Ambos reímos cuando dijo que me odiaba.
La agente S., del servicio de inmigración en el aeropuerto de Las Vegas, tomó mi pasaporte, revisó que mi rostro concordara con el de la foto y preguntó por enésima vez en el día: "¿Cuál es el motivo de su viaje?".
-Vengo a la pelea de Mayweather y Pacquiao-, le contesté.
Abrió sus ojos y entonces, fuera de toda rutina, me lo dijo: "Te odio". El estallido de las carcajadas se dio en automático.
Con la misma agilidad mental de la agente S., el chofer de mi taxi, un búlgaro con 16 años en Estados Unidos, a quien llamaremos ZZ, conoce ya el resultado de la pelea entre el afroamericano y el filipino: "Mayweather ganará por puntos. Decisión unánime. Todo está arreglado, es una mafia".
Al preguntarle en qué se basa su seguridad, su mirada se clavó en el retrovisor para confesarme: "En Bulgaria sólo había cuatro personas que podían hacer un trabajo especial. Yo era una de esas. Por eso lo sé".
¿Qué clase de trabajo?
No se lo puedo decir. Era un trabajo secreto.
¡Ups! ¿Recuerdan que la curiosidad mata al gato? Mejor dejemos a ZZ y sus teorías de Europa del Este.
Lo que no resulta un secreto para nadie, el favoritismo en las apuestas por Mayweather, parece intrascendente para una mujer cercana a los 50 que viajó desde Michoacán para apoyar a alguien llamado "Paquiado". No Pacquiao, sino "Paquiado". Un pequeño malentendido opacado por un león dorado tamaño real en medio del cuadrilátero del vestíbulo del MGM Grand, donde la peregrinación de familias, niños, aficionados e hipnóticos grupos de mujeres de curvas rabiosas, lo convierten en el lugar favorito para tomarse 'selfies', seis días antes de la pelea del siglo.
Y esto, en la 'Ciudad del Pecado, apenas comienza. Sí, lo sé... es para odiarme.