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Un atleta cualquiera

Stefano terminó eliminado y sus amigos... ¡presos! GettyImages

LONDRES -- La noche olímpica me llevó a un pub. Es la primera vez desde que arrancó la competencia, que suele entregar novedades nocturnas en básquet, hockey o natación y obligan a mantener la guardia profesional en alto. Ahora, en cambio, la cuestión viene tranquila y puedo sentarme junto a un par de viejos amigos ingleses a disfrutar de unas horas de distracción.

Me avisan que se nos unirán un par de conocidos, algunos italianos que trabaron amistad con ellos en Bologna. Serán tres. Cuando llegan, veo a uno vestido en riguroso uniforme olímpico, un azul brillante diseñado por Armani que exime de cualquier pregunta posterior: se trata de un atleta.

No llega demasiado contento. Con el transcurrir de la noche me enteraré que su nombre es Stefano Cipressi, que tiene 29 años y que representó a su país en el slalom de canoa. Sus amigos le dicen Cippo. Usa anteojos. Lo primero que lo distingue como profesional de alto rendimiento es su elección de bebida: mientras la cerveza corre, él se aferra a su gaseosa light. Tiene espalda ancha y los brazos de un hombre que se toma seriamente su trabajo en el gimnasio.

Le preguntamos por qué mantiene su vestimenta oficial a esta hora de la noche, cuando la informalidad es norma. "Si hago cualquier aparición pública sin este conjunto, me multan. No sé cuánto es, pero estoy seguro de que son varios miles de euros", aclara. Dice que tiene cinco o seis pantalones y chaquetas idénticas en su placard, y que incluso guarda un saco, una camisa y un par de zapatos que debe usar en ceremonias de mayor importancia.

La cara de pocos amigos de Cippo se explica a partir de su resultado deportivo. En su prueba, finalizó 11° en la semifinal. Sólo 10 se clasificaban para la definición. Él quedó apenas por fuera del corte, gracias a 3 décimas de segundo de diferencia con su rival más próximo. "Fue muy deprimente. Después de la competencia fui a mi habitación, me senté en la cama, miré cuatro horas de televisión, me paré para comer en el restaurante de la Villa Olímpica y volví a mirar otras dos horas de televisión. Después me dormí. Estaba destrozado", recuerda sobre el momento posterior a su eliminación.

Campeón del mundo en la especialidad de kayak en 2006, este doctor en psicología decidió cambiar de embarcación en 2009 para encarar un nuevo desafío: "Arranca mi segunda carrera", le dijo en aquel momento a un diario de su país. Igual logró clasificarse por única vez a una justa olímpica.

A sus dos amigos italianos, que llegaron para verlo competir y se alojaron en casa de una conocida francesa, no les fue mejor. Tenían tickets para la final. Cuando Cippo falló en clasificarse, decidieron venderlos. Preguntaron a un par de voluntarios que les aseguraron que no habría problemas. Apenas lograron deshacerse de las entradas, fueron arrestados por reventa ilegal. Las cuatro horas que el atleta las pasó frente a la TV, ellos las pasaron en la comisaría.

La historia de Cipressi es una historia cualquiera, la de un atleta de los cientos que no salen en las páginas centrales de los diarios en cada país. Valía la pena rescatarla para entender el sacrificio, la humanidad y el día a día de todos los muchachos que construyen los Juegos desde la periferia.