LOS ÁNGELES -- Son guerra cruentas. Y crueles. Pero inocuas. Sin luto y sin funerales. Acaso tristeza y rencor que sólo magnifican los esplendores crecientes de la victoria. El arco iris nace y muere en el barro.
Batallas inmisericordes. Pero no se levantan obituarios ni mausoleos. Zacapelas de cancha, de futbol, de sudor y músculo, de talento e inspiración. Pero, principal y soberanamente, de un amor propio inoculado de ansiedad y desprecio.
Las confrontaciones entre Barcelona y Real Madrid no tienen memoria, por más que sean memorables. Los antecedentes tienen vetada y vedada la entrada a los coliseos eventuales de estas cruzadas. Eso las hace más espectaculares: el pasado se divorcia del presente. Los héroes habituales pueden ser marionetas de los misteriosos imponderables.
Ningún Clásico Español se parece a otro. Sus actores, la mayoría tipos sobresalientes en hormonas, neuronas y músculos, se empeñan en reinventar sus propias odiseas. La obviedad y la rutina no existen en un cosmos impredecible donde a cada segundo se intenta una hazaña. Y a eso juegan Real Madrid y Barcelona.
Es una guerra que pertenece a España, que repercute en Europa,y que fascina al universo del futbol. Y más aún recientemente, porque hay dos figuras sobresalientes y contrastantes.
Es simple: Lionel Messi juega a ser el mejor y Cristiano Ronaldo juega para ser el mejor. Uno, Leo, lo trae en los genes, el otro, CR7, en el ADN. Uno triunfa con lo que la naturaleza le dio, el otro con lo que la naturaleza le ofrece.
Es, además, una fascinante contradicción evangélica: como protagonistas de El Apocalipsis futbolístico en el mundo, el Messías no es Cristiano, y Cristiano no puede ser el Messías.
Y a ambos, a cada uno, al Messías anti-Cristiano y al Cristianoanti-Messías, les rodean 11 apóstoles que se desafían a sí mismos a ser los mejores, para que ellos, los dos notables, sean los mejores. Diez de esos misioneros ejercen en la cancha y el undécimo desde la banca.
Lo saben todos. Lo saben Neymar, Suárez, Iniesta, Xavi, Piqué. Lo saben Benzemá, Bale, Modric, Ramos, Iker. Son accesorios. Ellos no son el objeto de culto, sino que son parte del culto. Son extraordinarios jugadores, pero están destinados a cotizar como actores de reparto. El Óscar supremo no es para ellos.
Barcelona contra Real Madrid, Real Madrid contra Barcelona. Son, esta versión del Armagedón temido, conflagracionesfascinantes que sobreviven a sus 90 minutos, que trascienden a sus 90 minutos. Los ecos, las reverberaciones de esa contienda, se obstinan en mantener con vida a los espectros del marcador.
Cuando el silbante, generalmente el inepto de la jornada, finiquita el Juicio Final, y los ungidos por la victoria y los urgidos en la derrota, buscan guirnaldas o rosas negras, según sea el caso, justo entonces, la otra guerra, la multitudinaria, se desata en las tribunas intangibles del universo.
Porque cuando se consumen el fuego y las luminarias del estadio donde Barcelona y Real Madrid se confabulan para detener la traslación y la rotación del planeta futbol, se encienden entonces trincheras inofensivas, pero con ataques candentes, decadentes, hirientes, insaciables, irredentos.
Porque entonces, los trovadores del Messías anti-Cristiano y del Cristiano anti-Messías sufren la metamorfosis, y van de la pasividad contemplativa de los 90 minutos a la hiperactividad voraz e incansable de ser los heraldos que cabalguen festivos o vindicativos en las redes sociales, que se convierten en catarsis.
Y al final, en la cancha como en el firmamento cibernético, ya no se trata estrictamente de Real Madrid y Barcelona, sino de humanizar flagelando a los inhumanos, a ese Messías anti-Cristiano y a ese Cristiano anti-Messías.
Y al final, cuando el último cartucho se dispara en Twitter, en FaceBook, y se despliega la bandera blanca por agotamiento, ambos bandos empiezan a frotarse las manos: la revancha debe estar cerca, y ya, desde entonces, el futuro se divorcia de ese presente que apesta ya a pasado.
El anhelo por un nuevo Barcelona contra Real Madrid, un nuevo Real Madrid contra Barcelona, empieza a forrar de carne de ansiedad, expectación y revancha, los huesos abandonados.