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Llegó la hora de meterle mano al béisbol

Esto apenas comienza, pero las impresiones que dejan las revelaciones del periódico Miami New Times sobre los presuntos nexos de una clínica del sur de la Florida con importantes nombres del deporte profesional, son demasiado fuertes.

En primer lugar, tal parece que todos los esfuerzos de las Grandes Ligas por combatir el uso de sustancias prohibidas para mejorar el rendimiento han sido en vano.

En segundo lugar, que ese uso ilegal está mucho más difundido de lo que pensamos y quizás la cifra de los tramposos supere a la de aquellos que aún insisten en competir dentro de la legalidad, apelando exclusivamente al talento con que los premió la vida y al esfuerzo de horas y horas de entrenamientos.

Y en tercer lugar, que el deporte, al menos en Estados Unidos, está abocado a una nueva fase más agresiva en la lucha contra el dopaje, que tendrá al ciclista Lance Armstrong y quizás al beisbolista Alex Rodríguez como sus principales… ¿víctimas?... ¿mártires?... ¿o simplemente caídos en el intento y capturados en el engaño?

La persecución que la USADA (Agencia Antidopaje de Estados Unidos) desató contra Armstrong, vista en algún momento como una cacería de brujas, desenmascaró al que quizás haya sido el mayor tramposo en la historia del deporte, quien tuvo que rendirse a las evidencias y confesar su fraude a Oprah Winfrey, aunque sin mostrar una pizca de remordimiento.

Ahora parece que llegó la hora de que la USADA meta sus manos en el béisbol, cuya dirigencia ha sido bastante pusilánime a la hora de establecer una política de sanciones drásticas contra los infractores.

Ni el más optimista creería que el dopaje quedará totalmente erradicado del deporte, pues al igual que pasa en el mundo criminal, los delincuentes siempre llevan la delantera.

Pero se trata de acortar esa distancia lo más posible, sobre todo con métodos que desestimulen a los atletas a acudir a las trampas, a que se la piensen mucho antes de intentar semejante fraude.

Duro y directo al bolsillo. Ese es el punto donde hay que golpear, pero no sólo a los deportistas, sino también a las franquicias, que deberán establecer una vigilancia más estrecha sobre lo que consumen sus empleados.

Porque a fin de cuentas, eso son los deportistas profesionales, empleados de una empresa, con sus ramificaciones desde las Grandes Ligas hasta todo el sistema de las Menores.

¿Qué tal si a las franquicias se les obligue a pagar una multa correspondiente a cierto porcentaje del salario de cada infractor?

Precisamente es en esos niveles donde se registra la mayor cantidad de casos de dopaje, aunque con menos difusión mediática que cuando ocurren en las Mayores.

No es raro que así sea. Los muchachos que batallan en Clase A, Doble o Triple A con el sueño de llegar a la cima tratan de acortar el camino hacia contratos multimillonarios, muchas veces descabellados, que se pagan en Grandes Ligas.

Muchos de ellos son jóvenes poco instruidos, de bajos niveles educativos, procedentes de círculos de gran pobreza de países latinoamericanos.

Tal vez ha llegado el momento de sacudir los cimientos de la manera en que se negocian los convenios en las Mayores, enfatizando más en la destreza deportiva y la entrega diaria en el terreno, con menor duración y sin tantas garantías que acomodan demasiado a los peloteros.

Además, inclúyanse cláusulas que los obliguen a devolver parte del dinero obtenido, aparte de ser suspendidos de salario mientras dure el castigo o incluso, la cancelación automática del contrato.

En la USADA, visto lo ocurrido con Armstrong, parece haber voluntad de sobra para emprender acciones más concretas, pero, ¿y en las Grandes Ligas?¿Quién sabe?