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¿Se terminaron los amistosos?

BUENOS AIRES -- Para aquellos que todavía, con un cierto aire de ingenuidad, observaban a los Superclásicos del verano como un partido amistoso, el choque de Mar del Plata hizo añicos a esa pueril idea. Desde hace tiempo que esos enfrentamientos que marcan la agenda del verano, los humores de la pretemporada y, en algunos casos, hasta fueron disparadores de renuncias de entrenadores.

Con todos estos ingredientes y después de haber perdido en el debut veraniego ante Independiente, River inhaló una bocanada de aire fresco que le sirve para recorrer sin sobresaltos lo que queda de la etapa preparatoria. En rigor de verdad, si realizamos un análisis frío, abstrayéndonos del resultado, la inquietud para Marcelo Gallardo debe estar presente. Porque es cierto que su equipo ganó, pero estuvo muy lejos de una producción que el director técnico pretende. Según sus palabras, este será el año en el cual River intentará reencontrarse con el fútbol del segundo semestre de 2014, quizás el mejor del la era Gallardo, pero esa búsqueda hasta el momento se ha quedado sólo en eso, un intento.

Quizás la modificación táctica haya sido lo más saliente hasta el momento. Con un solo volante central al comienzo, con Leo Ponzio metido entre los centrales cuando ingresó Nicolás Domingo, con un Eder Álvarez Balanta que de a poco se va reencontrando con su nivel, con la auspiciosa aparición de Nacho Fernández, con Rodrigo Mora jugando algo más lejos del área, con Lucas Alario como único referente fijo del ataque, con Lucho González como primer pase en la salida y con una presión bien alta, todos estos, y algunos más por supuesto, son los condimentos con los cuales Gallardo intenta refundar a su equipo. Ante Boca no logró que todo funcione a la perfección, sólo se vieron destellos, pero nuevamente se impuso la personalidad de un equipo que, más allá de cuestiones tácticas, sabe lo que quiere. Porque si hay algo que nadie le puede negar a este plantel es esa voracidad por ganar.

Paradójicamente, mientras jugaron once contra once River se mostró más sólido que a medida que a Boca le fueron expulsando gente. Luego se fue enredando en el vértigo innecesario y en las imprecisiones y casi no generó acciones de peligro ante la valla de Agustín Orión. Tampoco pasó sobresaltos, pero le dio a Boca la oportunidad de quedar siempre a un gol, con el riesgo que eso conlleva en un fútbol donde la pelota parada y las jugadas aisladas vía un pelotazo pueden definir un partido. Por eso la alegría medida del entrenador en el final.

Los jugadores, después de un partido demasiado friccionado y áspero, si desataron su felicidad. Como corresponde. Son ellos mismos los que se encargan de fortalecer la idea de que los Superclásicos hay que ganarlos y que el buen fútbol se busca en el resto de los partidos. Así aprendieron a vivir ese tipo de compromisos, casi como los hinchas.

Por eso el festejo. Podrá avalarse o no ese pensamiento, pero la vehemencia con la cual se disputó el River - Boca de Mar del Plata demuestra que ya nadie se relaja. Por el contrario, la exigencia es desmesurada. Al punto de que lleva a los protagonistas a cometer irresponsabilidades. Y da la sensación de que esto de "todo o nada" se incrementa, lamentablemente, con el correr del tiempo. De ahí que hayamos visto poco fútbol y mucha lucha. River paladea el grato sabor de haberse quedado con la primera "batalla", un bálsamo que le alcanzará para vivir relajado lo que resta de la pretemporada, aunque íntimamente sepa que deberá mejorar bastante para pelear arriba en las competiciones oficiales de este semestre.