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Quiso, pudo, pero Chivas no supo ganar

LOS ÁNGELES -- Pudo -conjugación en pretérito perfecto de la frustración-, ganar, gustar y golear. Gustó por momentos, pero Chivas ni ganó ni goleó.

2-2 ante Veracruz. Un empate que repta amargo y ulceroso en el gañote rojiblanco. Que regurgita más que place.

Con un hombre más y un gol más, el escenario fue totalmente benigno con el Guadalajara. Desde el 24, Peñalba se ganó la roja y tendió una alfombra del mismo color para provocar la inclemencia de Chivas.

Pero Leobardo López con el 1-1 sacó la bandera de la testosterona. El Tiburón tendría dos coqueteos más en el área poblada pero desconcertada por la inocencia del Rebaño. Había miedo a hacer contacto con la pelota para sacarla.

Estadio lleno, y con la derrota de Dorados y el empate de Morelia, Chivas recibía la gran oportunidad de sacarse grilletes de descenso. No supo. Ni pudo. Aunque siempre quiso.

Gullit Peña de palomita bendijo su debut. Y el 2-1 sería autogol veracruzano, tras una de las numerosas faenas de un mozalbete que se apellida López yal que la facinerosa camaradería del vestidor le bautizó como "La Chofis", que a pesar del feminismo del apodo, juega masculinamente y es un truhan, un tahúr, un dislocador de caderas con la desfachatez de sus amagues y gambetas.

El Guadalajara se adueñó de tiempo, espacio, posesión y posición en la segunda mitad. Su afición vivía el paroxismo del casi, el éxtasis del ya merito, el delirio de balones rozando postes, remates desviados y los cristos redentores de Melitón en las salidas.

La afición saboreaba la obra. Un hombre más, un gol de ventaja y dominio absoluto. Embeleso subyugante en la tribuna. El 2-1 y esa seguridad plena de la victoria inminente, permitía al rebaño del graderío agasajarse con la, aparentemente, inminente victoria.

Vamos, era tal el dominio de su equipo, que hasta perdonó al árbitro y a su progenitora que no marcara dos polémicas jugadas en el área jarocha, que podrían haber retribuido en el manchón sin que nadie lo fustigara.

¿Veracruz? El sello de Carlos Reinoso. Rebelde a su aparente destino, rehusándose a la consigna de jugar a la víctima, se defendía a ultranza y guardaba aliento para un descuido, uno solo del Guadalajara, y rescatar el empate.

El reloj se desangraba y Veracruz también, mientras Chivas intentaba con el catálogo de ataques, ese tercer arponazo al tiburón renuente a la muerte.

Y llegó. El error del que se sentía verdugo. Y el acierto del que se negaba a ser el condenado a muerte.

Orbelín Pineda pierde el balón y Furch enfila. El último hálito lo consagra a un disparo. Potente, cierto, colocado cierto, pero además, toma en una salida innecesaria, y descuidando su primer poste, a Toño Rodríguez, quien así como titubeó en el primer gol, se equivoca en el segundo. 2-2.

La procesión guarda la música y saca los responsos. Apaga las antorchas y enciende las veladoras. El OmniLife transpiraba. Ya no sólo oraba por una victoria, sino, de pasada, dedicaba un salmo a que el Veracruz no encontrara el tercero.

El silbatazo final sentencia la amargura del anfitrión y promulga el legítimo derecho a la celebración del visitante. 2-2.

¿Debió Almeyda proteger con sobriedad el 2-1 o fue correcto lanzarse con desenfreno a buscar la goleada? ¿Tiene margen de equilibrio? ¿La vistosidad o la salvación? ¿Los puntos o las candilejas?

Ese debe ser un debate estrictamente entre las urgencias del equipo, las pretensiones del equipo, la directriz de Jorge Vergara, y el apetito de toda la comunidad chiva, incluyendo claro, la afición.

En su mejor escenario posible, entonces, Chivas queda en deuda. Y queda con dudas. El 2-2 es sinónimo del pudo. Es una conjugación del pretérito perfecto de la frustración. Porque, pudo ganar, gustar y golear, pero...