LOS ÁNGELES -- “Idos los amores, idos los humores”, refunfuñaba la abuela. Entonces, idos los festejos, idos los desfiles, idos los clamores, e idos, claro, los asteriscos y las sospechas (que los Riestra, que el VAR, que los árbitros), la realidad debe salpullir a los otros 17 equipos: Atlas está más cerca de un inesperado, incontemplable, impredecible, y cataclísmico Tricampeonato, antes de que América bese la 14 o Chivas albergue la 13.
Permítaseme la letanía gastada: este Atlas reniega de sus raíces. Insistí en diciembre pasado y en este mayo inesperado: esta versión rojinegra parece una versión bastarda, y descastada de La Academia, Los Niños Catedráticos y Los Amigos del Balón. Aquellos eran Jennifer López en el SuperBowl, y éste es Carmen Salinas y su Corcholata en su pulquería.
Y claro, lo entiendo: aquellos magníficos exponentes del futbol generoso, generacional, genésico, del Atlas, tenían las manos vacías. Éste, el del Grupo Orlegi, ha sido dos veces campeón en menos de seis meses. Las nuevas generaciones rojinegras tienen más motivos tangibles de festejos que las nostalgias romanticonas y seniles por aquellos tiempos maravillosos de un futbol vistoso, encarador, desparpajado, insolente, seductor.
E insisto, este Atlas está más cerca de lo insospechado, de un casi apocalíptico Tricampeonato, que los otros equipos populares y populacheros, que hoy sufridamente contemplan cómo la Cenicienta Rojinegra se tardó 70 escalones y otras tantas zapatillas de cristal, antes de salir y regresar a palacio… y quiere adueñarse de él.
Atlas celebra misa de acción de gracias, tras obtener el bicampeonato en el Catedral de Guadalajara .
No, no me olvido de los “accidentes” arbitrales, ni de las casualidades del VAR, ni de la casi inmunidad absoluta de Aníbal Chalá. No me olvido de ese extraño sortilegio de que en dos torneos seguidos, dos alineaciones indebidas hayan ocurrido ante el Atlas, pero qué culpa tiene de la estulticia de los cuerpos técnicos rivales. No, imposible soslayarlo.
Leo y escucho una exigencia común: “Ahora, a reforzarse”. Es una referencia insulsa, desesperada, una supuración de la obviedad. ¿Se reforzó Atlas para ser Bicampeón? ¿Alguien puede llamar refuerzo a un despojo americanista como Emanuel Aguilera? Y sin embargo, sin ser clave, fue útil. El equipo carga con lastres costosísimos: Gonzalo Maroni y Franco Troyanski. El primero tiene más kilometraje en vuelos que en la cancha, y el segundo ha sido el Caballo de Troya de su propia carrera. Ambos fueron desplazados por jugadores mexicanos. Y ambos están a préstamo.
Vamos, Atlas fue capaz de “desforzarse” en pleno torneo. Fue vapuleado por vender a Jairo Torres (21 años) justo antes de la Liguilla al Chicago Fire FC de la suburbial MLS. ¿Alguien lo extrañó? Incluso, Jeremy Márquez, el vitoreado verdugo de Chivas, tras ser expulsado en el Juego de Vuelta ante Guadalajara, perdió la titularidad. Luis Reyes resultó un “Hueso” duro de roer y se adueñó del puesto.
Queda claro que en lugar de hacer apuestas costosas y riesgosas, Atlas puede nutrirse de lo que produce. Ahí, de donde sacó a Márquez, a Torres, a un espléndido Diego Barbosa, de ahí mismo, de su propia ubre, como en otros tiempos, antes de la sistematización de Marcelo Bielsa, y después de ella.
Recuérdese que la incubadora rojinegra le dio al Tri su mejor columna vertebral de la historia (Rafa Márquez, Pável Pardo, Jared Borgetti, Oswaldo Sánchez y Andrés Guardado), comparable sólo con la que alguna vez generó Pumas (Hugo Sánchez, Manuel Negrete, Félix Cruz, Olaf Heredia, Luis Flores, Rafael Amador).
Hoy por hoy, tiene al mejor portero en México: Camilo Vargas. Si no fuera por su edad, ya estaría con visado a Europa. Tiene una defensa que hace muy bien su chamba, dentro de un estricto aparato defensivo, en el que sus primeros mastines, sí, entérese, son Julián Quiñones y Julio Furch.
Especialmente tiene a un caudillo que es el único Bi-Bi de la historia de torneos cortos: Aldo Rocha. El tipo pujó y empujó en Morelia, y pujó y empujó en León, donde para su infortunio, había una media cancha poderosísima: Luis Montes, Gullit Peña y Gallito Vázquez. Ahora, en Atlas, ha dado muestras de personalidad. Él no lo dice, pocos lo saben: ha salido a la cancha en plena Liguilla con dolores, pero sin infiltrarse. ¿Lo vio domesticar a Tigres desde el manchón de las sentencias? ¿Cuántos jugadores con esa personalidad? ¿Será que acaso tanta testosterona, tantas gónadas espantan a Gerardo Martino? Hoy, el Tri, tiene capitancitos de chalupas y trajineras, no de trasatlánticos.
Por eso, hablar de refuerzos, parece un ataque de dislexia oportunista. ¿Alguien cuestiona a un higiénico jornalero de obra negra como Édgar Zaldívar, como para buscar otra versión soez, procaz, de los Maronis y Troyanskis? ¿Alguien se atreve a emplazar a la banca a un Javier Abella, con su mejor exposición, desde aquella su primera versión en Santos?
Adelante, los dos primeros peones de este proletariado del Atlas: Quiñones y Furch. Ahí empieza este tosco estilo de juego. Pero ellos lo hacen efectivo. Y cuando embisten, cuando al colombiano se le pega la gana retraer memorias de aquel fantasmagórico Abel Verónico, él sólo puede resolver partidos.
¿Furch? Es un mil usos en el ataque. A pesar de sus facultades de “killer”, se ha convertido en un humilde doméstico de sus compañeros. Si tiene que desaparecer de la línea de fusilamiento para que aparezca otro, lo ha hecho. Y bueno, ya sólo espera que la FMF le recomiende los mismos “coyotes” que usó, en plena pandemia, con las oficinas de la SRE (Secretaría de Relaciones Exteriores) cerradas, para naturalizar a Rogelio Funes Mori, quien aún convalece, aquejado todavía del estrés que las críticas le han generado, tras su impúdica impotencia para anotar.
Entiéndase algo: sumar jugadores con ese halo impostor de refuerzo suele generar incomodidades en vestuario y banca. Eso lo saben en Atlas. Buscan un perfil de jugadores dispuestos al compromiso desde este mismo martes, porque en julio arranca la refriega. Los divos tienen miles de egos que no caben en la estrechez de un santuario humilde como el rojinegro.
En Futbol Picante del lunes, el tema envenenado y sabroso era quién había formado este Atlas, el Grupo Orlegi o Diego Cocca. Ciertamente el riesgo lo corre Orlegi, porque incluso hubo un momento en que el técnico estuvo agobiado por malos resultados y cada vez que sonaba su teléfono, aterido, empacaba las maletas.
Ciertamente no es –ni será–, “el Guardiola de América”, como pomposamente lo llamó Alejandro Irarragorri al presentarlo en Santos. Es una falta de respeto para Pep. Pero entregar dos títulos en menos de seis meses a un equipo que vagó en los páramos dolientes del fracaso por 70 años, tiene un mérito incuestionable.
Y sí, ya sé que Usted, uno de esos pocos asiduos a este espacio, que tiene menos lectores que estrellas el Atlas, va a desempolvar los asteriscos de los Riestra, el VAR, los árbitros, y otras calamidades, causalidades y casualidades, de las cuales hemos ahondado ya antes aquí mismo, pero entiéndase que también, Pachuca, que nos embelleció el torneo durante casi 20 semanas, se resquebrajó en los últimos 20 minutos de la Final.
Además, se viene un torneo sabroso. Hay equipos que apuestan por lo que conocen y otros que juegan a lo desconocido, en una cita a ciegas entre su ignorancia y el suicidio.
América ungió a Fernando Ortiz, el interino milagroso. Chivas haría lo mismo con Ricardo Cadena. Cruz Azul firmó a Diego Aguirre. Toluca fortalece los planes de Nacho Ambriz. Pachuca deberá alquilar un diván para los demonios de Guillermo Almada. Miguel Herrera hurga en busca de defensas para unos Tigres más vulnerables que gato bodeguero. Puebla le cumplirá con refuerzos a Nicolás Larcamón. León ensaya con Renato Paiva. Mazatlán mantiene la apuesta por el triunvirato con Gabriel Caballero, Chaco Giménez y Gerardo Mascareño. Pumas arrima escapularios al misticismo de Andrés Lillini. Etcétera.
¿Concuerda, pues, en que en cuanto a proyecto armado, sólido, solidario, devoto, que sí, que juega feíto, y que sí, de repente las hadas se transforman en arpías arbitrales, amenaza con un Tricampeonato?
Lo cierto es que hace poco más de seis meses, el Atlas vivía en el exilio del anonimato. Hoy, es tendencia, bajo sospechas, bajo cuestionamientos, pero, sin duda, bajo admiración y una dosis inevitable de envidia. Pero, si todos ahí adentro tienen el espíritu acorazado de Aldo Rocha, tormentas vendrán de aciagas y sólidas injurias, pero mantendrá la sonrisa maliciosa, esa que por 70 años, en este equipo, era totalmente ajena.