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Perdóname, Juan Manuel...

Durante muchos años parecíamos distraídos y ocupados en otros boxeadores y otros temas: Chávez, Barrera, Morales y nada, nada para quien desde hace tiempo enviaba señales de grandeza y de gloria. El sábado por la noche en Las Vegas, Juan Manuel Márquez culminó su gran obra y se colocó en el sitio que hace años merecía: el de la inmortalidad boxística.

LAS VEGAS -- Siempre estuvo ante mis ojos. Me enviaba señales, me decía "aquí estoy", "soy yo", "cree en mí". Y yo perdí el tiempo en pequeñeces, en tonterías, en trivialidades. Siempre busque la forma de hacerlo menos, de menospreciarlo.

Le busque defectos el día en que le puso una "golpiza" a Marco Antonio Barrera. Lo mantuve lejos de los atributos técnicos de Erik "El Terrible" Morales y le puse una barrera, infranqueable, insalvable, a "años luz" de una leyenda llamada Julio Cesar Chávez.

Él estaba ahí. Yo jamás estuve para él.

Y mientras durante 36 rounds se debatía a sangre, fuego y sudor ante un fenómeno de todas las épocas, yo seguía buscando defectos: Que si el estilo, que si las condiciones, que si la edad, que si la técnica, que si el título, que si el organismo.

El sábado 8 de diciembre, a las 9 de la noche con 52 minutos de Las Vegas, Juan Manuel Márquez noqueó bestialmente a Manny Pacquiao. Y de paso, también me noqueó a mí.

Fue el final perfecto de una película llena de carácter, de determinación, de drama, de angustia para un boxeador complejo que no es una persona demasiado compleja. Un chico nacido en un barrio popular de la ciudad de México que supo abrirse camino en medio de las carencias y la dificultad misma de la vida. "Tuve los vicios cerca de mí, los rechacé. Seguí mi camino porque yo sabía a donde tenía que llegar", cuenta Márquez. "Y hoy, como ayer, en esta profesión, siempre hay maneras de desviarse y seguir el camino equivocado. No lo hice antes... ¿Por qué hacerlo ahora?".

A sus 39 años, Márquez brindó el sábado por la noche una de las actuaciones más sagradas en la historia del boxeo mexicano y latinoamericano. Su espeluznante nocaut sobre Pacquiao debe comprarse con los épicos triunfos de Salvador Sánchez sobre Wilfredo Gómez o el de Julio César Chávez ante Meldrick Taylor, pero nadie debe olvidar que durante muchos años, su carrera parecía detenida, su trayectoria estuvo frenada. Vivió, como muchos otros, en la sombra del final de la carrera de Chávez y no se le permitió meterse a la batalla casi particular que tenían Marco Antonio Barrera y Erik Morales. Ya con 30 años, en el nuevo siglo, Márquez aprovecha a un boxeador como Manny Pacquiao, que había victimado mayormente a los boxeadores mexicanos, para mostrar su faceta más competitiva.

Y en la noche del sábado, aquí en Las Vegas, mostró sus mejores destrezas físicas, técnicas y mentales para en una pelea de dar y recibir, a sangre y fuego como fueron la mayor parte de los cuatro enfrentamientos ante el filipino, y propiciar uno de los nocauts más salvajes que la historia antigua y moderna del boxeo recuerde.

A Márquez, es verdad, la justicia boxística tardó en hacerle "su revolución", pero finalmente llegó, en las postrimerías de su carrera y gracias sobre todo al modo de vida que ha sostenido, un modo de vida completamente opuesto a lo que la generalidad de los boxeadores tienen.

Honor a quien honor merece: Juan Manuel Márquez es sin duda uno de los grandes de todos los tiempos del boxeo mexicano y latinoamericano.

Y los retos seguirán en las próximas horas, cuando tenga que decidir qué hacer con el futuro inmediato de su carrera. ¿Irse acaso como nadie se ha ido? ¿Atreverse a dar un paso justo en un momento de gloria? Anoche, después de la pelea, aún con la mente caliente y las heridas doliéndole, le pregunté: ¿Si uno de tus hijos te lo pide, te vas del boxeo?

Apretó los dientes, sonrió y volvió con uno de sus contragolpes letales, como si estuviera aún buscando a Pacquiao en ese sexto round:

"Si un hijo me lo pide, me voy, me retiro".