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Madrid y CR7 arriman Balón de Oro a Messi

LOS ÁNGELES -- ¿Y James? ¿Y Bale? ¿Y Kroos? ¿Y Benzemá? ¿Y Chicharito? ¿Y el orgullo madridista? En el Santiago Bernabéu siguen buscándolos. A lontananza, la Juve cabalga triunfadora y triunfalista.

Se colapsa la Bolsa de Valores del futbol mundial. 600 millones de dólares se van a la bancarrota. Por un fracaso semejante, en Wall Street ha habido suicidios. En la Casa Blanca de Madrid, el cinismo es una infalible puerta de escape. Y por eso el drenaje en Madrid apesta a almizcle de fracaso y de señoritos perfumados.

El dinero no compra la felicidad, dicen los románticos. A Real Madrid le alcanzó para comprar la Décima Champions. Pero no la undécima.

El grupo de asalariados más caro del mundo del futbol se quedó con el más barato de los saldos: un triple fracaso. Ni Liga, ni Copa del Rey, ni Champions. La vanidad es leña seca de las desvergüenzas y frustraciones. Que ardan en la hoguera, porque, es claro, en la cancha nunca ardieron de vergüenza competitiva.

Real Madrid tiene pesadillas. Y le espera una migraña durante un largo año... o más. Porque lo más doloroso de su tragedia, es la comedia resucitada de los azulgranas. Madrid vuelve a la sombra de Barcelona. La Monarquía rinde pleitesía a la Ciudad Condal. Hasta social y civilmente, la catástrofe se extiende.

Lo que más insulta al luto merengue, son los sonidos del carnaval culé. Las tres heridas de los tres fracasos del Madrid, sangran color azulgrana. Hemorragia de dignidad y orgullo.

Es la historia del rey que renunció a ser rey porque se creyó ser el rey absoluto de sus fantasías. En las sociedades actuales, los reyes son bisutería de vestimenta elegante y ademanes afectados. En las sociedades futbolísticas, los reyes son peones de sus propias batallas. En el Madrid, los burgueses tienen la misma beligerancia y gallardía que los mercenarios.

En términos lapuentistas, el superlativa, el aumentativo, la exageración, el sumum, el clímax del fracaso, quedó definido en México como "fracasototote". El fracaso suele ser una lección, una cicatriz, una afrenta, una enseñanza, una experiencia, pero el "fracasototote" es el premio envenenado y putrefacto para los mezquinos.

Nadie se escapa. Acaso Cristiano Ronaldo, con la duda de si su lucha ha sido más por aportar al palacio de su egolatría que al palacio de los merengues. Hoy, CR7 ya lo sabe: al Balón de Oro ya le están haciendo un nicho en casa de Leonel Messi. El portugués ya prepara reportarse enfermo para la gala de FIFA.

Si la guillotina pública e inocua de la burla popular debe empezar en ese festival ridículamente inofensivo, el primero debe ser Florentino Pérez, quien compró por catálogo y vendió como tienda de saldos.

Ni James fue más que Ángel di María, fundamental en la décima, ni Kroos hizo olvidar a Xabi Alonso. Florentino subastó a dos líderes genuinos, por dos asalariados de protagonismo en el Mundial, pero que nunca entendieron la grandeza de su club.

¿Ancelotti? Aceptó las cartas. Y las condiciones. Y no defendió lo que necesitaba por proteger a los que quería. Pero en los momentos culminantes, sus mimados fallaron. Y ni Bale ni Benzema respetaron el respeto de su entrenador.

Marcelo, Pepe, Ramos, Iker, en el mundo indiscutible de sus deficiencias, no lograron romper el muro de la indiferencia de los recién llegados, que lucen, deslumbran, ante equipos pelagatos de semana a semana, pero desmayan y desfallecen, como ninfas de opereta, en los grandes desafíos.

¿Juventus? Derramó, derrochó, porque no despilfarró, lo que a sus rivales les faltaban. Cerraron espacios, apretaron la pierna, mordieron el gaznate, y se ensuciaron las galas de la grandeza de su club.

Sí hasta Juan Gabriel sabe la diferencia: al Real Madrid le hizo falta lo que la Juve tuvo de más. Y hablemos genérica y genéticamente: futbol, testosterona, ambición, lealtad, inteligencia, astucia, confianza, y sobre todo, respeto al adversario.

Y tras la sesión plañidera de vestuario, con lágrimas de cocodrilo cínico, coinciden los jugadores madridistas en afirmar que la diferencia fue que "ellos tuvieron suerte que nos faltó a nosotros".
El escritor Michael Levine tiene la respuesta perfecta para los apóstoles del autoindulto en la apesadumbrada Casa Blanca merengue. "Los triunfadores tienen mucha suerte. Si no lo crees, pregúntale a un fracasado".