El béisbol es un juego de diez reglas esenciales y un entramado de más de 200 subdivisiones, acápites y enmiendas que lo convierten en un deporte de difícil comprensión para muchas personas.
A eso súmenle una serie de veintitantas "reglas no escritas", que dictan el comportamiento que deben tener sobre el terreno y para sus rivales los jugadores, de respeto al juego y cuya violación lleva implícita una represalia en forma de pelotazo a las costillas.
Nunca busque romper un juego sin hits con un toque de bola; jamás intente robar una base con gran ventaja en la pizarra y no pase sobre el montículo camino hacia el dugout, después de haber sido puesto out.
Estas son apenas algunas de muchas otras normas éticas que pueden llegar a desatar la tercera Guerra Mundial si no se cumplen al pie de la letra.
Algunas de ellas son lógicas; otras, discutibles. Y en mi manera de ver las cosas, al menos una de ella, inaceptable.
¿Por qué un bateador no puede celebrar cuando dispara un cuadrangular?
El jonrón es la expresión suprema del béisbol, el clímax del juego, el acto de gloria extrema, como lo es el gol en el fútbol, el touchdown en el fútbol americano o una canasta de tres puntos en el último segundo de un partido de baloncesto.
En casi todos los deportes, el acto de anotar, de llevar puntos a la pizarra, llámese como se llame, es motivo de una celebración merecida, en ocasiones repleta de aspavientos y gesticulaciones exageradas.
Los futbolistas cuando marcan un gol casi que hacen un striptease, camiseta afuera, mientras que un touchdown se traduce en saltos y bailes que rayan con la ridiculez.
Una clavada en el aro, frente a la cara de un contrario, viene acompañada de expresiones de fuerza, donde los autores muestran sus músculos en señal de poder.
E incluso en el béisbol, cuando un lanzador poncha, digamos, al poderoso cuarto bate del conjunto rival, en situación de bases llenas, los gestos y gritos no se hacen esperar.
Entonces, ¿qué hace distintos a los bateadores, que los ata a ciertos códigos que les prohíbe celebrar sus éxitos?
En las últimas semanas Bryce Harper, Jugador Más Valioso de la Liga Nacional en el 2015, ha sido objeto de severas críticas por defender el derecho a la celebración de los bateadores cuando conectan un jonrón.
Harper, los dominicanos Carlos Gomez, José Bautista y David Ortiz o el cubano Yasiel Puig son una suerte de especie en extinción, cuyos festejos por sus batazos de cuatro esquinas son mal vistos por quienes se han erigido en defensores de la moral de los pitchers.
Incluso lanzadores que tienen el raro don de batear han sido víctimas de estos moralistas.
En su último turno al bate del 2013, en que ganó el premio de Novato del Año del viejo circuito, el cubano José Fernández, de los Marlins de Miami , sacó la pelota de jonrón, primero que conectaba en su carrera.
Por dos segundos se quedó en el plato admirando su obra antes de echar a andar las bases y al llegar al home, el entonces cátcher de los Bravos de Atlanta, Brian McCann, le echó en cara ese tiempo que demoró viendo el recorrido de la pelota.
Lo peor fue que el propio manager de los Marlins en aquel momento, Mike Redmond, tiró a su joven estrella a los leones, obligándolo a disculparse públicamente en una rueda de prensa.
No se trata de ir ahora al otro extremo y que los bateadores hagan señas ofensivas a los serpentineros tras batearle un bambinazo.
No hablamos de pasar el dedo por la garganta como un cuchillo, gesto que todos entienden como una amenaza de muerte.
Pero celebrar un jonrón no debería molestar a nadie, ni debería ser objeto de un acto de represalia en el próximo turno. Mucho menos tendría el siguiente bateador que pagar los platos rotos con un bolazo en las costillas.
¿Quiere venganza? Ponche en la próxima oportunidad al mismo que ahora le botó la pelota. Esa sería la verdadera revancha.
Que vivan las celebraciones de los jonrones. A fin de cuentas, no hay nada más difícil en el mundo del deporte que reaccionar en fracciones de segundo para pegarle a una pelota que viene a 95 millas por hora.
Eso hay que festejarlo. Es un derecho de quienes lo consiguen.
