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Equipo inestable, desde lo emocional y lo futbolístico.

BUENOS AIRES -- Días después del escándalo de la Bombonera, cuando Marcelo Gallardo hizo su primera aparición pública, entre otras cosas les pidió a sus jugadores de cambiar el chip, de olvidar todo lo que había sucedido y poner la cabeza de lleno en el partido ante Cruzeiro.

La idea no estaba equivocada, porque la magnitud de lo que padecieron y, en definitiva, del logro alcanzado, le otorgaba a esa noche de la Boca una sensación de objetivo alcanzado. Y no era así.

Eliminar al oponente de toda la vida de la llave era solo un peldaño en una escalera que tiene su máxima estatura en la final de la Copa Libertadores. Más allá de que los hinchas, en la previa del Superclásico, decían que si lo sacaban a Boca después no les importaba más nada, la realidad marca que el Millo no gana este título desde el año 1996 y se trata de una de las deudas históricas del club.

El técnico, que nació y se crió en el club, sabe que eso es así. De ahí la exhortación a no quedarse sólo con una conquista parcial.

En este contexto, la realidad marcó que River nunca logró reencontrarse con la versión de sus mejores épocas. Sí con esa faceta de equipo apurado, nervioso, impreciso, sin ideas, que no piensa y que corre casi sin sentido. Ante un deficiente funcionamiento colectivo, tampoco aparecieron las individualidades.

Desde que en el comienzo de la temporada Leonardo Pisculichi dejó de ser el hombre que metía la pausa, que hacía jugar, que aprovechaba la pelota parada y que tenía presencia de gol, el equipo nunca se acercó a lo que fue en el otro semestre. Nadie pudo recoger el guante y asumir ese rol de conductor.

Tanto es así que hoy Gallardo hasta modificó su convicción táctica para poder mitigar dicha falencia. Pero el fútbol no aparece. Y no sólo eso, tampoco está preciso en la definición. Ni encuentra mecanismos opcionales. Es un River con más corazón que fútbol, cuando el entrenador siempre soñó con que la ecuación fuese inversa.

En el caso del choque contra Cruzeiro, si bien la llave no está definida, jugando como visitante deberá modificar algunos aspectos de su juego. Uno de ellos será el defensivo. Porque el equipo brasileño, con muy poquito que hizo en ataque, le llegó con peligro cierto de convertir en una cantidad de oportunidades que desnuda un desequilibrio en el rival. Y aquí surge lo del River apurado y nervioso. Ese combo poco aconsejable para ir a buscar un resultado, es el que lo llevó a padecer pese a las escasas aspiraciones de ataque que tuvo su oponente. Cruzeiro lo esperó para salir de contra y el Millo no consiguió abrir a esa cerrada defensa y desacomodó sus líneas ofreciendo muchos espacios.

Hace tiempo que venimos hablando de un equipo inestable. Desde lo emocional y desde lo futbolístico. El jueves volvió a exhibir esa patología. Perdió de local y ahora deberá viajar a un estadio muy complicado, con una carga histórica que le es negativa (nunca le ganó una llave a Cruzeiro).

No todo está perdido ni terminado, pero el volantazo que tendrá que pegar, obligadamente, Gallardo será tan abrupto lo encarrilará en la ruta o lo dejará definitivamente en el pasto.