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Cruz Azul, más cerca de otros 23 años de ayuno que de la décima

LOS ÁNGELES -- Hay deudas de honor y deudas de amor. Cruz Azul decidió no saldar ninguna de ellas con Juan Reynoso. La nobleza, en La Noria, murió con Guillermo Álvarez Macías.

Juan Reynoso se equivocó dos torneos en la cancha, eso es incuestionable. Pero, la directiva de Cruz Azul se equivocó dos torneos desde la comodina impunidad e inmunidad de la ignorancia, desde su escritorio. El futbol no es física cuántica, pero requiere, al menos, un poquitito de cacumen.

Cruz Azul sumaba 23 años y medio buceando en ese pantano del fracaso, de la corrupción, de las falacias, de los contubernios. Los hermanos Álvarez Cuevas, donde no hay ningún Abel, sino dos Caínes, se esforzaban por boicotear al equipo para no afectar sus intereses. Uno de ellos está prófugo. El otro, amenaza con regresar para darle el tiro de gracia al equipo.

Juan Reynoso terminó con ese cautiverio del fracaso, con esa calamidad repetitiva de ser el hazmerreír de las finales que jugaba y de ponerle facha y colores al infame verbo cruzazulear.

Entiéndase algo: todo mundo está obligado a ser agradecido, pero nadie debe ser esclavo del agradecimiento. Eso se entiende. Cruz Azul deberá encuadernar en oro la gestión del técnico peruano, pero tampoco encadenarse al servilismo del agradecimiento.

Ciertamente, Reynoso se ayudó poco. Tomó decisiones inexplicables, eligió formas de juego confusas y pareció apostar por cartas equivocadas. Hay partidas de póker que se ganan con ases y otras con doses.

Además, perdió la Semifinal de la Concachampions, que era un objetivo que rayaba en el capricho, y fue eliminado en Repechaje en dos partidos en los que su rival, Tigres, jugó con diez hombres por expulsiones. Y no supo resolverlo.

¿Fue toda su culpa? Absolutamente. Perdió a Charly Rodríguez y a Jesús Corona por lesión, pero ya antes había perdido a futbolistas clave por decisiones ambiciosas de los directivos y negociaciones truculentas de los promotores. De golpe, se quedaba sin Yoshimar Yotún y, además, nunca se llenaron dos boquetes: el de Cabecita Rodríguez y Brayan Angulo, ambos en horas bajas en las ligas saudí y brasileña.

¿Merecía la continuidad? Sin duda, pero él mismo entendía que se había resquebrajado esa relación, que al menos debería ser armoniosa, con la directiva. Desde dentro, el equipo era víctima de microsismos. No todos los jugadores que llegaron fueron elegidos por Reynoso, ni todas las posiciones fueron cubiertas correctamente.

La salida de Álvaro Dávila dejó confusión en todo Cruz Azul. Los que se quedaban eran expertos en la Cooperativa, pero lerdos en futbol. Llegó Jaime Ordiales, pero la antipatía fue más que evidente. “No somos amigos, no nos tomaremos un café”, dijo Reynoso.

Imagínese el campo minado que rodea a Cruz Azul. Muertos y heridos vinculados a la Cooperativa y, encima, el mismo día de un juego clave en Liguilla, aparece, perniciosa y perversamente, desde donde se encuentra oculto y prófugo, Billy Álvarez Cuevas, a soltar una perorata sobre su inocencia, obviamente, con la intención de desestabilizar al equipo.

En tanto, Alfredo Álvarez Cuevas, después de entregar y vender a su hermano a cambio de su libertad, ahora amenaza con recuperar ante la FMF y los juzgados, el control de Cruz Azul. Parece poco probable, pero, con la comprobada prostitución de las leyes en México, todo puede ser posible. Insisto, hay dos Caínes y ningún Abel, y ambos dispuestos a convertir en ruinas el imperio que les dejó su padre.

Además, ocurre la detención de Joaquín Velázquez, el auxiliar de Reynoso, quien terminó siendo declarado culpable desde las ratoneras de Cruz Azul, pero fue declarado inocente por las autoridades mexicanas. Eso, arruinó aún más la relación con el técnico peruano, quien pidió ayuda y solidaridad a sus dirigentes, pero se lavaron las manos con el mismo cinismo y pánico de los eternos Poncio Pilato que pululan por el futbol mexicano.

Entre el recambio del plantel, lesiones y ese tipo de terrorismo tan cruzazulino y extra cancha, parecía imposible llevar a La Máquina a mejor puerto, sin soslayar, como ya se dijo, los errores propios de Reynoso, y sin olvidar que el estilo de juego cada vez se volvía más un reflejo de los miedos que de las audacias.

Roto, pues, el proyecto que tenía aún seis meses más de vigencia y en un divorcio más que anunciado, al que sólo le faltaban fecha y monto de la liquidación, el Cruz Azul no puede equivocarse nuevamente.

Sin embargo, todas esas zacapelas burdas, traicioneras e internas, más el regreso de Carlos Hurtado, sobrevolando La Noria, llevan a pensar que La Máquina está retomando el camino para otros 23 años y medio sin celebraciones.

Hoy, hay inestabilidad extra cancha; Jaime Ordiales quedará supeditado a las decisiones de directivos que han demostrado haber consumido y consumado el Principio de Peter: “Cada hombre asciende hasta su propio nivel de incompetencia”. Los jugadores, en tanto, perciben esas condiciones inquietantes en la institución.

Visto así, hoy, sin duda, Cruz Azul está más cerca de otros 23 años de ayuno, que de llevar una décima doncella a su Sala de Trofeos.