<
>

La horda del Cholo amenaza usurpar Madrid

LOS ÁNGELES -- Real Madrid sigue de vacaciones. Atlético de Madrid sigue de cruzada. Y el marcador da fe de ello: 2-0 en la ida de los octavos de final de la Copa del Rey.

Tras coronarse campeón mundial de clubes, el Real Madrid se fue de fiesta de fin de año y en la resaca le tundieron: Milán en amistoso y Valencia en remontada.

Atlético de Madrid le inflige su tercera derrota, que para el linaje y la calidad de futbolistas, son muchas calamidades para los Merengues.

Pero va más allá de lo anímico el descenso en el Real Madrid. Sus jugadores llegaban tarde a las coberturas, eran anticipados en pelotas divididas y nunca tuvieron la capacidad de reaccionar, además de una azorada y azarosa forma de entregar balones hasta en pases de cinco metros.

En lo anímico, ya se sabe, es un terreno en el que los Hunos del Atila Simeone traen la cimitarra en ristre para filetear al adversario, pero encima había espíritus blancos laxos y lasos en la búsqueda de la pelota y la tenencia de la misma. Además de que parecían desamparados al arrancar el partido sin Cristiano Ronaldo y con un errático Benzema como ariete con misiones milagrosas.

Es irrefutable que Carlo Ancelotti quiso jugar a lo Cholo Simeone: seguritos atrás y la aventura del contragolpe. Pero es imposible enseñarle el Padre Nuestro al párroco, y el técnico colchonero recompuso en la segunda mitad para asumir el control total del juego, aun teniendo en la cancha a un Niño Torres que sigue sin superar su infanticidio futbolístico.

Real Madrid hizo del amontonamiento su prédica. Bale echado atrás, hasta estorbarse en cruces con Isco y un James más propenso a los clavados que a la generación de juego, mientras que Kroos tenía prohibido atreverse al frente, mientras que Khedira, en un glosario de traiciones, entregaba al rival casi cada pelota que recuperaba.

Y mientras los Merengues se ufanaban de la potestad del balón con un 76 por ciento final de posesión, lo cierto es que terminó siendo inofensivo y sin llegar a provocar una histeria en la defensa rojiblanca, que resolvió sin soponcios la tarea.

Claro, la Casa Blanca no se mancilló sola, ni de estricto suicidio. Atlético de Madrid hizo lo suyo, lo hizo bien, pero lo hizo mejor en la segunda mitad y, prácticamente desde la entrada de Koke por Torres, tuvo más coherencia en esa eficiencia recuperando y contragolpeando.

Por supuesto que no hubo novedades en la forma de ajusticiar al adversario: dos balones quietos. Primero el penalti en el que García invita a una sesión de jiu jitsu a Sergio Ramos, quien ganó la riña, pero perdió la cabeza y regaló el cobro. Raúl García mismo desató los coros en la tribuna festiva del Calderón.

Ancelotti manda llamar a su mejor futbolista y Cristino Ronaldo ingresa por el fantasma de la fantasmagórica contratación más cara del Real Madrid: un desaparecido James Rodríguez. Pero el aspirante al Balón de Oro quiso ganar solo una guerra que ya había perdido el colectivo y a la que ya había claudicado su equipo.

Y el segundo tiro en la frente, llega con el cabezazo de José María Giménez al 76', cuando el Atlético buscaba incluso una ventaja más sustanciosa para enfrentar el 15 de enero a la trampa monumental del Bernabéu.

Seguramente Ancelotti está convencido de que la apuesta individual que hizo en su 11 era la correcta, pero no imaginaba que no estaba convencido ninguno de sus jugadores de la dimensión de las exigencias. No encontró eco en ninguno, acaso en un huérfano Isco que quiso, intentó, aportó, pidió y generó, pero terminó sacrificado con el resto.

Y para el Cholo Simeone se vuelve fascinante el escenario: el domingo encara a un Barcelona vapuleado interna y externamente, y el próximo miércoles puede celebrar el funeral del Real Madrid en el Bernabéu.

Son ese tipo de antojitos los que consiguen que el técnico argentino saque lo mejor de sus fascinantes bestias futbolísticas.