<
>

Joserra y su trinchera de insurgentes

Mexsport

LOS ÁNGELES -- Cuando me pidieron escribir algo sobre José Ramón Fernández y sus presuntos 70 años de edad, encontré un motivo para no hacerlo. Terminó, sin embargo, siendo el motivo para hacerlo.

Comienzos de 1986. Había decidido emigrar de Guadalajara a México, para vivir a plenitud el Mundial. Con Joserra había cruzado saludos en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984. Mi primer gran evento. Él, creo, había debutado, dice David Faitelson, en los JJOO de Atenas 1896, pero no tengo ningún jeroglífico o pintura rupestre o papiro que lo compruebe.

Aprovechando ese frecuente cruce de saludos, al llegar a la Ciudad de México, decidí que el primer curriculum que entregaría sería a él. Fue muy fácil llegar a su oficina, plantarme ante él. Me devolvió el saludo de mano con reticencia. Creo que hasta llegó a limpiársela sin disimulo en los pantalones cafés de terlenka que usaba.

-Hola José Ramón. Nos conocimos en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, he decidido venir a México y quería trabajar aquí (entonces era Canal 13).

-Mmmmhhh.

Le entregué la carpeta. La recibió, observándome por encima de los lentes a media nariz. “Gracias, gracias”, me dijo con un tono que era el típico “no-me-llames-yo-te-llamo”.

La oficina de José Ramón era un cubículo pequeño y con paredes de vidrio, cubiertas con persianas verticales, que en ese momento estaban entreabiertas. Cuando salgo del cuarto, me detengo con la esperanza de que leyera mi historia incipiente en medios. Pero…

Oh, sorpresa. Sin siquiera, abrir el folder, lo arrojó al basurero y siguió leyendo los papeles que tenía sobre el escritorio. Tuve el pequeño indicio de que “no-me-llames-yo-te-llamo” sería un “no-me-llames-que-yo-ya-no-te-llamo”.

Después, nos hemos cruzado en coberturas de todo tipo, sin compartir espacios realmente, incluso ahora que coincidimos en ESPN. Acaso unos segmentos en Nación o en Raza Deportiva. El respeto mutuo prevalece.

Pero, nadie puede ignorar el peso y el paso de Joserra en el medio periodístico mexicano. Absolutamente nadie.

En tiempos en que por recursos, por cobertura, por proyecto, el dominio del entonces Televicentro o Telesistema, era absoluto, y en el que el mundo era color de rosa, en todos los escenarios, siempre era agradable acomodarse los domingos por la tarde y seguir DeporTV, después de ver en otro canal una versión de Alicia en el País de las Maravillas.

Estoy convencido, al paso de tantos años, que esa opción alterna, ese oficio insurgente en el estricto ejercicio del periodismo deportivo, como alternativa lúdica, que comenzó con Joserra, se fue haciendo imprescindible en la pluralidad y la apertura.

Era la oportunidad de constatar que el deporte mexicano, la selección mexicana y el mismo futbol doméstico, estaban lejos de representar la pulcritud, la pureza, la limpieza que se transmitía, y tal vez el impacto más brutal ocurrió con el Mundial de 1978.

Ese es un magnífico ejemplo de manipulación. ¿Cuántos mexicanos nos creímos aquella farsa de la selección invencible del Mundial de Argentina que iba a empatar con Alemania, vencer a Polonia y golear a Túnez?

Desde una trinchera que fue multiplicándose, con José Ramón se desarrollaron ex futbolistas que encontraron una oportunidad inmejorable de análisis y crítica, algunos mesurados algunos beligerantes, pero con el conocimiento empírico e innegable de la cancha misma.

En ese mismo escenario, se abrieron trincheras genuinas, para reporteros que entendieron que en la televisión había una oportunidad sin filtros rosas obligatoriamente, para hacer algo diferente… y mejor.

Es cierto, en radio y en prensa escrita, si existían desde mucho antes, espacios de críticas duras, bien fundadas y bien elaboradas investigativamente. Por años, programas radiofónicos y periódicos sí montaban un frente común que chocaba brutalmente con el mundo del Flautista de Hamelín que aparecía en las pantallas de los Azcárraga.

Y es cierto, nadie lo ignora: el antimericanismo dirigido e indigerible, el carácter irascible y obcecado, impulsivo de Joserra, chocaban frontalmente con varios sectores de la afición, especialmente con los endulzados bobalicones que cada cuatro años se tragaban el anzuelo de que esa vez sí, inevitablemente, México sería campeón del mundo.

Sin duda levantar una rebelión contra el sistema de poder del deporte mexicano, especialmente el futbol, generaba una sectarización genuina. Lo mejor era ver todos los goles en el canal de las estrellas, y después disfrutar la afilada lengua crítica de Joserra, en el canal donde todos terminaban estrellados.

Sin saberlo tal vez, sin pretenderlo incluso, y sin imaginarlo por supuesto, terminó, bajo un sistema docente despiadado, dictatorial, y a veces cruel, permitiendo por necesidad, por obligación, pero también por gusto, que crecieran a su lado generaciones de importantes analistas y comunicadores, desde el centrado juicio de Raúl Orvañanos, hasta la dureza explosiva de Carlos Albert, hasta un estilo periodístico diseñado con estadísticas y buen gusto con Francisco Javier González, o el ya legendario color de David Faitelson.

Sí, sin ese espíritu de guerrilla, inofensiva, inocua, pero socialmente necesaria para el deporte mexicano, el napoleónico Joserra –en todos sentidos, hasta en su propio Waterloo-- terminó rompiendo grilletes, antes, incluso, de que fueran colocados.

Ojo: así, a los supuestamente 70 años, queda claro, la escuela de Joserra ha consolidado un pilar para cada una de las cadenas televisivas más importantes de México. Es decir, ha colocado una antena con un sello, a veces, corregido y aumentado, en cada una de ellas. Creced y multiplicaos.