Durante el año que recién comienza podrán ocurrir muchas cosas relacionadas al boxeo, pero nada será más importante que la muerte de Don Jose Sulaimán. El eterno presidente del más prestigioso órgano rector de este deporte en el mundo, el Consejo Mundial de Boxeo, dejó de existir este jueves y su deceso debe ser considerado un verdadero parte aguas en la historia del boxeo mundial.
No solo ha muerto un dirigente carismático como pocos, con él se va un verdadero humanizador del boxeo como tal y un líder con una capacidad única para navegar sin hundirse por largos 34 años en el turbulento mundo del deporte de los puños.
No es necesario reiterar lo que todos conocemos sobre su vida directriz. A este ex boxeador con aptitudes de avezado político, le debemos mucho, demasiado diría yo, del enorme éxito que hoy disfruta el boxeo como deporte universal.
Como muy bien Salvador Rodriguez lo establece en su semblanza, Sulaimán llevó el boxeo de 15 a 12 asaltos, mejoró la seguridad del cuadrilátero, mejoró la forma del pesaje, creó divisiones intermedias y fue impulsor de las mejoras tantas veces reclamadas en el plano médico y en la protección del pugilista, aún después de finalizada su carrera.
No por un acaso hoy el CMB es considerado de forma unánime el organismo más respetado de todos los que administran este deporte y no por acaso él es parte del Salón de la Fama desde el 2007. Distinción a la que muy pocos dirigentes han tenido la honra de acceder.
Sulaimán fue grande por todo lo que de él conocemos, pero fue aún más grande por aquello que no conocemos. Detrás de las intrincadas negociaciones de las mayores batallas, siempre estuvo su consejo, su habilidad negociadora y su larga visión de lo que fuera más conveniente para todos.
Fue una referencia ineludible en los grandes momentos de este deporte en los últimos cuarenta años, pero también fue un vocero inevitable. Entre los periodistas de boxeo, no hubo número de teléfono más popular que el de Don José Sulaimán. No supe que haya discriminado a reporteros ni tampoco que se haya negado a responder alguna pregunta por más espinosa que ella fuera.
Lo entrevisté varias veces. No recuerdo cuantas. De esos duelos verbales guardo como mejor recuerdo su capacidad para encontrarle a todo una respuesta y no olvido su humildad cuando debía asumir errores en situaciones que pudieron ser evitadas. En esas oportunidades, Sulaimán siempre tenía el coraje de reconocer lo errado y prometía trabajar para repararlo.
Sus respuestas no eran demagogia. Su cruzada a favor de los boxeadores caídos en desgracia, el empuje para mejorar el dinero que perciben las boxeadoras profesionales e iniciativas tan loables como el WBC Cares, son parte de esas respuestas. Cuando decía "haré", realmente todos comprobábamos que lo hacía.
En el deporte la historia suele recordar a sus figuras gracias a sus victorias. El pasado esconde las derrotas y expulsa a los derrotados. La memoria es cruel y deshumana. Pero en ese mundo atiborrado de olvidados gladiadores, en esa constelación de trabajadores y sobrevivientes del ring, algunos enfermos, otros luchando por encontrar una esperanza de nueva vida, José Sulaimán jamás será olvidado. De él siempre pudo esperarse un gesto, una mano extendida y una grandeza de espíritu volcada a trabajar con todos y para todos.
Se fue un dirigente insustituible, lo tenemos claro. Pero también tenemos claro que cuando un protagonista de su dimensión muere, su muerte, además de la lógica tristeza, suele dejar un legado que consigue mantener su obra viva. Tal vez, la desaparición física de José Sulaimán inspire a las actuales y futuras generaciones de dirigentes para que sigan trabajando en el mismo rumbo, con las mismas ganas e inspirados en que lo humano siempre esté por encima de los intereses comerciales. Será el mejor homenaje a su memoria.
Que en paz descanse.