LOS ÁNGELES -- "Siéntese ahí y pregunte. Yo voy a seguir trabajando". Suavizó el tono imperativo con una de esas escasísimas e insinceras sonrisas.
Fue uno de los tres momentos en que detuvo la infatigable y brincona mirada en el reportero en su hacinada oficina en el Club Atlas Colomos.
Era una charla pactada por diez minutos. Escuchaba y respondía mientras hurgaba caóticamente en el caos organizado de su oficina.
Parecía extraño conciliar una entrevista con un personaje que tenía la mente, los ojos, las manos y los ademanes bailoteando, y mirando de reojo el reloj de pulsera.
Su escritorio, si es que lo había, desaparecía debajo de la multitud silvestre que albergaba en un desorden urbano: revistas de Europa y Sudamérica, recortes de diarios, y carpetas con más recortes o papeles con estadísticas.
Y por supuesto casetes de video, de todo tipo, con un código de identidad ininteligible para cualquiera que no fuera Marcelo Bielsa, vestido totalmente en blanco ese gigantesco cuerpo. Parecía más un tenista en el retiro que un entrenador con afanes de pionero en el equipo con más ADN de pionero del futbol mexicano.
La segunda mirada al reportero ya traía bronca. La pregunta había sido sobre los genes en las matrices del Atlas.
En Pumas la tarea era completa: formaban, en ese entonces ya hoy difícil de creer, jugadores líderes, con personalidad. Atlas, en cambio, era fértil, pero sin esa rabia ambiciosa y rebelde.
"¿Usted cree eso?", espetó Bielsa. Una pausa. Una mirada. Y la respuesta ya con la mirada y su atención secundaria, esa de mentes privilegiadas, puesta en urgencias: "En Atlas hay grandes jugadores y saldrán varios de ellos con más que ese temperamento o carácter que usted dice Pumas. Lo verá".
"De aquí saldrán ganadores", agregó como eslabón aislado de esa cadena de respuestas, agregó.
La tercera mirada de Bielsa fue con el índice en su reloj y con unos papeles sobre su tabla de trabajo. "Los diez minutos, ya terminaron". De nuevo esa sonrisa larga, apretón de manos y la frase imperativa: "Cuando salga, cierre la puerta". Y se esfumó colgándose el cordón con el silbato al cuello.
Cumplió su palabra. Revisando la columna vertebral de las más recientes selecciones nacionales, aparece el sello del Atlas.
La más sólida médula del Tri, ha sido con la fiebre, la fibra y el talento atlista, más allá de que, como todos los futbolistas, han tenido crestas y valles.
Oswaldo Sánchez, Rafa Márquez, Pável Pardo y Jared Borgetti fueron durante mucho tiempo el esqueleto de selecciones nacionales. Como en su época lo fueron jugadores de Pumas o de América o de Chivas.
Hoy, Rafa Márquez pide que ya se le busque un heredero, como si fuera tan simple como meter un paquete congelado al microondas y soltarlo a la cancha.
Márquez, lo hemos dicho, más allá de que no sabe escribir cartitas gremiales y gregarias, es un futbolista con una inteligencia futbolísticamente competitiva, sin igual en el futbol mexicano. Y eso no se inculca, lo mama el propio de jugador de sus experiencias directas.
Oswaldo Sánchez se fue, y más allá de aquel dislate ante Honduras, pidiendo tregua, del Atlas saltó a condecorarse con Chivas y Santos, y apoderarse de la selección mexicana.
Ciertamente, con su erudita e implacable manera de elegir y analizar el cobro de un tiro libre, el francotirador y guerrero Pável Pardo ha visto desfilar a sucesores de buena estampa, pero no de mejor pegada.
Y Jared Borgetti sigue al frente de la tabla de goleo en el Tri, con el Chicharito Hernández acercándose a cinco goles y a pesar de la fascinante capacidad que tiene para desperdiciar lo indesperdiciable. Desprecia lo indespreciable, y seguir errando goles.
Hoy, irónicamente, el pivote del Tri es otro rojinegro: Andrés Guardado, quien tras un 2013 patético, regresó a conquistar Holanda y a heredar, al menos, el gafete de capitán de Rafa Márquez.
En un futbol donde pululan, algunos como mercenarios y pocos como profesionales, jugadores extranjeros desde fuerzas básicas hasta Primera División, es denigrante que se busque herederos por consigna, por encargo, y no por desarrollo lógico de jugadores.
Pumas se ha secado. Chivas está formando apenas una nueva generación. Cruz Azul hace 20 años que no cincela un auténtico referente de sus viveros.
América presume sus campeonatos en divisiones Sub-20, Sub-17 y Sub-15, pero después los extermina. Atlas sigue enraizado en escapar a problemas de descenso.
Toluca ya no tiene aquella escuela prolífica en Guadalajara. ¿Y Pachuca? Las poquísimas promesas que asoman, son más para el relumbrón superficial de sus dirigentes. Héctor Herrera, es El Zorrillo que aromatiza de ego las fantasías de los Tuzos.
Y Rafa Márquez pide que se convoque a su delfín. Tal vez en sus escuelas de futbol pudiera encontrarlo antes él mismo.
Y Andrés Guardado reclama sentido común a los dirigentes que han llevado al Tri a dos procesos eliminatorios de terror, y que no arrancan mejor este nuevo con rumbo a Rusia 2018.
Bien lo simplificó el humorista Jardiel Poncela como si fuera el psicoanálisis de dirigentes mexicanos: "El sentido común es el menos común de los sentidos".
Y recordemos que el mejor proceso armado en torno a una estructura de selecciones nacionales. Lo arruinaron Justino Compeán y Decio de María, emboscando a Néstor de la Torre y acomodando ahí a su amigo incondicional Héctor González Iñárritu.
Por eso el proyecto Bielsa ya no sólo parece necesario, sino urgente, y no para la selección mexicana, sino para convertirlo en patriarca de la formación de futbolistas.
Después de todo, no sobrará algo de esos 650 millones de dólares que factura el Tri en este ciclo mundialista como para seducir para que trabaje libre de oscuros, perversos y malsanos intereses de la FMF.