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Que Vela y Gio se miren en el espejo de Nery

VANCOUVER -- Carlos Vela es un futbolista privilegiado... pero que elige vivir en el desamparo. Un fenómeno de autodesarraigo. Prófugo de su propio destino.

Dotado para vestirse de frac como un jugador de época, no sólo para México, sino en cualquier balompié, elige los harapos de un indigente. Le basta con unos sorbos mezquinos de gloria y de idolatría. Hoy, deja claro, le aburre su proyecto de vida: el futbol.

Este miércoles, Vela ha agregado otra reflexión que respalda y resucita otra igualmente hereje y pagana. "El futbol no es el deporte que más me divierte. Prefiero el basquetbol", dijo hace años, para corroborar que el balompié no es su vocación sino un oficio, que, si quiere, cuando quiere, puede desempeñar de manera magnífica.

Este miércoles, Vela sorprendió al disculpar a la afición de la Real Sociedad por no disculparlo a él. No pidió perdón, pidió complicidad y desfachatez. Es decir, no hay arrepentimiento, hay advertencia de que podría volver a la indisciplina.

Y agrega: "Hoy igual quiero una cosa, mañana quiero otra. O igual llega el final (del torneo) y digo: 'estoy aburrido del futbol, (mejor) me retiro'. Yo soy así", subrayó, eso sí, con esa sonrisa tan suya, que parece una inconfundible mueca de cinismo, aunque eso, sólo él lo sabe.

¿Aburrido del futbol? ¿Aburrido del juego, pero no de su salario de los tres millones de dólares por año? ¿Proclama y confiesa entonces que el futbol sólo es llevadero si se le permite la parranda?

Escribió De la Brúyere: "los amores mueren de hastío y el olvido los entierra". ¿Descanse en paz Carlos Vela?

Hace casi 11 años, 'El Bombardero' fundó un nicho en la capilla ferviente del corazón de cada mocoso y adolescente mexicano. Si Vela podía ser campeón del mundo Sub-17, cualquiera podría serlo.

Entonces, entre la euforia nacional de ese 2 de octubre en Perú, no parecía que el ídolo tuviera, no rodillas, sino corazón de barro. El Botín de Oro del torneo empezaría a dar pasos errantes de cobre.

Todavía hace un par de años, el arrullo incondicional con que se le venera en México se prolongaba hasta España, cuando se le colocó por obra y gracia de sus goles y de sus estadísticas en un nicho desmesurado, al lado de Lionel Messi, Cristiano Ronaldo y Diego Costa. En ese momento, hasta Donald Trump habría votado por él.

Hoy, Carlos Vela recurre a un chantaje emocional. Elige una defensa burda y ladina. Para lavar su culpa, pero no su conciencia, recurre a una extorsión directa a la afición de la Real Sociedad y a la mexicana.

Vela pretende timar a todos: si no se le consiente, si no se le apapacha, si no se le tolera, si no se le perdona, él se va, abandona, claudica y lanza, velado, oculto, implícito, el mensaje revanchista y usurero de: "a ver cómo le hacen pa' vivir sin mí". Y, diría José Alfredo, tequila doble en mano: "En el último trago nos vamos".

Con esta manifestación Carlos Vela deja en claro que considera culpable al mundo entero y que está dispuesto a perdonarlo de sus propios vicios. Sólo faltó que agregara: "los perdono por todos mis pecados".

A sus 27 años, Vela debería vivir la plenitud competitiva. Un futbolista inteligente, de poderoso tranco, hábil, encarador, astuto, mañoso, de buen golpeo con ambas piernas y tranquilidad asesina cuando se lo propone.

En 2005, él y Giovani dos Santos, Balón de Oro en Perú, parecían las encarnaciones divinas, piadosas y compasivas para que la afición mexicana pusiera fin a sus peregrinaciones y martirios cuatrienales mundialistas. Parecía.

Y parecía que como compensación por el abuso cruel y canallesco hacia esas esperanzas mexicanas derruidas y reconstruidas cada cuatro años, le mandaban los demonios del futbol, no a uno sino a dos paladines para que vengaran los siglos de abstinencia. Parecía.

Pero uno, Gio, ya se apoltrona en la MLS. El otro, Vela, elegirá ir al club en el que juegue menos futbol y pueda seguir más a la NBA. Que el oficio, ese que ya le aburre, le financie su verdadera pasión.

Escribió Facundo Cabral: "¿Por qué Dios le dio sombrero al que no tiene cabeza?". Pudiendo ser ambos hologramas fascinantes de PlayStation, se conforman con ser figuritas de los bastones de un futbolito de salón.

No son los primeros mexicanos en elegir la ruina deportiva para entregarse a la bonanza de Sodoma y Gomorra, aunque después todo quede en ruinas, incluyendo su propia vida.

¿Serán capaces de mirarse Vela y Giovani en el espejo de Nery Castillo? ¿Serán capaces de identificar su paralelismo hacia la desgracia como le pasó al jugador destellante en la Copa América de Venezuela?

Vela, Gio y Nery, trillizos de la pedantería y arrogancia, que como escribió Francisco de Quevedo: "La soberbia nunca baja de donde sube, porque siempre se desploma de donde subió".