LOS ÁNGELES — El Salvador arrojó la toalla, antes siquiera del primer campanazo, antes incluso de subir al ring. Y México se cebó sobre la víctima propiciatoria. No tuvo clemencia del adversario arrodillado competitivamente, ante un Estadio Azteca semivacío por abandono, por desprecio.
México clasifica a Qatar 2022 como segundo en el Octagonal. Pero, en sensaciones, en promesas, en ofrendas de futbol, muy lejos del líder Canadá, e incluso del tercero, Estados Unidos, que en cuatro ocasiones fue siempre superior al Tri en futbol. Los conformistas se ampararán en la parlanchinería de la aritmética, pero los realistas sopesarán la miseria futbolística.
El Tri, al final, ganó, gustó, pero, no goleó: 2-0 a los descafeinados y destetados cuscatlecos, dando un dedazo de atole espurio y reconciliador a esa eterna y abnegada Penélope Tricolor: su afición, lista ya para que luego de cuatro años de tejer fantasías, en sólo cuatro partidos desteja a jirones de frustración sus utopías ante el umbral del Quinto Partido.
Ampararse comodinamente en el marcador llevaría a disparates en lugar de elogios. Enfrente, México tuvo a un equipo que había claudicado al pasar migración en el aeropuerto. Lejos, muy lejos de aquella versión de El Salvador que en el segundo tiempo en la Copa Oro, puso al Tri a encender veladoras y a acelerar los cronómetros.
En semejante y anticipada rendición, quien mejor aprovechó la prebenda y las bondades fue Uriel Antuna. En el primer tiempo encara, desborda, genera y marca, además, el 1-0, en un rechace de un estoico y casi heroico arquero Mario González, quien realizó al menos cuatro atajadas circenses. El mismo Brujo, ante las complacencias de la visita, provocó el penalti que firmó Raúl Jiménez.
El Tri se acercó de manera insistente, aprovechando las avenidas organizadas por los mismos salvadoreños. Pero falló y falló. Erraron Raúl Jiménez, Charly Rodriguez, Alexis Vega, Uriel Antuna, Henry Martin, Edson Álvarez, y lo peor, que los pocos rezongos de El Salvador se dieron por equivocaciones en la salida… como ayer, como hoy y como siempre. Los cuscatlecos no hicieron un solo disparo a portería en todo el juego.
¿Fue ésta la mejor versión de México en el Octagonal Final de la Concacaf? Ciertamente, pero no se pueden soslayar las condiciones del partido. El Salvador aceptaba su sacrificio, pero sólo suplicaba para que fuera lo menos indecoroso y menos ultrajante posible.
Se puede entender la decisión del técnico Hugo Pérez. Inicia una nueva gestión pensando en 2026 y lo que menos convenía era encerrarse en la jaula de un tigre desdentado, pero desesperado por arrancar, por primera vez en esta eliminatoria, aplausos en la tribuna. Pérez evitó, pues, un trauma brutal a una generación en gestación, más allá de los veteranos que tocan a las puertas del asilo.
Aquellos bobalicones que pretendan dibujar, gestionar, inventar, recrear un modelo de juego de México ante El Salvador, sólo hará el ridículo, queriendo engatusar a su auditorio. De nuevo, el Tri jugó a lo que puede, porque saber, queda claro, sabe muy poco.
Quede claro, esta vez el Tri no enfrentó una marca asfixiante. Ni sufrió de la rudeza, ni de los choques atléticos, en los cuales fue superado por Estados Unidos y Canadá. No le mordieron los tobillos como sus otros rivales. El Salvador ni siquiera puso un candado al cancel de su trinchera. Se defendió bajo la frugalidad y pobreza del amontonamiento de jugadores.
Rudimentario, burdo, temeroso, El Salvador terminó implorando clemencia de la manera más digna, persiguiendo a los adversarios, barriendo balones divididos, y de vez en cuando, por inercia, más que por deseo y convicción, se encontró con la inesperada oportunidad y obligación de irse al ataque, sin intención de atacar. Ya se dijo: Guillermo Ochoa ni siquiera ensució los guanteletes.
Con esta victoria, con semejante dedazo de atole, tosco, rústico, amargo, la Penélope Tricolor ya se siente en la fiesta mundialista. Como la mitológica reina griega, esta Penélope tan autóctonamente mexicana, se dedica a tejer durante cuatro años, con la frágil madeja de los sueños mundialistas, a sabiendas, claro, que cuando llegue el certamen, las palpitaciones de cuatro años tendrán su catarsis suprema en sólo cuatro partidos, a lo sumo, como consolación.
Pero, esta misma Penélope, esta misma afición mexicana, adicta a la felicidad frágil del autoengaño, sabe que este Octagonal, lejos de avivarle esperanzas, le apagó sus expectativas. El nivel de México hasta el momento inspira más funerales que carnavales.
Ha sido una clasificación calamitosa, raspada, agobiante, llena de lamentos. Y, además, reiterativa, en la incapacidad de Gerardo Martino para encontrar una ruta de escape hacia la mejoría. El Tata no levanta puentes, construye socavones.