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La importancia de la gente

Las primeras impresiones siempre tienen mucho peso. Por algo existe la frase del 'amor a primera vista'. Y la ciudad de Toronto enamora sin mucho esfuerzo ni requisitos de tiempo.

Esa primera impresión -primerísima debería decir- tuvo esta vez un ingrediente extra. En términos deportivos, fue como quien remonta un marcador adverso, pero no en una cancha, sino del cielo al suelo. Literalmente.

Al igual que le sucedió a casi todos los que viajamos desde los alrededores de Bristol a Toronto, el transporte fue en un avión con cabida para 18 pasajeros, sin asistente de vuelo, construido quizás en 1950 y cosméticamente rejuvenecido en 1952. Su comportamiento en el aire era de esperarse. A pocos metros de aterrizar, todavía no enderezaba. Y de repente: zas. Tocó tierra, léase suelo de Toronto, con una suavidad y perfección que cambió el panorama y los augurios inmediatos.

"Gracias por la bienvenida", me dije en silencio.

Ya camino al hotel, el chofer sazonó el primer pensamiento: "Toronto es como Nueva York... sin lo malo".

Eso fue hace ya más de una semana. Y cada día me convenzo más de que, si bien era un poco exagerada la apreciación, no era para nada desviada.

Toronto parece tener mucho de lo bueno y poco de lo malo de las grandes ciudades, independientemente de dónde se tire la raya de lo que significa ser una 'gran ciudad'. Probablemente para nuestros países hispanos la definición no sea idéntica a la que daría un anglosajón, pero en la práctica, de pisarla se reconoce.

La vida, la faena periodística y un poco de espíritu de aventura me han llevado a caminar las calles de una veintena de ciudades que han albergado Juegos Olímpicos, Panamericanos y/o Centroamericanos y del Caribe. Y todas tienen su atractivo, aunque no sea el mismo en unas y otras. Lo que sin lugar a dudas sí comparten es ese calor de su gente.

Naturalmente, las grandes instalaciones, suficientes hospederías, un eficiente sistema de transporte público masivo, espacios abiertos para entretener a los espectadores más allá del aspecto deportivo y capacidad económica son varios de los cimientos necesarios para tan siquiera aspirar a ser sede de un gran evento multideportivo.

Pero también lo es su gente; ese carácter de anfitrión que va más allá de aceptar sacrificios durante un periodo para hacer lucir bien el terreno propio. Es imprescindible una oferta genuina, natural, espontánea de sentir y expresar ese orgullo de su ciudad, de mostrar su mejor cara, de decirle al visitante 'me alegro de que estés aquí, y te voy a ayudar a que lo disfrutes'. Y Toronto la tiene. Desde la joven mesera que expertamente describe y promociona la cerveza local, al conductor de la van que luce capacitado para grabar un segmento televisivo sobre Azulejos, Raptors y Maple Leafs, todos parecen compartir ese entusiasmo. Y da gusto reciprocarlo.

Y si de reciprocar se trata, agradezco a Gonzalo Aguirregomezcorta la entrega del batón; el mismo que ahora entrego a Carlos Arratia.