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¿Regresará Ancelotti al banquillo a CH14?

LOS ÁNGELES -- Atlético de Madrid ya desfallecía victorioso. Había elegido los términos de la Guerra Civil. 0-0 era el triunfo de su doctrina. La imbatibilidad era el símbolo de su fortaleza y el oprobio de la debilidad del Real Madrid.

El fracaso era un guion ensayado por los Merengues. Javier Hernández y Cristiano Ronaldo habían hecho del desperdicio la oratoria de su impotencia. Además, Oblak era un coloso.

Pero nunca falta el héroe accidental. Ese que suele estar preñado de perseverancia. "No importa que tropieces siete veces, si te levantas ocho", dice un proverbio chino. Chicharito es un apóstol y mártir de esa sentencia.

86 minutos. Y Javier Hernández había matado a cuatro cigüeñas histéricas de gol que buscaban anidar en las redes de Oblak. Y el Bernabéu lo bufaba. El mexicano había pateado con el empeine torcido de la precipitación inmejorables posibilidades de gol. Y el que teme fallar, falla.

86 minutos. Chicharito había sufrido tres faltas en el área. El librito de la justicia ciega del arbitraje, alguna vez sagrado, pero ignorado ya, desdeñado ya, dogmatiza sobre lo que es un penalti. Pero el alemán Félix Birch tiene un extraño paladar. Si no hay sangre, no hay herida. Y si no hay herida, la pelota no llega al lunar del área.

Cholo Simeone hacía señas desde esa jaula sin barrotes donde enloquece cada juego. Formación murciélago, pedía. Leónidas recordaba a sus espartanos que sólo se permite la muerte, después de muerto. Apretar, morder, castigar... y esperar.

Pero cuando la justicia terrenal, alemana, para ser más exacto, juega a ser divina, la justicia divina le tuerce el pescuezo al destino de los humanos.

Y todo comienza en la última oportunidad, cuando todas las flechas habían sido rotas. En el Juicio Final de todos los finales.

1. James Rodríguez, finalmente, puede entregar un balón impecable en el área.

2. Cristiano Ronaldo, finalmente, deja de conjugar el verbo del narcicismo e inmola a su ego, antepone al equipo y entrega, humilde, a la zona de fusilamiento.

3. Y, finalmente, Chicharito aparece ahí y, a su estilo, desgarbado, como si el remate fuera hecho por un guiñapo, por la contorsión engañosa de un cuerpo poseído de potencia, violencia, tozudez, rabia, perseverancia, hambre, revancha... y empuja el balón que entra con esas maromas enigmáticas, lentas, dramáticas, sentenciando la eliminatoria de cuartos de final. 1-0, Real Madrid.

Escribe y describe Paulo Coelho en El Guerrero de la Luz: "El guerrero hace un balance de su vida: comprueba si la espada está afilada, el corazón satisfecho, la fe incendiando el alma. Y el guerrero aprovecha los momentos en que el tiempo se detiene". Versículo del minuto 86.

Es la historia de Javier Hernández. Puede ser 86 minutos el protagonista del ridículo y solo necesita una milésima de segundo para ser el protagonista histórico. El relato lo dirá así. Cuando el Real Madrid era el más debilitado por las ausencias, él se convirtió en el más fuerte entre los débiles y entre los fuertes. Así fue con Chivas, así fue en el Manchester United y así pretende serlo en el Real Madrid.

En la delicia ociosa y morbosa de la especulación, las comadronas de café jugarán a la ouija con sus propios demonios de los hubiera. Pero nunca se sabrá si Benzemá habría hecho más o menos de lo que hizo Javier Hernández. Este miércoles, lo irrefutable, es que el mexicano puede decir misión cumplida: gol y salvoconducto a semifinales.

La ofrenda suprema llegaría a Chicharito. El orfeón poderoso rebota en las gargantas del madridismo, infestadas de alivio, de esperanza, de ilusión, de ansias. Chicharito ha dejado de ser un inquilino en la fatalidad de la banca merengue. Por segunda vez, consecutiva, de manera trepidante, sísmica, estremece al Bernabéu. Un credo profano.

Jessé a la cancha. Las cámaras siguen a Javier hasta el cobertizo merengue. Durante 90 minutos estoico y valiente, finalmente se desmorona en su hábitat regular. Parece una catarsis dramática, vehemente e irónica por supuesto: rompe en llanto con su mejor aliada y su peor enemiga, se reconcilia liberándose de la más perniciosa de sus crujías, la mismísima banca de suplentes.

¿Podrá Ancelotti negarle la titularidad a Chicharito después de salvarle la temporada? Javier Hernández era su peor es nada en la lista de suplentes. Hoy sabe que nada hubiera sido peor, que no contar con él en la lista de suplentes.

El francés Alphonse Karr escribió que "nos gusta llamar testarudez a la perseverancia ajena, pero le reservamos el nombre de perseverancia a nuestra propia testarudez".

La perseverancia de Chicarito demuestra que la testarudez peina las canas de Ancelotti.