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El destierro de Chicharito de la Selección Mexicana

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Hugo Sánchez llamaría al Chicharito si mañana comenzara el mundial (1:42)

El 'Penta' asegura que Javier Hernández es el delantero con más gol en el momento (1:42)

LOS ÁNGELES -- Javier Hernández ha marcado de nuevo. De a dos, ante Portland. Y la Guerra Civil de las legiones itinerantes de amor y de odio se recrudece. Chicharito sembró vientos negros en la prosperidad, hoy cosecha tormentas negras en su intento de redención. La resurrección, al tercer día, es sólo un anecdotario de las Sagradas Escrituras.

Marca, nuevamente, a su estilo: el acecho, la sorpresa, la repentización, el amague. Y, claro, esa letalidad que había perdido, durante 2019 y 2020, entre la adiposidad obscena de unos kilos de más, la negligencia atlética, y el herrumbre espiritual y ético del que entrena menos de lo que cobra.

Ya no es el Chaplin del Gol. Javier Hernández ya no empuja el balón con la accidentalidad de la mollera, el cogote, la nalga, o con el músculo estapedio del oído derecho. Hoy lo hace como un goleador educado. Por años, fue un anotador silvestre, rústico, con algunos chiripazos de 30 metros, de esos que el futbol concede hasta a los más burdos de sus más pujantes y limitados feligreses, como una ocasional bonificación a su transpiración. Medallas con el brillo efímero de 90 minutos.

Chicharito maquilaba goles a punterazos o con el esternón. Lo suyo no era la elegancia. Él cobraba en el marcador con la gracia de un polichinela, y había un doble motivo para festejar: la anotación por sí misma, y la actuación de ese Pierrot en contubernio con el marcador. Porque hacían tanta gracia sus goles de saltimbanqui que él era feliz, sin preocuparse por ser, algún día, futbolista.

Un día, todo se colapsó. Microsismos y macrosismos trepidatorios, lo dejaron solo, entre sus ruinas. Su esposa huyó con sus hijos; su tótem espiritual, su abuelo Tomás Balcázar, se quedó sólo en el relicario eterno de sus afectos. El LA Galaxy estaba decepcionado. La MLS preparaba un altar y al final mandó pedir una mortaja. Javier Hernández, sin querer aceptarlo, era sólo escombros, un jugador anquilosado. Ruina entre las ruinas.

En noviembre de 2020, finalmente pudo verse ante el espejo. Dorian Grey había huido de ahí. En términos de Sabina, su “caballo volvió solo a casa, ¿qué fue de John Wayne?”. Y empezó la reconstrucción. Fue doloroso, penoso. Había que pagar la factura de años de negligencia profesional. Lo confesaría a Los Angeles Times: “Toqué fondo. Viví cosas que normalmente se viven en cinco, 10 años. No es una excusa. Es la realidad. Y la realidad es que no asumí la responsabilidad. No pude manejar todo eso”.

Se rodeó de especialistas. Mientras el resto de la MLS descansaba, él empezaba a limpiar el cascote, las ruinas de su carrera. Nutriólogo, kinesiólogo, preparador físico, reumatólogos, traumatólogo, reflexólogo, y todas las vertientes relacionados con el afán de convertir esa maquinaria oxidada en un atleta dedicado al futbol. Entendió que había besado la cima con el Manchester United y estaba revolcándose en la sima con el Galaxy.

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3:57
Dionisio Estrada: Mentalmente Chicharito es un gran jugador más allá de sus cualidades técnico-futbolísticas.

Javier Hernández sigue haciendo goles con el Galaxy, impulsando nuevamente el debate sobre su no presencia en la selección nacional.

Como si buscara desesperadamente un confesionario público, empezó a relatar su calvario en historias de Instagram. Sí, irónico, pero, finalmente, aprendió sobre su aparato locomotriz y psicomotor. Aprendió a pegarle al balón, desde el punto de apoyo, hasta la flexión del pie de golpeo. Insisto: fue un jugador que creció a lo silvestre. Si hacía goles, para qué educarlo, pensaron en Chivas. Empezó, literalmente, a saber cómo usar músculos que ni sabía que existían.

Pero, ya había atiborrado el camposanto con todos sus errores. Habían sido demasiados. Demasiados y condenatorios. Su hogar, lleno de bulla infantil, dejó de serlo, para convertirse en una casona silente, apagada, sombría. La Selección Mexicana le había cerrado sus puertas. El Galaxy lo miraba con recelo. Sus escándalos rebasaban sus buenas intenciones. Su apodo, legado paterno, dejó de ser asociado con el gol, para enfangarse en el aquelarre del chismorreo.

La soledad es un purgatorio del que sólo se escapa al Cielo o al Infierno. Y Javier Hernández vive aún esa condena. Recluido en Las Siete Gradas del Purgatorio de Dante (soberbia, envidia, pereza, gula, etcétera), intentó en 2021 escapar a través del único salvoconducto que le ofrece el futbol: la cancha y el gol. No fue fácil. De hecho, en la desesperación por expiar sus pecados, las lesiones truncaron el camino. Recurrió a una de sus frases favoritas, para no rendirse: “Dios le da sus peores batallas a sus mejores guerreros”. Pero ya no era cuestión de teología, sino de autenticidad.

Este 2022, Javier Hernández ha encontrado su mejor manifestación como futbolista. En 2021 terminaba los juegos con calambres y sofocado. Hoy, los termina fresco, pujante. Los goles que ha marcado este año y el anterior, le habría sido imposible anotarlos en 2019 y 2020, cuando su cuerpo ya no respondía a las proezas que pretendía ejecutar en la cancha. Hoy remata con más potencia y su forma física le permite elegir el remate correcto. Es, guardando las abismales distancias, como Tom Brady dando el movimiento entero a su brazo, o Rafael Nadal alargando la raqueta desde su cuerpo, para que el impacto ocurra con la fuerza y precisión necesarias.

Hoy es mejor futbolista. Ya no es sólo un cazador furtivo, ingenioso, pertinaz, ávido de balones en el área contraria. Desde 2021 descubrió otros terrenos. Es solidario en la marca, genera, alarga su rendimiento en la cancha. Recupera y organiza, colabora. En la reconstrucción ha mejorado su técnica, el golpeo, y mantiene la visión certera que le significaba adivinar opciones de juego, pero que ahora extendió a otras zonas del campo.

Cierto, juega en una Liga de menor exigencia en defensa. En la MLS se privilegian y se ponderan los grandes rematadores y se desestima a los grandes defensores. Los goles generan boletaje, los defensas lo ahuyentan. Aun así, a Chicharito han aprendido a complicarle la ruta al gol. No sólo con el dos a uno, sino abortando la línea de abastecimiento de balones al área.

Sin embargo, ante las urgencias de gol que tiene la Selección Mexicana, se encuentra en mejor momento que un Raúl Jiménez que arrastra las secuelas del brutal choque de cabezas con David Luiz. Y sí, es innegable que rebasa, con mucho, el momento de la sequía de Rogelio Funes Mori y de Henry Martín. Hoy, más allá de la desestimación hacia la MLS, Chicharito es mejor que los tres.

Pero su expediente está en el archivo oscuro del futbol mexicano. Sus pecados, insisto, rebasan sus buenas intenciones. Gerardo Martino le ofreció el ministerio del liderazgo en el Tri. Se comprometió, pero, lo traicionó. Una sola jornada de concupiscencia y libertinaje, acabó con todo. Aquel septiembre de 2019, en un brunch en Nueva York, CH14 comenzó el naufragio de la traición a su propia carrera.

Él lideró la excursión. Nunca se imaginó que ahí, en esas seis horas, dentro de un tugurio en Manhattan, comenzaría la peor de sus pesadillas. Conocieron a unas botineras. La mexicana Keyla Caputo y la argentina María del Mar Molar terminaron siendo damas de compañía del Tri con rumbo a San Antonio, Texas. Pero, en el traslado, Chicharito multiplicó el engaño, el chantaje, la traición.

Andrés Mateos, empleado de logística de la FMF, subió a las señoritas en cuestión al vuelo del Tri, dejando en tierras neoyorquinas a personas muy allegadas a Yon de Luisa. Keyla Caputo y María del Mar Molar fueron hospedadas en el mismo hotel de la selección en San Antonio. La FMF investigó. Javier pudo rescatar a Mateos, pero lo abandonó. El empleado le pidió que aclarara los hechos, pero fue desoído. Sería despedido.

Martino, De Luisa, jugadores, empleados, se sintieron traicionados. Javier Hernández había abusado de ese escasísimo poder condicionado que le habían otorgado. Hasta hoy, él se lava las manos, pero su nombre sigue ensuciado en la mente y las entrañas de todos los afectados.

Recuérdese que tras el zafarrancho organizado en el seno del Tri durante el Mundial de Rusia, en aquella rebelión de las “Divas Rubias”, advenedizas, tras el triunfo sobre Alemania, Chicharito había recibido un asterisco condenatorio, No debería regresar al Tri. Era la metáfora de la manzana podrida. Martino quiso arrancar con hojas en blanco. Creyó que podría apoyarse en Javier, al interceder por él.

¿Se ha redimido totalmente? En la cancha, sin duda. Pero, aún, hay derecho al escepticismo, el resquemor, la desconfianza. Cuando anota, festeja, pero, casi de inmediato, invoca a una celebración colectiva, especialmente felicitando al tipo que genera el pase para el gol. ¿Es genuino o es actuado? No se olvide que, cuando había medios presentes, Chicharito era el primero en acercarse a aficionados con capacidades especiales, en silla de ruedas, a tomarse la foto y firmar autógrafos. ¿No había medios que atestiguaran su generosidad? Ni volteaba a ver a los ansiosos seguidores.

¿Cómo saber si ha cambiado y hasta dónde ha cambiado? Él tiene su versión. "Estoy tratando de hacerlo de la mejor manera como me enseñó mi abuelo y mi padre para poder ser elegible, para hacerlo de la mejor manera”, dijo después del juego ante Portland Timbers.

Hay una sola posibilidad. En la Liga de las Naciones, el sorteo sospechoso de Concacaf, puso a México ante una Jamaica en reconstrucción y frente a Surinam. Parece el momento adecuado. Gerardo Martino, si continúa en el cargo, podría dar un poderoso golpe mediático y de autoridad. Citar a Javier Hernández. Encerrarlo con el cuerpo técnico, directivos y los líderes del grupo. Y charlar. Y confrontarlo. Y observarlo. Y ponerlo a prueba. Y hurgar en sus verdaderas intenciones. Y si hace goles en esos dos juegos, pero aún hay incertidumbre sobre lo genuino que pudieran ser sus comportamientos, entonces, ya nadie podrá recriminar al Tata que lo segregue de la Selección Mexicana.

Hoy, la Selección Mexicana necesita del futbolista, de la nueva versión del futbolista. Sin embargo, hoy, no puede darse el lujo de convocar a la vieja versión del ser humano.

Es simple: las nuevas virtudes de Chicharito serán bienvenidas, pero los viejos vicios de Javier Hernández deben mantenerse en el destierro.