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'Zizou', donde edificó su altar, le edificarán su tumba

LOS ÁNGELES -- Él lo sabía. Cuando Rafa Benítez firmó contrato con el Real Madrid estaba firmando también su renuncia. En los técnicos, el acta de defunción viene al reverso del primer cheque.

Benítez terminó siendo el papel higiénico del vecindario. De jugadores divinizados, de un directivo demencialmente mesiánico, y, claro, de sus propios errores. Eutanasia comunitaria.

El técnico es crucificado desde dentro y desde fuera. El fracaso es el patíbulo más solitario de todos. Hasta el verdugo y el Ángel de la Guarda abandonan la tarima. Desde dentro, a Benítez lo traicionan los jugadores, su patrón y sus necedades.

Desde fuera, Barcelona y Atlético de Madrid alimentaron a las huestes madridistas para reclamar la cabeza de Benítez. La Casa Blanca viste de luto, mientras hay carnaval en los domicilios más odiados. ¿Por quién doblan las campanas? ¿Por quién repican las campanas?

Ido Benítez, cuyo nombre apenas será un apéndice, una vesícula extirpada, obliga a cirugías mayores, de órganos vitales, valores vitales, y recurren a un vitalicio en el Olimpo merengue.

Zinedine Zidane saltó al relevo con más valor propio y valores madridistas que valoración genuina. Tiene autoridad moral, pero necesita de la autoridad absoluta que Benítez nunca recibió de parte de Florentino Pérez.

Todos, absolutamente todos, deben inclinar la cabeza y bajar la mirada en el vestidor gangrenado del universo de Valdebebas ante el nuevo amo del feudo.

Todos, incluyendo a Cristiano, saben que el tipo que estará enfrente tiene un historial absolutamente pulcro, comprometido, victorioso y consolidado con trofeos, más allá, claro, de aquel pasaje ominoso en la Final de Alemania 2006 embistiendo a Materazzi.

Si con Benítez la Liga ya parecía ajena, y la Champions una sirena de otros mares más aterciopelados, con Zinedine los votos de resurrección se renuevan. Claro deberá desdoblar personalidades.

A partir de ya deberá ser, tituló Taylor Caldwell, un Médico de Cuerpos y Almas. Tendrá que humanizar a los dioses falsos (Cristiano, Bale, Benzema), identificar a aliados genuinos (Kroos, Modric, Ramos), y abofetear a indecisos (Isco y James).

A este Real Madrid se le resucita en el diván y en el pizarrón. A algunos con arrumacos y a otros con látigo. Zidane lo sabe, porque fue uno de ellos: visten una camiseta gloriosa y reciben un salario para vivir en la gloria, pero se han convertido en esclavos de la mezquindad y el aburguesamiento. Premiados para heroicidades, al final se prostituyeron.

Zinedine no tiene tiempo. Las manecillas del reloj de exigencias del Real Madrid caminan en sentido contrario. Debe construir sobre ruinas, ruinas futbolísticas.

Cierto: está vivo en la Liga. Y en la Champions, la Roma no debería intimidarle. Pero, en la cancha, aburre, angustia, enfurece. Su tribuna sonríe forzada y hasta insalubre, tanto, que en el apostolado del autoengaño se atreve a celebrar estruendosamente una goliza al Malmö.

Zidane tiene una ventaja. Llega blindado al banquillo. Lo protege su pasado. No como técnico, porque los números con el Castilla, su curriculum más reciente, asustan.

Hoy a Zizou lo escolta el museo de la cancha. Tiene más crédito y credibilidad, irónica e incongruentemente, que el mismo Benítez, ganador con su estilo hosco, áspero, en UEFA, Champions, Premier, etc.

Zidane se sabe intocable. Momentáneamente. Tiene en sus manos a los jugadores, que ahora deben corroborar que en verdad Benítez era el culpable. Y tiene en sus manos a Florentino, que lo elige más convencido que convincente.

Pero, sabe, sin duda, que ni el vestidor ni el escritorio madridista tienen palabra de honor. Hoy, todos, se suben a su barcaza para salvarse del naufragio. La traición mutua se ha convertido en un código de conducta en la Casa Blanca.

Las circunstancias bendicen a los Merengues. Reciben al Deportivo La Coruña. Y Zizou fue parte de los mejores momentos del credo madridista: ganar, gustar y golear, tres verbos que se han convertido en trabalenguas para el equipo.

Alguna vez, el nuevo DT del Madrid, dijo que "puedes tener todas las virtudes del mundo en la piel, pero si no tienes ni suerte ni gente que te ayude en el camino, no te sirven de nada esos dones".

Las lecciones mejor aprendidas son las que mejor se comparten. Y lo sabe. La cancha lo puso en un altar. La cancha puede ser su propia tumba.