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Los 62 minutos que reescribieron la historia

MÉXICO -- Era la primera de dos finales. En su mente, era la más importante.

Independientemente de que la otra sería la que le daría la inmortalidad, los 200 metros mariposa era la prueba que Michael Phelps pensó que debería llevar su nombre.

Nadie la había nadado como él y, en su entender, nadie la volvería a nadar por debajo del 1:51:51 que puso en Roma en 2009 (y con el veto a los trajes de baño de alta tecnología, puede que tenga razón).

En su calendario estaba así. De hecho, ésta hubiera sido, en teoría, la que lo hubiera encumbrado como el atleta con más medallas en la historia de los Juegos Olímpicos.

Pero ahora "solo" empataría a Larissa Latynina en esa categoría. Y eso, para un ganador de su calibre, no sería suficiente.

Si conseguía el oro (y el uso de ese condicional ya sonaba a falta de respeto) sería el primer nadador en ganar la misma prueba en tres Juegos Olímpicos consecutivos.

Hace 3 días me costaba mucho trabajo entender las palabras que le dijo a Andrea Kramer de NBC después de clasificar octavo a la final de los 400 combinados. No vi y no escuché al mismo de 2004 y 2008. Vi y escuché a alguien que parecía abrumado y sobrellevado por su entorno.

El martes, la fiera enjaulada que conocimos en Atenas y Beijing volvió. Pero como un maldito fantasma, a su espalda le acompañó el padre tiempo. Ese, que nunca perdona.

Lo hizo personificado en un traje de baño negro y un gorro verde.

Cruel, le hizo pensar que ganaría, lo dejó adelantar la carrera, pero hacia el final, sin necesidad de salir a respirar en los últimos metros, extendió su mano .05 segundos antes que Phelps para tocar la meta.

Y sabes algo, Chad Le Clos, gracias por eso. Porque así seguiremos celebrando que vimos al mejor atleta de nuestra generación y muy posiblemente de la historia. Pero dejaste la puerta abierta para que alguien más, tal vez tú que apenas tienes 20 años, sepa que no sólo puede igualar a Phelps, sino que lo puede superar.

62 minutos después, la "Bala de Baltimore" tomó con mucha ventaja el último de los relevos 4x200 libres. Ahora no permitiría que Ryan Lochte, presentado ilusamente como su sucesor, le echara a perder otro momento.

Cuando tocó la meta antes que nadie, tocó el cielo. Como nadie.
En el podio recibió su medalla número 19, fue de oro, como corresponde a su categoría. Y desde este martes duerme como el deportista más laureado de la historia.

Reto desde aquí a cualquiera que niegue lo anterior. Nadie ha dominado sus disciplinas en la variedad y en el tiempo como desde hace 10 años lo ha hecho Michael Phelps.

Y yo no sé si Le Clos, Agnes, Lochte o algún asiático contará dentro de 4, 8, o 12 años que no sólo derrotó en la piscina al que en 2012 la gente nombró el mejor de la historia, sino que ganó más medallas que él. Lo dudo.

Pero esa es la nobleza del deporte, porque desde hoy hay alguien en alguna alberca que dejará su vida para lograrlo. Y esa será también una historia que disfrutaremos escribir.

De salida: Paola Espinosa, desde hoy eres la mejor deportista que tu país ha visto y tu mejor legado no son solo tus medallas. Es Alejandra Orozco y todas las que querrán ir a una alberca, tirar clavados y, sobretodo, creer que pueden ser las mejores del mundo.