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Tri de Caldwell: Médico de Cuerpos y Almas

LOS ÁNGELES -- Tiempos boyantes. Tiempos de crisis. Tiempos de gloria. Tiempos de ridículo. Tiempos y contrastes.

Al final, la selección mexicana de futbol termina reteniendo esa devoción noble, de memoria alzheimeriana, de su afición en los Estados Unidos.

El fenómeno no tiene lógica, pero tiene explicación. El Tri se convierte en líder pasional hasta en los momentos de menos pasión futbolística cuando se presenta en Estados Unidos.

En el fenómeno de catarsis de futbol, la selección mexicana termina siendo el más poderoso catalizador. Por eso sus seguidores le perdonan que arranque la Copa Oro perdiendo ante Panamá, que fracase en la Copa Confederaciones, y que esté caminando por la delgada línea de la incertidumbre en el Hexagonal Final de la Concacaf.

Lo dicen voz en cuello los seguidores del Tri avecindados en Estados Unidos: van a los estadios por la ansiedad voraz de satisfacer ese apetito acumulado de nostalgia: himno, bandera, voces, menús, gritos, y hasta la sociedad de ese sentimiento con el que bromea el mexicano: "somos machos porque somos muchos".

Y en ese desfile, atiborran estadios generalmente.

El Tri vive de la extorsión. Eso es claro. Y por eso, por la comunión versátil de elementos, es capaz de convocar a más de 90 mil mexicanos como en la anterior edición de la Copa Oro y casi meter 60 mil en el Georgia Dome de Atlanta.

En 2011, México fue una aplanadora que tuvo como última víctima a Estados Unidos, humillándola en el Rose Bowl de Pasadena.

En 2013, el técnico del Tri, Chepo de la Torre, terminó siendo el pararrayos de decenas de seguidores que retrasaron su regreso al vestuario al término del partido que perdieron con Panamá, por el diluvio de botellas y vasos con fluidos fisiológicos de tibia presencia.

Pero apenas 270 minutos después, con un anoréxico 1-0 sobre Trinidad y Tobago, el Chepo volvía a ser el mejor técnico del mundo y la Selección Mexicana pasaba a ser la mejor del mundo, en el ritual de inmediata satisfacción de la victoria, a pesar de ser un combinado emergente, Clase B para muchos, y otros los sacrificados enviados al patíbulo a una misión imposible.

De esa manera, la selección mexicana vive de la extorsión. El futbol es un pretexto, aunque el juego mismo no necesariamente aparezca y resplandezca en la cancha. Mientras se reproduzca el Himno Nacional en las bocinas, les permita cantarlo, derramar una lágrima, tomarse una foto mientras lo entona, con eso se ha pagado el boleto de 50 dólares, el estacionamiento de, en algunos casos, hasta 40 dólares, y por supuesto la dotación de chatarra y cerveza por otros 30 dólares al menos.

La Patria se siente, pero también se deglute a tragos y a tarascadas de la comida mexicana que circunda los estadios organizando asados en la caja trasera de camionetas.

Vaya, para que se entienda, México no necesita contendiente.

Si el Tri reúne a sus becados en Europa, es capaz de llenar cualquier estadio de Estados Unidos sin tener rival enfrente.

México no necesita adversario para que se agoten los boletos. México necesita 11 playeras verdes –o negras, que son las que más se venden, tal vez por ese placer luctuoso tan mexicano por la derrota—y ya está: puede organizar una fiesta, un baile, sin necesidad de pareja: igual la tribuna se llena si es Suecia C, Brasil A, Bolivia D, o un combinado de pateabalones de una liga local.

Al menos ese mérito hay que reconocerle al Tri, más allá de las deudas, de los saldos rojos que tiene en este momento en varios torneos importantes: es capaz de dar de comer al mexicano lacerado de nostalgia.

Plagiando el título de una de las obras de Taylor Caldwell, se convierte, el Tri, en un Médico de Cuerpos y Almas.