Ya no queda nadie en Chicago que pueda vanagloriarse de haber visto a los Cachorros de Chicago ganar una Serie Mundial.
Desde que Frank Chance dirigió al equipo que se coronó consecutivamente en los clásicos de octubre de 1907 y 1908, el equipo ha vivido más de un siglo de frustraciones, acrecentadas a partir de 1945 con la llamada Maldición de la Cabra.
Después de Chance, pasaron 51 managers por el puente de mando de los Cachorros y todos dijeron adiós por la puerta de atrás.
Joe Maddon es el hombre que podría cambiar para siempre el curso de la historia.
Cinco temporadas consecutivas con balance perdedor entre el 2010 y el 2014 les permitió a Chicago escoger entre los primeros del draft amateur hasta ir formando un núcleo de jóvenes talentosos como pocas veces antes en la existencia centenaria del club.
Hombres como Kris Bryant y el boricua Javier Báez fueron seleccionados en las primeras rondas del 2013 y 2011, respectivamente, mientras que ya por la vía de canjes, ya por firmas de agentes libres internacionales, llegaron otros prospectos como Anthony Rizzo, Addison Russell, Jake Arrieta o, el cubano Jorge Soler, entre otros.
Faltaba entonces la persona indicada para tomar todos esos ingredientes aún demasiado verdes y mezclarlos con la sabiduría de un experto alquimista, hasta convertir ese manojo aislado de jóvenes jugadores en un verdadero equipo de pelota.
Theo Epstein, director de operaciones de los Cachorros, sabía que ese hombre se llama Joe Maddon, tiene 61 años de edad, apariencia de alguien aún mayor, pero una manera nada convencional, a veces hasta excéntrica, de andar por la vida.
Esa es la forma que este hijo de un inmigrante italiano (su apellido original es Maddonini) encontró para conectarse con los jóvenes que dirige, lo cual le permite romper la brecha generacional en pos de la comunicación.
Ya Maddon había probado su capacidad especial, casi única, para dirigir muchachos inexpertos en Tampa Bay, cuando obró el milagro de llevar a la Serie Mundial del 2008 a los Rays, un equipo que siempre tuvo récord perdedor desde su creación en 1998.
Sin embargo, su llegada a Chicago no estuvo exenta de polémica.
El estratega renunció a su último año de contrato con la novena floridana para convertirse en el manager número 60 en la historia de los Cachorros, en medio de acusaciones de que Epstein se lo habría pirateado a los Rays.
"Tiene un don especial de gente. Es el tipo de manager que no te presiona como si fuera un sargento y de esa manera consigue sacar lo mejor de cada jugador", opinó Kris Bryant, principal candidato a llevarse el Novato del Año en la Liga Nacional.
"Con él no tienes miedo de cometer un error, de hacer algo mal. Si tienes un problema puedes hablarlo con franqueza con él", añadió el fenomenal debutante, el más brillante de todos los diamantes aún por pulir con que cuentan los Cachorros.
"Él nos mantiene relajados y es un tipo divertido. Esa es básicamente la clave", dijo recientemente Dexter Fowler, jardinero central de Chicago.
Ese modo al que se refiere Fowler incluye llevar una pantera al terreno del Wrigley Field y aparecerse con un flamenco en una rueda de prensa.
O pintarse de negro las canas para estar a tono con sus muchachos, a quienes les habla con la pausada ternura de un padre.
O dejar crecer la barba, aunque ello le dé una apariencia de Santa Claus en agosto.
Todo en aras de la química del grupo, aunque no todos queden felices con sus decisiones, como el cátcher venezolano Miguel Montero, traído durante el invierno como titular detrás del plato.
Montero, acostumbrado a jugar al menos 140 de los 162 juegos del calendario regular, sólo ha visto acción en 107 encuentros, pues Maddon ha decidido darle trabajo también a los otros receptores.
Esa es su filosofía: involucrar a los 25 hombres que tiene en la plantilla, para que nadie se anquilose lo en la banca y resulte inservible cuando tenga que echarle mano en una emergencia.
Hasta ahora le ha dado resultado y ya dio el primer paso, al poner a los Cachorros dentro de la postemporada, una instancia que no visitan desde el 2008.
Ahora falta que logre lo que no consiguieron los 51 managers que lo precedieron.
Entonces estaría obrando su segundo milagro y quedaría listo para ser santificado en los altares del béisbol.