MÉXICO -- Tras conocer la sentencia de culpabilidad sobre Aaron Hernandez por el asesinato de Odin Lloyd este miércoles por la mañana, se cierra aparentemente un embarazoso capítulo para uno de los jugadores con mayor futuro desperdiciado en la NFL.
Uno de los comentarios que más se repite entre los lectores de las plataformas digitales de ESPN, es que algo está pasando entre los jugadores de la liga: parece que cada vez son más los que se meten en peores problemas.
No necesariamente.
Hace algunos años, me topé con un estudio --cuya fuente desafortunadamente no recuerdo-- donde investigaba la incidencia delictiva de los jugadores de la NFL con respecto a otras ligas profesionales y con respecto a otros sectores de la sociedad. Recuerdo que de acuerdo a aquella investigación, la frecuencia con la que los jugadores de la NFL eran arrestados correspondía más o menos con la de la población estadounidense en general; simplemente, los casos son más publicitados.
Sería bueno volver a emprender un estudio similar, a la luz no solamente del caso Hernandez, sino también considerando la alta tasa de casos de violencia doméstica que golpearon a la liga el año pasado.
Lo cierto es que los alcances del caso Hernandez rebasan a la NFL. Lo ocurrido con el ex ala cerrada de los New England Patriots es algo que también, supera las fronteras de la sociedad estadounidense. Me atrevería a decir que se trata de un fenómeno más o menos globalizado: la glorificación y ensalzamiento del estilo de vida del gánster, del proscrito, del que establece su propio código de conducta por encima de la ley.
Este tratamiento está en todas las facetas de la cultura popular, particularmente la moda, la música y el cine. Vale la pena aclarar que dicho fenómeno no se limita a un estereotipo, sino se logra adaptar a casi cualquier circunstancia social: desde los zapatos deportivos y pantalones extra largos, hasta las botas y sombreros vaqueros, hasta las gafas en la nuca y los accesorios en oro. Cruza sin discriminar un número de géneros musicales.
Las raíces de este problema son hondas y no es nuestra intención abordar un tema tan complejo en este espacio, dedicado primordialmente al fútbol americano. No obstante, el caso Hernandez sirve para como ejemplo poner en perspectiva las faltas que cometemos a la hora de ordenar nuestras prioridades. Hernandez ha renunciado a una vida cómoda y solvente, con el añadido de poder gozar del status de celebridad, por un cúmulo de decisiones que tomó --influenciado por este fenómeno de la actitud gánster-- respecto a una bebida derramada en un bar, un collar de oro, la división de la cuenta por pagar en un club nocturno, o la preservación de una credibilidad callejera.
Lo que nos refiere a uno de los comentarios que más circuló este miércoles por la mañana, tras darse a conocer el veredicto y la sentencia de cadena perpetua para Hernandez.
Un sinnúmero de personas señaló el desperdicio de una prometedora carrera de NFL y un contrato multimillonario que suponen las transgresiones criminales de Hernandez.
Es un punto válido. Sin embargo, dentro de todas las pérdidas que arroja como déficit esta negra página de la NFL, esa es la menos importante.
La vida de un ser humano --la vida de Lloyd, cortada a los 27 años de edad-- no tiene manera de medirse monetariamente. Y qué se puede decir acerca de la pequeña Avielle Janelle Hernandez, quien a sus dos años y medio ya no puede tener ninguna aspiración a una relación normal con su padre, quien vivirá el resto de sus años detrás de las rejas.
A Hernandez todavía le falta enfrentar otro juicio por un doble asesinato ocurrido en el 2012 en Boston. Todavía quedan facturas sin cobrar.
Perder una brillante carrera de NFL a los 25 años; perder un contrato de 40 millones de dólares con una de las franquicias más exitosas en la liga, perder oportunidades de multiplicar esas ganancias a través de patrocinadores; perder la oportunidad de convertirse en un modelo a seguir, en una inspiración para otros --al final del día, creo que esta es la función más importante de cualquier figura pública, incluidos los deportistas--; perder la oportunidad de ver crecer a tu hija, y quizás con el tiempo hacer crecer a tu familia... todo eso debe doler bastante, y ya tendrá Hernandez suficiente tiempo para reflexionar sobre ello.
Pero no olvidemos que en todo este asunto Hernandez no es la víctima, es el victimario. Los que deben cargar con las consecuencias más infames de los actos de Hernandez son otros. No cometamos el error de olvidarnos de ellos.