarrolló para estar ahí. Todo, su cuerpo, su mente, su fervor, su pasión, dicen que sí, pero el músculo que lo gobierna, aún dice que no.

En tanto, Javier Hernández firma públicamente el divorcio de un matrimonio que estaba ya roto, dañado, demolido, ruinoso, oxidado. Mientras México padecía ante EEUU, él pulverizaba trúhanes y malosos. ¿Cómo interpretar que un confeso, ruidoso, incisivo, anhelante y deseoso de regresar a la selección mexicana, que asegura que en el plantel de hoy, tiene muchos y grandes amigos, desdeñe a “su Tri”, y elija, mejor, segar vidas algorítmicas ante una consola de juegos? ¿Inmadurez? ¿Rencor? ¿Berrinche? ¿Dignidad? ¿Hipocresía? ¿Todo lo anterior?

Sin duda, el jugador, en sus ocios, puede elegir dedicarse a lo que se le pegue en gana. Tiene la libertad absoluta del ser humano. Especialmente si sabe que es objeto y sujeto –que no víctima--, de la mala sangre de Gerardo Martino y Yon de Luisa, pero también de sus pecados.

Pero, entonces, en el caso de Chicharito, aquello de: “Si no quisiera estar en la selección ya me hubiera retirado. Como jugador de futbol estoy haciendo lo que me enseñó mi abuelo, mi padre, todos: si quieres ser jugador de selección tienes que sobresalir en tu equipo y de toda la gente de tu país para poder ser llamado y considerado, así me enseñaron mi abuelo, que en paz descanse, mi padre, y eso lo que estoy haciendo, y es lo que está en mi mente”.

Contrastes pues. Mundos antagónicos. Pasiones extremas. Uno, Davies, ofrenda y suplica, con el corazón aún cicatrizando, para que Canadá le reserve una plaza mundialista. Otro, Chicharito, ha mandado al Tri a la “friendzone”, donde van los pañuelos y los pañales desechados por pasiones pasajeras o por desprecios eternos. Uno es hijo de la guerra, como todo guerrero; el otro, es hijo de sus apasionamientos, más que de sus pasiones.

Cierto, sin duda Javier Hernández trata de purgar todos sus pecados. Está en su mejor forma en los últimos cuatro años. Tiene el derecho a un llamado. Es el gol que necesita México y que Martino busca con un lazarillo y no con objetividad. Sin embargo, tal vez esa contrición y arrepentimiento verbales, se desmoronan cuando juega “su” selección y él selecciona, en cambio, exterminar frustraciones, en la fantasía de un videojuego.

Así, Alphonso Davies y Javier Hernández, mellizos de la contradicción. Uno que quiere tanto, y otro que ha empezado a querer tan poco.