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Y Colombia pregunta ¿dónde está Brasil?

RÍO DE JANEIRO, Brasil -- ¿Cuánto propuso Brasil? ¿Cuánto de los fundamentos del jogo bonito usó? ¿Dónde está el amo y señor feudal con la nómina más poderosa del Mundial? ¿Cuándo maravilló para ser mejor que Colombia?

La pregunta sigue: ¿y dónde está Brasil?

La victoria de los amazónicos se explica, se justifica, se contabiliza, pero no se le embadurna con la grandeza de los adjetivos.

Para hablar del triunfo de Brasil uno recurre a los inventarios, no, como uno lo desearía, a los argumentos maravillados con el asombro.

No es una victoria sucia o flagrantemente percudida, pero menos una victoria fragantemente consumada. Pero que la euforia entendible de los brasileños, no permita que se arrime incienso donde sólo pueden arrimarse cuestionamientos.

1.- Dos goles con errores de Colombia. ¿Qué hacía Sánchez cuando Thiago bufaba a su espalda? ¿Qué hizo Ospina al atacar mal el disparo de David Luiz, pensando en la postal histórica antes que en sus deberes?

2.- ¿Cómo ornamentar o cómo esconder o cómo camuflar que Brasil necesitó de una falta cada tres minutos para contener a Colombia?

3.- ¿Cómo razonar ante la tarjeta roja que mereció Julio César en el penalti? O como pasó ante México, Thiago terminó en la cancha a pesar de la reincidencia.

4.- La victoria puede no conseguirse con brillantez y luminosidad, así pasó con Alemania sobre Francia, pero, seguramente, no debe consumarse con las costras repugnantes de los tres cuestionamientos anteriores.

En esa raquítica frontera que marcan el resultado y el trámite del juego, de nuevo se impactan verdades irrefutables que hasta suenan contradictorias: Brasil no merecía ganar, pero tampoco, necesariamente, merecía perder. Colombia, no merecía perder, pero, sin duda, tiene derecho a rebelarse -cierto, inútilmente ya- ante la serie de emboscadas, ajenas y propias, que le impidieron ganar.

A Colombia le llegó la medianoche en su personaje de Cenicienta en el Mundial. Pero, al igual que la fantasía del cuento, las arpías confabularon contra ella.

Imperdonable el error de marca de Sánchez cuando era su único cometido, y tenía ventaja geográfica sobre Thiago en la disputa del balón. Y Ospina, en un Mundial donde los porteros marcan referencia, él marcó la nefasta diferencia: ese balón era suyo, más allá del impacto dirigido de David Luiz.

Y el árbitro, con su larga estela de sospechas en el futbol español, ensucia el juego. Se equivoca y quiere compensar. Compensa y se equivoca nuevamente al recompensar.

Colombia podrá irse como se han ido otras selecciones en este Mundial: ultrajada por el arbitraje, y también, claro, por sus propios errores.

Lo cierto es que con la evidencia de su futbol y de sus buenos futbolistas, la selección de Néstor Pékerman dejó la pregunta más vigente que nunca en esta Copa del Mundo: ¿Y dónde está Brasil?

Una falta cada tres minutos marca incuestionablemente que, en general, hizo uso en el momento y en el espacio de la cancha más adecuados, de la infracción que frena más que la que hiere, además de que otro par de ocasiones, dramatizaciones baratas le regalaron tiempo, le regalaron posesión, mientras que Colombia empezaba a dudar cuantos vestidos de amarillo había en la cancha.

Claro, a nadie debe extrañarle que Brasil sabe golpear. Tal vez no hay afanes de mutilar al contrario, pero sí de destazar las intenciones del contrario, y que además en la mezquindad de los jueces, sabe que encontrará un saldo bajo de tarjetas amarillas.

¿Le alcanza a Brasil para superar a Alemania? Parece difícil.

Especialmente porque ni Brasil tiene la respuesta a la pregunta testamentaria de Colombia: ¿Y dónde está Brasil?

Sí, está en Semifinales, pero sin asumir la responsabilidad absoluta que corresponde a un Pentacampeón Mundial, anfitrión y favorito para ganar su propio torneo.