LOS ÁNGELES — Cierto, es la limosna que se cayó del bolsillo de Estados Unidos, pero México y el Estadio Azteca se convierten en los primeros entes en albergar tres mundiales: 1970, 1986 y 2026.
México logró rescatar las tres sedes (Estadio Azteca, Monterrey y Chivas), cuando estuvo en peligro de perder una de ellas. Mérito, sin duda, de Yon de Luisa. Queda claro que él tiene derecho de picaporte en FIFA, mientras que el canadiense Víctor Montagliani sólo es un presidente de membrete en Concacaf.
Claro, también pesó en favor de De Luisa, la prosapia, la heráldica, el peso histórico de un país bimundialista, pero en el que, además, se consagraron los dos futbolistas más grandes de la historia: Pelé y Maradona.
Es precipitado hablar de 2026 cuando el panorama luce té-TRI-co para el 2022. Parecería –todo un lujo–, un Mundial de desperdicio, habida cuenta la miseria futbolística de la Selección Mexicana, y reiterando que no clasificó a Qatar por su exuberancia, sino por la indigencia futbolística de la zona.
Pero, precisamente, todo el calvario y calamidades de este proceso mundialista, debe servir para no equivocarse nuevamente y especialmente para que no ocurra, como desde hace años, que el Tri quede en unas cuantas manos, en unas pocas manos, además, ineptas, fariseas, mezquinas, comprometidas y voraces.
Sin embargo, ya se sabe, el poder pertenece sólo a uno y el resto muge y puja, sumiso, desde ese aparatoso e inútil púlpito que se dice ser la Asamblea de Dueños. Nunca mejor que ahora aplicado el terminado de #YuntaDeDueños, cortesía de Sven-Goran Eriksson. Les cantaría Sabina a los propietarios de clubes: “Que ser valiente no salga tan caro. Que ser cobarde no valga la pena”. Pero…
Más allá de la incertidumbre que vive México como país, también deberá encontrar soluciones a la inseguridad, la violencia, el narcotráfico, la inflación, la corrupción, más allá de que sólo albergue diez partidos en total (cuatro en el Azteca, tres en Monterrey y tres en Guadalajara). Ya se sabe que en eventos así, suele haber treguas y pactos entre el gobierno y la delincuencia organizada. Ha ocurrido, ocurre y ocurrirá no sólo en México, sino en cualquier país del mundo.
¿Futbolísticamente? Es necesario trazar un proyecto, pero con genuinos intereses deportivos. No es imposible, porque tipos conocedores los hay entre directivos de clubes y entrenadores. Pero, parece improbable, porque se tratará de abusar de la gestión deportiva y financiera.
Entiéndase algo puntualmente: este Mundial 2026, en la Región México, no le pertenece a los mexicanos, ni a los clubes, ni a la afición, ni a los empresarios, y mucho menos a quienes pretendan el desarrollo del balompié en México. No, esta sede, este Mundial 2026, estos diez juegos, esta fiesta, sólo le pertenece a un tipo: Emilio Azcárraga Jean y al conglomerado visible y oculto detrás de él. Quien no lo quiera ver así, se engaña, se miente o ha malbaratado su conciencia.
Por lo pronto, Yon de Luisa ya tiene un legajo para ese Mundial 2026, pero le está incomodando la forma en que le rechinan huesos y articulaciones a este Tri de Tata Martino, con más inclinación al fracaso que a la sorpresa.
Contempla poner en pie de guerra a dos selecciones, una mayor y otra con límite de edad, y mantenerlas en constante actividad. Ha propuesto hexagonales a jugarse en Estados Unidos a partir de 2023, con México, Canadá, EE.UU. e invitados de UEFA, Conmebol y Concacaf. Obvio, no necesariamente se enfrentarían entre sí los tres países anfitriones.
Descartado Gerardo Martino para dirigir a México en la ruta hacia 2026, Yon de Luisa tiene un plan maestro para la dirección técnica, en el que contempla la más costosa inversión para ese puesto y ese proyecto.
De Luisa lo sabe: México tiene una gran oportunidad de ser protagonista porque jugará siempre de local, ya sea en las tres plazas mexicanas, y cuando, para la fase de eliminación directa, deba emigrar a Estados Unidos, donde, ya se sabe, siempre partirá plaza como anfitrión y amo de la tribuna.
En este proceso, el gran problema del presidente de la FMF ha sido la falta de asesores, de gente confiable, conocedora, capacitada y experimentada. Eso podría cambiar al armar el esqueleto de 2026. No más Torrados ni Hierros, sino gente que proponga en el día a día, y no que improvise en los días de caos.
Pero, insisto, es el momento en que los verdaderos dueños de la selección mexicana, por derecho constitutivo, participen, propongan, intervengan, cuestionen, exijan, respalden, increpen, pero, sobre todo, que concilien.
Nunca volverá a estar México tan cerca de una odisea mundialista como en 2026. Sí, lamentablemente, parece que el 2022 será un lujo, sí el lujo de ser el Mundial del desperdicio.