RÍO DE JANEIRO -- La cuestión es estar. Acompañar. Alentar. Ser testigos de un acontecimiento histórico, sea cual sea el resultado final. Por más que no haya tickets disponibles. Eso se advierte al caminar por Copacabana.
Se estima que 100.000 argentinos llegarán a Río de Janeiro para la final del Mundial. Desde el viernes ya se los ve recorriendo la playa. Parecen millones. Se reconocen, se abrazan aunque no se conozcan. Se sacan fotos, saltan y cantan. Los hits nuevos y los de siempre.
Río de Janeiro contagia optimismo. No se piensa en el talento de Kroos, ni en los desbordes de Lahm, ni en la eficacia de Müller y Klose. Sólo se cree en Argentina. La ilusión no tiene freno.
Los habitantes que decidieron no abandonar la ciudad este fin de semana, y se animan a salir en sus skates o bicicletas, tienen que eludir a estos grupos eufóricos. Hay buena onda, más allá de alguna cargada que no pasa a mayores. El fútbol-voley mantiene su rutina y los ganadores son siempres los mismos.
Un vendedor ambulante, con la camiseta de Özil, ofrece banderas de los finalistas. Un grupo de cinco jóvenes amigos brasileños, extrañamente visitantes en el contexto celeste y blanco, gritan por su favorito: "¡Alemanha!". Un hombre más grande, vestido con una ajustada camiseta amarilla y gorra celeste, también da a conocer su preferencia para la TV: "Que sea campeón Alemania y que haga un gol Messi, que me gusta mucho".
Tres oficiales de prefectura retiran una bandera argentina que no podía estar colgada entre las palmeras. Sin embargo, no hay conflicto. Terminan charlando con sus dueños sobre el partido del domingo en el Maracaná.
El epicentro de la fiesta se encuentra frente al hotel Copacabana Palace. Allí, decenas de hinchas forman el pogo. Conviven las camisetas de todos los equipos "sin prohibición de visitantes". El resto de los turistas aprieta el rec. Un par de tambores y silbatos inician las canciones que le dan ritmo a la tarde. Pelucas, banderas con la imagen del Papa Francisco y el recuerdo permanente para Brasil.
A pocos metros está Joaquín González, quien se mezcla entre los tantos vendedores con sus artesanías y las mallas que fabrica su esposa. Llegaron hace 15 días desde Mar del Plata, junto a su pequeño hijo. Además de sumar unos reales al bolsillo familiar, él integra un grupo musical junto a un grupo de amigos. Tanto le gustó Rïo, que no descarta quedarse un tiempo más. Para el domingo a las 16 ya tiene plan: disfrutar la final en el Fan Fest.
Estará bien acompañado. La reventa cotiza 5000 dólares, en el mejor de los casos. Una cifra inaccesible para la mayoría. Mientras tanto, se disfruta la previa. Copacabana está sitiada. Todos quieren ser parte de este capítulo del fútbol argentino. Y se sienten como en casa.