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Carlos Darwin y la teoría de la (r)evolución

LOS ÁNGELES -- Con físico de liliputense, es el Gulliver del futbol mexicano. Bajito, escuálido, escurridizo, termina perpetuando y perpetrando insolencias con sorna y malicia, con la pelota en los pies.

Es un diploma reiterado y envidiable: él solito vale la plena el precio del boleto. El desparpajo e insolencia con el balón, en ese vértigo, con ese físico de tira cómica, consuman todo tipo de atrocidades fascinantes, sobre zagueros frustrados que terminan con la osamenta dislocada y los nervios enmarañados.

Encararlo, es aventurarse a sufrir de una maraña casi paralizadora en el nervio ciático.
Si Carlos Darwin defiende la teoría de la evolución, Carlos Darwin Quintero oficializa la teoría de la revolución perfecta del futbolista imperfecto.

Ignorado por Pékerman, deificado en Torreón, naturalizado por México, el genial alfil y alfeñique colombiano suma seis años en un circo aparte del futbol mexicano, cargando con un Santos desangrado cuando le fueron quitando a sus mejores cómplices: primero Chucho Benítez y después a Oribe Peralta.

Pero con esa apariencia de bandolero juvenil, era el demonio que colocaba a Santos en el protagonismo, y en el azoro eventual de goles extraordinarios, resistiendo incluso el convertirse en la pieza mágica que era capaz de militar en cualquier parte del campo de juego. Sus fechorías con el balón necesitaban de compadres, aunque nunca de padrinos.

Ahora emigra al América. Santos hace negocio. Pagó 3 millones de dólares por él en 2009 y lo vende en 12 millones de dólares, aunque Jorge Vergara, envidioso dueño de Chivas, asegura que el código de barras rozó el escándalo de los 18 millones de dólares.

Se reencuentra con Oribe Peralta, pero, especialmente, se encuentra con un entrenador que lo rodeará de jugadores privilegiados, atrevidos y que seguramente le mantendrá esa cínica devoción por jugar donde le pegue la gana, como se le pague la gana, porque Gustavo Matosas sabe que Carlos Darwin Quintero es un tipo que compulsivamente hace del ataque un ritual futbolístico.

Con la velocidad intacta, ahora con recorridos menos extenuantes en la cancha, encontrando un nicho más popular y mediático, en una proporción de 10 a uno, seguramente en el número de fervorosos adoradores, Darwin llega además a un escaparate farandulero y exultante, y a donde ya no puede torcer la cara Pékerman, y seguramente deberá hacerle justicia a un jugador con más riquezas que algunos de los que ha convertido en consuetudinarios con la selección de Colombia.

Con uno de los salarios más elevados del futbol mexicano, por encima de los dos millones de dólares, ya tiene puesta la camiseta amarilla más trascendente de México, y sabe que puede ser, ese escaparate, la ruta directa a la camiseta amarilla más deseada, la de Colombia.

Queda como maleficio, y materia de suspenso, la maldición que suele perseguir a jugadores de trayectoria preponderante en otros equipos, que al llegar al América más que consumarse como líderes, terminan consumiéndose como figuras decorativas.

Sin embargo, la genealogía futbolística de Carlos Darwin Quintero demuestra que ha sido capaz de ser el corcel majestuoso de la carroza triunfal o, de ser necesario, el caballo sufrido del arado de los malos momentos del equipo lagunero, para aún así meterlo en semifinales y finales.

El americanismo encontrará además otro morboso deleite en Carlos Darwin Quintero: en 11 enfrentamientos con Chivas le ha marcado cuatro goles y ha generado otras tantas jugadas finales de gol. De hecho su primer zarpazo en México desgarró la zalea del Rebaño.