Uno de los acontecimientos más insólitos en la historia del boxeo, ocurrió a comienzos de 1957, en La Habana, Cuba, cuando un ex boxeador profesional de peso mediano aceptó enfrentarse con un gorila. Evangelio Valiente, un púgil que entre 1935 y 1946 disputó noventa y siete combates, con sesenta y cinco victorias y doce empates fue el protagonista de esta historia.
Su oponente, el gorila, era la gran atracción del renombrado circo estadounidense Ringling, que anualmente se presentaba en Cuba, en el Palacio de Convenciones y Deportes. La sorprendente historia, que ya había aparecido en el libro Swines a la Nostalgia del escritor cubano Elio Menéndez, es narrada en una de las últimas ediciones dominicales del diario cubano Juventud Rebelde, en un artículo firmado por el periodista Ciro Bianchi Ross, que con trazo humorístico recrea un episodio inusitado en el pasado de este deporte.
"A comienzos de 1957, Valiente llevaba varios años en retiro y pasaba de los 40. Se aproximaba el 6 de enero (Día de Reyes) y su corazón de padre se laceró con las carticas en las que sus cinco hijos pedían juguetes a los Reyes Magos. Esta vez los niños quedarían sin juguetes pues Valiente carecía de dinero para comprárselos" escribe Bianchi en la introducción de la historia.
Fue entonces que un amigo, que conocía de su desesperación, le informó a Valiente sobre la existencia de una oferta por parte del circo a quien se metiera en la jaula con un gorila a escenificar un combate de boxeo diferente. "Quien lo hiciera recibiría cinco pesos por cada minuto que pasara enfrentado a la fiera. El animal saldría al ring con un bozal de hierro y dos guantes enormes confeccionados en especial para aquella pelea".
Valiente, que la crónica recuerda que en su apogeo profesional pegaba como un mulo, ya que noqueó al español Lorenzo Gómez Naya y al triple campeón nacional Mario Raúl Ochoa, además de fracturarle el maxilar a dos rivales, no lo pensó dos veces y aceptó el reto.
Llegado a este punto, Bianchi relata que, "antes de meterse en la jaula, Evangelio Valiente, planificó su estrategia. Se movería sin cesar alrededor del animal, tiraría algún que otro jab al aire para no enfurecerlo. Y como hacía en sus peleas a doce rounds, se dosificaría, no malgastaría energías para que el combate se alargara el mayor tiempo posible. Mientras más durara, más ganaría el excampeón".
De acuerdo con la crónica, el amigo de Valiente cumplió un importante papel. "Desde afuera de la jaula, iba contándole los minutos, y a medida que pasaban, Valiente sacaba la cuenta: Ya tengo el camioncito de Pepe y la muñeca de Lala; ahora voy por los patines de Tomasito..."
La estrategia iba dando resultado, pero Valiente ya no era el mismo atleta de sus buenos tiempos. "Cuando pasaron cinco minutos, se sintió tentado de abandonar el combate. Ya no tenía la agilidad de antaño ni la resistencia tampoco. Estaba cansado de tantas y tantas vueltas y, en definitiva, tenía resuelto ya el problema de los juguetes de Reyes de los niños" - escribe Bianchi.
Pero como en un punto de giro, en el guion de lo inaudito, Evangelio Valiente abandonó sus precauciones. Esa fue su gran metida de patas. Bianchi lo rememora en su artículo al citar que el propio Evangelio, años después así se lo contaba al escritor Elio Menéndez.
"Al comienzo, la gente me gritaba: ¡Evangelio, tú estás loco! ¡Ese gorila te va a matar! Pero al pasar los minutos y ver que el animal no podía alcanzarme, los espectadores fueron ganando confianza y, entusiasmados, me pedían que le pegara. Los más enardecidos vociferaban. ¡Tíralo!, ¡tíralo!, ¡tíralo! Me volví loco, la verdad es que aquellos gritos me enloquecieron, recordaría años más tarde Evangelio Valiente".
Al llegar a este punto de la historia, la crónica se convierte en una recreación delirante de un episodio digno del museo de historias insólitas. Los gritos de la gente alentándolo lo convencieron de que sí podría ofrendarles un final apoteósico a su presentación.
"Solo así se atrevió a hacer lo que hizo- escribe Bianchi. Pensó que el Palacio de Convenciones y Deportes era el escenario de sus grandes triunfos, recordó a todos los rivales que allí había tirado a la lona y se dijo: ¿Y si le meto un derechazo al bicho y lo tiro? Se acercó al animal, hizo una finta y le coló la derecha. El bicho sintió el derechazo. Y no demoró su respuesta. Aquel animal echó fuego por los ojos, se golpeó el pecho, como lo hacen los monos en las películas de Tarzán, y se abalanzó sobre el boxeador con grandes alaridos. Evangelio Valiente trató de girar, pero apenas podía arrastrar las piernas y vio venir el golpe que el orangután le lanzó sin poder quitárselo de encima. Lo sacaron urgente de la jaula y lo llevaron a la enfermería. Le dieron cinco puntos en la cabeza..."
Y una historia tan desopilante, merecía el exacto final en la columna del periodista Ciro Bianchi Ross.
"Cuando su mujer lo vio llegar a la casa, vendado, le preguntó si lo había atropellado una guagua. ¡Qué guagua ni qué guagua! -respondió Valiente. Échate un vestidito por encima, vieja, que vamos a comprarle los juguetes a los niños".