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Que descanse en paz Ronaldinho futbolista

LOS ÁNGELES -- Debía ser su cabalgata gloriosa. Un desfile festivo semana a semana. Un ceremonial del hasta siempre.

Pero Ronaldinho eligió que la parada terminara en parodia. Y que su carnaval degenerara en funeral. Y ridículo, por cierto.

Un cenotafio es el monumento fúnebre que se levanta pero sin el cadáver del personaje dentro de él. El futbol mexicano es el cenotafio de Ronaldinho. El cuerpo sigue de fiesta. Y que viva muchos años porque el alma del futbolista ya descansa en paz.

En la debacle del Querétaro ante Santos (0-1), Dinho ingresó al minuto 61. Algunos, entre ellos Nacho Ambriz, lo bajan del nicho de la banca para que desempolve su magia y consume un milagro.

No ocurrió. Ronaldinho no está ya para consumar sino para consumir. Lo mejor en la cancha fue lo peor que se le puede pedir a un artista: la farsa y el plagio. Imploró dos penaltis. En uno reclamó una mano y en el otro se tropezó con la sombra de su impotencia, y sólo consiguió el bochorno pintado de amarillo.

Después de fascinar en las canchas del mundo, Ronaldinho ha elegido escribir de manera penosa su obituario en los estadios de México. Y es inmisericorde que así ocurra.

Ronaldinho es más viejo que su edad. Ronaldinho empezó el proceso de decrepitud prematuramente.

En sus bailes de gala, por los escenarios más fastuosos, quién pudo no regocijarse con sus fantasías con el balón. Un jugador completo. Un futbolista perfecto. Un fenómeno auténtico.

Porque a Ronaldinho el futbol lo ungió de las virtudes y de los atributos que igual desparramó en Maradona y Pelé.

Con poderoso físico, con los genes de una raza pródiga en prodigios de futbol, desplegando potencia física, viveza, intuición, creatividad, velocidad mental y esa habilidad única, privilegiada para levantar un museo de fantasías en un palmo de terreno, además de un poderoso disparo o simplemente la sutileza burlona y exquisita de la folha seca de Didí.

Pero Ronaldinho nunca quiso mudarse al Olimpo de los genios. Para él, entonces, la diversión fuera de la cancha siempre debe ser tan álgida, intensa y extrema como adentro de ella.

Y así como Dinho hizo ostentación de sus alucinantes escarceos con el balón, para despencar cinturas y someter asesinos del área con la sutileza de un movimiento de samba, así mismo ha vivido su cuerpo fuera de la cancha, y se jacta de ello, como lo hizo al mostrar a 13 féminas encandilantes, como consortes eventuales de su fiesta de Año Nuevo. Si Febrero a veces tiene 29 días, para él todos los años tienen 13 meses.

Pero este genio, este fantástico futbolista, hacía de ganar una opción, una consecuencia, no una meta, no una culminación. La diversión se limitaba a competir. Y se divertía divirtiendo a todos y haciendo que otros fueran extremadamente competitivos.

Ese abismo lo separa de Pelé y Maradona. Por eso se ha quedado como escolta de ellos. El futbol sí es una fiesta, pero el futbol es también un compromiso de victoria. No se puede ganar siempre, pero los predestinados siempre deben intentarlo. Maradona jugó con el tobillo pulverizado en Italia 90. Pelé jugó con los tobillos inflamados el Mundial de 1970.

Esa misión de ganar es una condecoración. A los buenos los hace mejores. A los mejores los hace inmortales. Y a los inmortales los sentará algún día a la mesa con Pelé y Maradona.

Hoy es evidente incluso. Messi pone el arsenal impresionante de todos sus atributos con un cometido intocable: ganar, aunque hubiera quedado en deuda en el Mundial de Brasil. Y Cristiano Ronaldo hace del ímpetu de ganar un objeto de culto de sí mismo. Cada fin justifica sus propios medios.

Y aquel Ronaldinho, con más recursos de prestidigitador y artista que Messi, y con más potencia física y más perfil de goleador atlético que el mismo CR7, eligió solo deleitar y divertirse. Ganar se convirtió en una consecuencia, en un corolario, en una secuela, y no en un pacto de sangre.

Por eso, por toda la magnitud de su futbol, por todo el encanto y el embeleso seductor de un futbol capacitado para hundir acorazados, a base de trucos de una favela, es lamentable verlo hoy, con Querétaro, renunciado a ser lo que fue.

Y lo más grave es ver a Ronaldinho traicionar lo que fue. Hoy el brasileño escupe sobre su estatua colosal en la memoria de todos.

Ronaldinho, el futbolista, ha muerto a manos de sí mismo. Es un suicidio que seguirá perpetrándose en otras 13 semanas. Ronaldinho se ha convertido en el lobo de Ronaldinho.

Y su divinidad como futbolista lamentablemente ha elegido a México como su cenotafio. Su cuerpo seguirá danzando en sus fiestas privadas, pero el futbolista magnífico, irrepetible, ese, ya, que descanse en paz.