<
>

Histórico por su entorno, no por el juego en sí

Ronaldo Schemidt/AFP/Getty Images

Podrán decirle histórico, extraordinario, excepcional y cuanto epíteto grandilocuente se les ocurra, pero el partido que los Rays de Tampa Bay jugarán el próximo 22 de marzo en La Habana ante la selección cubana es simplemente eso, un juego.

Por eso es que no se explica esa manía de las autoridades cubanas de tratar cada asunto de la vida nacional, por muy insignificante que sea, como un secreto de Estado.

Por cuarta vez en la temporada, la Serie Nacional recesa, para concentrar a un grupo enorme de peloteros, de donde saldrá el equipo que enfrentará a los Rays.

El grupo está compuesto por 41 peloteros: cuatro receptores, 12 jugadores de cuadro, ocho jardineros y 17 lanzadores, que a esta hora nadie sabe quién los va a dirigir.

Hace una semana se suponía que se anunciaría el manager de esa selección, que a todas luces no será Víctor Mesa, involucrado en un escándalo de agresión a un fanático en la occidental provincia de Pinar del Río.

La lista la componen los catchers Frank Camilo Morejón, Yosvani Alarcón, Osvaldo Vázquez y Olber Peña.

Figuran también los infielders William Saavedra, Yordanis Samón, Alexander Malleta, Dainier Gálvez, Andy Sarduy, Juan Carlos Torriente, Rudy Reyes, Yurisbel Gracial, Yunior Paumier, Yeniet Pérez, Yorbis Borroto y Yordan Manduley.

En los jardines aparecen José Adolis García, Yoandry Urgellés, Stayler Hernández, Guillermo Avilés, Dayron Blanco, Roel Santos, Denis Laza y Rubén Paz.

La relación la completan los pitchers Vladimir García, Jonder Martínez, Yosvani Torres, Freddy Asiel Álvarez, Yoanni Yera, Frank Monthiet, Leandro Martínez, Miguel Lahera, Vladimir Baños, Yaifredo Domínguez, Liván Moinelo, Noelvis Entenza, Danny Betancourt, Yunier Cano, José Ángel García, Héctor Ponce y Alexander Rodríguez.

Pero mientras los muchachos ya entrenan a todo tren, 15 de ellos participantes en la reciente Serie del Caribe, el eventual director todavía brilla por su ausencia.

Tanto secreto para un juego de unas tres horas de duración es incomprensible y una muestra más de que las cosas en Cuba siguen igual, más allá de las buenas intenciones de MLB de un acercamiento.

Da la impresión de que las negociaciones beisboleras entre ambos países se desarrollan en la misma tónica que las diplomáticas y políticas, con una parte ofreciendo y cediendo en todo y la otra pidiendo y no cediendo en nada.

Está bien que los cubanos quieran ganar el partido, pero el resultado es lo de menos.

La excepcionalidad del encuentro está en su entorno y no en el juego en sí.

El presidente Obama presente, posiblemente haciendo el lanzamiento de honor, glorias pasadas como Luis Tiant, José Cardenal y el capitán Derek Jeter como invitados y lo que pueda sacarse de la visita en términos de un acercamiento aún mayor es lo que de veras hace histórico el momento.

Una pena que no se haya incluido en la embajada beisbolera a Orlando "El Duque" Hernández, quien, pueden apostarlo, recibiría la ovación más estruendosa que se haya visto jamás en el vetusto estadio habanero, inaugurado en octubre de 1946.