<
>

Toluca, a pedir de Boca... para el América

Jugadores de Toluca celebran el triunfo 2-1 sobre el Boca Junior en el estadio La Bombonera AP

LOS ÁNGELES -- Viajaron hechos unos pobres Diablos: humillados en su casa; abucheados por su afición; en las profundidades de la Tabla General; con un penoso y largo viaje lamiéndose histéricamente las heridas, y ante un rival histórico con un técnico histórico y un estadio histórico.

Pero, por lo visto, el Diablo también hace sus propios milagros. El histórico fue Toluca y el histérico fue Boca Juniors. 2-1 el marcador. Pudieron ser tres, pero Gerardo Rodríguez erró un penalti.

Tal vez Diego Novaretti no mintió cuando aún tenía los cuatro rejones de Tigres candentes en el lomo: "Puede ser que inconscientemente estábamos pensando en la Copa Libertadores de América y el juego con Boca Juniors". Y todos nos burlamos.

Taparon bocas y toparon a Boca. Toluca alternó el control del juego, pero después de desperdicios, tras los cambios de Enrique Meza, le dio la vuelta al partido en la segunda mitad, en dos descolgadas letales, a las que puede atribuirse la lentitud física y mental y táctica de la defensa xeneize.

Pero nada alcanza a demeritar el desenlace. Porque Toluca se levantó de todos los factores mencionados y de dos momentos funestos del juego: recibe el 1-0 y perdona un penalti.

Es decir, tras su asesinato, decide suicidarse. Dos veces muerto, y la segunda de ellas, con su propia mano.

En el escenario dantesco de la inmolación moral, surge el Toluca para sorprender a un Boca que tal vez menospreció por momentos, pero se equivocó porque los Diablos le estaban enviando mensajes, cierto, como espasmos, tal vez sin continuidad, pero eran mensajes evidentes que sentía que no había desequilibrio de fuerzas en la cancha de La Bombonera.

Cierto que el panorama era devastador: todos los agravantes previos al viaje, el viaje mismo, las circunstancias del juego señaladas, habrían bastado para ver a los escarlatas ponerse de rodillas y pedir clemencia. Pero un equipo diez veces campeón en México supo mantener la cabeza en alto. Aún los espíritus malignos, metafóricamente, encuentran dignidad y resurrección.

Tras el 2-1, Toluca hizo la apuesta correcta: cerró las puertas y se dedicó a tirar tarascadas de contragolpe. Talavera sumaría cuatro atajadas épicas y se confabularía con los postes, hasta que de la boca de Boca exhaló el último suspiro.

Pueden aplaudirse de Toluca sus esfuerzos, la pulcritud de sus goles, los momentos de genialidades de Sinha, que había arrancado más con berrinches que con futbol, podrá, pues, celebrarse todo eso, pero, sin duda, por encima de todo, la bravura, la testosterona, la fe, el ansia rabiosa y salvaje por lavarse la cara que le habían manchado de oprobio los abucheos e insultos de su afición tras la goleada ante Tigres.

Y tras el 2-1 a Boca en la Copa Libertadores, Toluca no sólo gana un partido, sino que empieza a atreverse a ganar otro más: el del sábado, en el Estadio Azteca, ante el América, que sin antes veía un diantre (diablo menor) ahora ve la versión conocida de Mefistófeles.