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Un combo de sensaciones

ESPN.com

BUENOS AIRES -- A la hora de hacer un resumen del año de River es difícil trasladar fehacientemente cuál fue el sentimiento del hincha. Si de felicidad, de bronca, de esperanza, o de un combo de todas esas sensaciones. Porque, aunque hoy parezca lejano, no hay que olvidarse que arrancó el año con la incertidumbre a cuestas de saber si iba a conseguir, o no, el regreso a la Primera división.

El partido, con empate, ente Almirante Brown, en Isidro Casanova, fortalecía esa idea de que el tránsito por una categoría diferente y tan compleja no iba a resultarle un mero trámite. Pensamiento que se corroboró con el correr de las fechas cuando la irregularidad se hacía carne y el equipo no conseguía hilvanar una tranquilizadora racha de más de tres victorias consecutivas. Así estuvo debatiéndose entres los puestos de ascenso directo, más algunos pasajes de la zona de Promoción. Buscando una identidad y recibiendo críticas porque algunos a priori sospechaban que debía imponerse por un campo de distancia en la B Nacional y eso no sucedía.

Pero más allá de que en los partidos decisivos no lograba victorias (aunque tampoco perdía), hubo un punto emblemático en el cual la gente, y por qué no hasta los propios protagonistas, terminó preguntándose si el ascenso era factible realmente. Fue en la excursión que allá por junio realizó a Santa Fe para enfrentarse con Patronato. El equipo entrerriano decidió, como casi todos los de la divisional, cambiar de escenario para hacer una buena recaudación. Llevaron al Millo al Cementerio de los Elefantes. Si bien se trataba de un club que venía en alza, todos los condimentos que aderezaban al cotejo invitaban a presagiar que se produciría una fiesta. Daba la sensación de que el equipo de Matías Almeyda iba a validar su búsqueda. Sin embargo, en un cotejo dramático, en el cual tuvo una muy pobre producción, no sólo que no pudo alinearse hacia el objetivo, sino que regresó con las manos vacías. O mejor dicho, con la calculadora en la mano, sacando cuentas. Porque perdió 1-0, el Chori Domínguez desperdició un penal en el último minuto y la vuelta a Buenos Aires se produjo con el ánimo por el piso.

Mientras buscaba metabolizar sus dudas y temores, al otro día llegaría una mano enorme de Chacarita, que terminó arrebatándole, insólitamente, el sueño de ascenso a Central y devolviéndole la ilusión a River. Sí, aunque parezca mentira, esto sucedió a mediados de 2012. Muy cerquita en el tiempo.

Días después se produciría el momento tan soñado por el hincha "millonario". Monumental vestido de gala para cobijar el choque con Almirante Brown, la posterior vuelta olímpica y el festejo. Que al final no fue medido, pese a la división de opiniones que se habían generado en torno a si se debía o no celebrar el ascenso. La gente, en forma acertada, entendió que no era saludable auto reprimirse.

Un párrafo aparte merece la llegada de David Trezeguet, Si bien el delantero se incorporó el 20 de diciembre de 2011, fue durante el 2012 que produjo su estruendosa aparición. Por varios motivos. Primero, porque llegaba de un fútbol de segunda línea y su contratación generó un debate de posiciones. La mayoría apostaba a que se iba a ver a un futbolista acabado, que sólo venía a cumplir con su sueño personal de ponerse la casaca del club que es hincha y de jugar en la elite del fútbol argentino, algo que no había podido hacer porque emigró a Francia muy joven.

Pero todos los pronósticos agoreros se hicieron añicos al toparse contra una realidad que le dio la derecha al franco argentino. A fuerza de goles importantes, de un fútbol sencillo y de un carisma poco frecuente en este deporte, resultó decisivo para el ascenso de River. Tuvo una primera mitad de año espectacular y ocupó un sitio que estaba exhibiendo algunas fisuras ante el bajón futbolístico de Fernando Cavenaghi.

Pero la felicidad no fue completa. Una lesión en el tobillo, que no le permitió entrenarse con normalidad en las últimas fechas de la B Nacional, más un inconveniente en su rodilla, hicieron que Trezeguet encarase la parte final del año, con River de vuelta en la Primera división, dando muchas ventajas en lo físico. Se lo vio lento, impreciso y, lo que es peor, con la "pólvora mojada". Ya no convertía goles y su presencia se veía condicionada por las permanentes dolencias. Así fue como se reabrió el debate y las críticas llovieron sobre su persona. Al semestre negro se le sumó que tuvo que viajar varias veces a Francia para formalizar su divorcio, lo cual, ante una precaria condición física, no hizo más que conspirar contra alguien que se había mostrado implacable en la fase final del ascenso.

Habíamos quedado en el regreso a la Primera. Cuando todavía la felicidad no se había disipado, estalló la bomba. Como si River se hubiese acostumbrado a vivir inmerso en problemas, un error estratégico de Matías Almeyda, del cual después se disculpó en varias oportunidades, transformó en tumultuosa la salida de dos jugadores emblemáticos que habían regresado al Millo para colaborar en su cruzada por retornar a la máxima categoría el fútbol. El técnico decidió que no le renovasen el contrato a Fernando Cavenaghi ni al Chori Domínguez. Una decisión de por sí anti popular, pero que fue rubricada con el mencionado error: hizo pública la determinación en los medios antes que decírsela a los protagonistas. Esto detonó el inicio de una dura batería de pirotecnia mediática que alteró lo que debía ser. Un momento de tranquilidad.

Esto, a la vez, exacerbó las posturas antagónicas que ya existían en la comisión directiva. Muchos fijaron posición por los ídolos caídos en desgracia y comenzaron a instalar la idea de que la mejor decisión del entrenador tenía que ser dejar el club tras haberlo ascendido. Almeyda hizo oídos sordos y optó por continuar en el cargo. Daniel Passarella lo acompañó en la idea, pero no le compró los refuerzos que había solicitado para hacer una buena campara en la Primera división.

Con la venta de Lucas Ocampos, la ida de Juan Manuel Díaz y un Chiche Arano en recuperación al principio y sin lugar en el equipo, después, la franja izquierda del equipo quedó mal desbalanceada. Un inconveniente que parece menos pero que en realidad fue gravitante. Porque Almeyda comenzó a colocar jugadores en sitios en los cuales no se sentían cómodos, a modificar esquemas, y nunca encontró el equipo, entonces esas críticas iniciales se volvieron cada vez más intensas.

Nobleza obliga, también hay que marcar los inconvenientes que se le crearon por la inusual seguidilla de lesiones. Recordemos: Jonatan Maidana, Ramiro Funes Mori, Martín Aguirre y Germán Pezzella sufrieron sendas roturas de ligamentos cruzados, contingencia que para cualquier entrenador es traumática, pero que se potencia cuando el plantel es muy corto en calidad. Porque si bien estaba conformado por muchos jugadores, pocos contaban con la experiencia y el temple para soportar las presiones que permanentemente bajaban desde la tribuna.

La vuelta a la Primera división pareció escrita por el guionista más despiadado. A River le tocó Belgrano (su verdugo del descenso) en el Monumental. Y perdió. Era el comienzo de una temporada errática, con altos y bajos, en la cual adolecería de regularidad. Empató mucho, ganó poco y fue criticado, por su propia dirigencia, en forma desmedida. Fue así como, a tres fechas del final, desde las tribunas muchos empezaron a pedir por la vuelta de Ramón Díaz. Almeyda soportaba una presión que se volvía cada vez más insostenible. Hasta que llegó el día.

En la previa al choque con Lanús, por la penúltima fecha del Torneo Inicial, en una maniobra desprolija, bien al estilo Passarella, el presidente le quita el apoyo y despide al cuerpo técnico. Pese a que habló de "salida consensuada", lo cierto es que lo echó. Alivio para algunos, dolor para otros, lo concreto es que el Kaiser, como es costumbre en su mandato, terminó con un ciclo en forma traumática. Aquel Almeyda indispensable para calmar los ánimos cuando el club estallaba, tenía que irse por la puerta de atrás. Abatido y triste, el Pelado no hacía problemas mediáticos y le abría paso al regreso de su homónimo, el riojano.

Ramón era el elegido y con Passarella limaron rápido algunas viejas asperezas (tan rápido que pareció que ya las hubiesen solucionado antes de la primera reunión formal). En medio de una explosión de alegría y esperanza de la gente, Díaz se hizo cargo y puso en marcha su tercer ciclo al frente de River. El interino Gustavo Zapata sumó de a tres ante Lanús y Ramón hizo lo propio en San Juan, culminando el año con 29 puntos, alcanzando River la tranquilidad deseada pensando en la última parte de la temporada, pensando siempre en los promedios del descenso.

La Ramonmanía desató una maquinaria de ilusión que hoy está en marcha. Con su poder de persuasión, ya logró que le trajeran uno de los refuerzos pedidos (Vangioni) y la dirigencia está gestionando por los otros dos. Los cuales van a llegar y le permitirán al técnico entrante configurar un equipo de jerarquía, como para que River recupere su protagonismo en los primeros planos del fútbol argentino.